Cuaresma, Ayuno ¿De qué?

 

Ayunen los ojos de toda mirada curiosa…
Ayunen los oídos, no atendiendo a las palabras vanas y a cuanto no sea necesario para la salud del alma…
Ayune la lengua de la difamación y la murmuración, de las palabras vanas, inútiles…
Ayune la mano de estar ociosa y de todas las obras que no sean mandadas.
Pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de imponer la propia voluntad y juicio. Pues, sin este ayuno, todos los demás son reprobados por Dios.” (SAN BERNARDO).

Cuaresma, cuarenta días para qué, cuarenta días de qué, tal vez hoy nos podríamos preguntar, ¿Qué es para mí la cuaresma, qué beneficio real trae para mi vida, realmente ejerce ese cambio, la auténtica transformación que mi vida, lo que mi alma necesita hacer para dirigirse a Dios?. Cuarenta días de un camino de intensa preparación espiritual. Queremos volvernos a Dios, queremos acercarnos a la fuente que llene nuestro corazón de paz y esperanza. Dios en su infinita sabiduría a través de la Iglesia nos ofrece unas prácticas sencillas pero eficaces: orar, ayudar y dar limosna.

En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno y oración que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública, antes de hacer visible su entrega hasta dar su vida por los hombres. Leemos en el Evangelio: «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre» (Mt! 4,1-2).

Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó para realizar su misión.

¿Qué valor y qué sentido tiene privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento?

 Es una gran ayuda para evitar el pecado.

 Es un medio para recuperar la amistad con Dios.

 Está presente desde el Génesis en toda la historia de la salvación. «De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2, 16-17).

El verdadero ayuno consiste en cumplir la voluntad del Padre celestial, que «ve en lo secreto y te recompensará» (Mt 6,18). No tener la actitud de los fariseos que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios.

El ayuno y la oración tienen como objetivo vaciar nuestro corazón para llenarlo de algo más valioso, de la presencia de Dios y así adquirir la generosidad para entregar algo de nosotros mismos a nuestros hermanos los hombres, para llevar en nuestra vida, palabras y gestos de bien y de amor, y así ser verdaderos reflejos de Dios en un mundo que busca excluirlo, por eso vivamos esta cuaresma, con la intensión de hacer un verdadero ayuno, una sentida oración y un buscar dar algo a los demás.

Ayuna de juzgar a otros; descubre a Cristo que vive en ellos.

Ayuna de palabras hirientes; llénate de frases sanadoras.

Ayuna de descontento; llénate de gratitud.

Ayuna de enojos; llénate de paciencia.

Ayuna de pesimismo; llénate de esperanza cristiana.

Ayuna de preocupaciones; llénate de confianza en Dios.

Ayuna de quejarte; llénate de aprecio por la maravilla que es la vida.

Ayuna de las presiones que no cesan; llénate de una oración que no cesa.

Ayuna de amargura; llénate de perdón.

Ayuna de darte importancia a ti mismo; llénate de compasión por los demás.

Ayuna de ansiedad sobre tus cosas; comprométete en la propagación del Reino, “porque no se trata de religión sino de amor y compartir la paz verdadera.”

Ayuna de desaliento; llénate del entusiasmo de la fe.

Ayuna de pensamientos mundanos; llénate de las verdades que fundamentan la santidad.
“Porque el centrarnos en lo material nos quita la paz y el salir del yo para compartir con los demás simplemente nos llena”

Ayuna de todo lo que te separe de Jesús; llénate de todo lo que a Él te acerque.

Así llegarás con un nuevo corazón a celebrar el Evento más grandioso en la historia de la humanidad, la entrega incondicional de Dios hasta dar su vida por ti y por mí y vencer la muerte resucitando.

 

 

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10 cosas que debemos recordar en Cuaresma

 

El obispo David L. Ricken de Green Bay, Wisconsin, presidente del Comité para la evangelización y la catequesis de la Conferencia de obispos católicos de los Estados Unidos (USCCB, por su sigla en inglés), sugiere “10 cosas que debemos recordar en Cuaresma”, tiempo que empezó el Miércoles de Ceniza.

1. Recordemos la formula: oración, ayuno, caridad. 
La Iglesia hace una buena labor captando ciertas verdades al utilizar listas y fórmulas que son fáciles de recordar: 10 Mandamientos, 7 sacramentos, 3 personas en la Trinidad. Para la Cuaresma, la Iglesia nos da algo como un eslogan—Oración, Ayuno y Caridad—que son las tres cosas que debemos poner en práctica durante este tiempo.

2. Es un tiempo de oración.
La Cuaresma es esencialmente un acto de oración extendido a lo largo de 40 días. Mientras oramos, iniciamos un caminar, uno que esperamos nos acerque más a Cristo y obre en nosotros un cambio por nuestro encuentro con Él.

3. Es un tiempo de ayuno.
Con los ayunos del Miércoles de Ceniza y del Viernes Santo y los viernes sin comer carne, intercalados con nuestra disciplina personal, la Cuaresma es ahora el único tiempo en el que muchos católicos ayunan realmente. Y, por eso quizás, se le da tanta importancia, “¿A qué cosa renunciarás en esta Cuaresma? ¿a los hot dogs? ¿a la cerveza? ¿a los dulces?” Para algunos de nosotros esto es casi como un juego pero el ayuno es una forma de penitencia que nos ayuda a alejarnos del pecado y a acercarnos más a Cristo.

4. Es un tiempo para disciplinarnos mejor.
Los 40 días de Cuaresma son también una buena ocasión, un tiempo fijo para ocuparnos de nuestra disciplina personal en general. En vez de renunciar a algo, quizás pudiésemos hacer algo positivo. “Voy a hacer más ejercicios. Voy a orar más. Voy a portarme mejor con mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo”.

5. Es dejar morir algo de nosotros.
El lado más serio de la disciplina durante la Cuaresma es que va más allá del auto-control—es encontrar esos aspectos en uno mismo que no están imitando a Cristo y dejarlos morir. El sufrimiento y la muerte de Cristo es lo que más ocupa nuestra mente durante la Cuaresma y nos unimos a este misterio sufriendo y muriendo con Cristo y siendo resucitados de una manera purificada.

6. No hay que hacer mucho.
Existe la tentación de convertir la Cuaresma en un período ambicioso de reinvención personal pero lo mejor es que sea un tiempo simple y enfocado. Hay una razón por qué la Iglesia trabaja en estos misterios año tras año. Pasamos toda nuestra vida tratando de acercarnos más a Dios. No trates de concentrar todo en una sola Cuaresma. Esa es una receta para el fracaso.

7. La Cuaresma nos hace percatarnos de nuestras debilidades.
Por supuesto, aunque nos fijemos metas sencillas para la Cuaresma, aun así, tenemos dificultad para cumplirlas. Cuando ayunamos nos damos cuenta de que una comida es lo único que nos separa de pasar hambre. En ambos casos, la Cuaresma nos hace percatarnos de nuestra debilidad. Esto puede ser doloroso pero al reconocer lo indefensos que somos, hace que busquemos la ayuda de Dios con sinceridad y con renovada urgencia.

8. Sé paciente contigo mismo.
Durante la Cuaresma, cuando nos enfrentamos a nuestras propias debilidades, la tentación es sentirnos molestos y frustrados. “¡Qué mala persona soy!” Pero esa es una lección errónea. Dios nos llama a ser pacientes y a vernos como Él nos ve, con un amor incondicional.

9. Tiende la mano caritativamente.
Durante la Cuaresma, cuando experimentamos debilidad y sufrimiento, ese es el momento de renovar nuestra compasión por aquellos que sufren, que tienen hambre o que pasan necesidades. La tercera parte de la fórmula para la Cuaresma es la caridad. No se trata de echar unos cuantos dólares más en la canasta de la colecta; se trata de tender la mano a los demás y, sin cuestionar, ayudarlos a manera de compartir la experiencia del Amor incondicional de Dios.

10. Aprende a amar como Cristo.
Dando de nosotros mismos en medio de nuestro sufrimiento y abnegación, nos acerca más a amar como Cristo, quien sufrió y se entregó incondicionalmente en la cruz por todos nosotros. La Cuaresma es un caminar por el desierto para llegar al pie de la cruz en el Viernes Santo, cuando lo buscamos, imploramos su ayuda, nos unimos a Él en sufrimiento y aprendemos a amar como Él.

 

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La Cuaresma: ¿Cómo vivirla?

 

¿Qué es la Cuaresma?

– Es un período especial del año litúrgico durante el cual el pueblo cristiano se prepara para celebrar el misterio Pascual. 

– La Cuaresma es un tiempo oportuno para estar, junto con María Santísima y San Juan, el discípulo amado, junto a Cristo que en la Cruz consuma, por toda la humanidad, el sacrificio de su vida (cfr Jn 19, 25). 

– «Mirarán al que traspasaron»: es tiempo oportuno para mirar con confianza el costado de Jesús, atravezado por la lanza, del cual brotaron «sangre y agua» (Jn 19, 34)! 

– «Que la Cuaresma sea para todos los cristianos una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que también nosotros cada día debemos «volver a dar» al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado. Sólo así podremos participar plenamente en la alegría de la Pascua» (benedicto xvi, Mensaje para la Cuaresma 2007). 

 

 

 

¿Por qué cuarenta días?

– La teología y la espiritualidad de la Cuaresma se constituyeron en relación con diversos eventos del Antiguo y del Nuevo Testamento. 

– El mismo número 40 nos recuerda: 

  • los días del diluvio universal; 

 

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  • los años transcurridos por Israel en el desierto; 
  • los días transcurridos por Moisés en el Monte Sinaí; 
  • los días transcurridos por el profeta Elías en el desierto antes de llegar al encuentro con Dios en el Monte Horeb; 
  • los días de penitencia de los habitantes de Nínive; 
  • los días del ayuno de Jesús en el desierto, donde al final fue tentado por el Diablo. 

– Todo ésto tiene un valor didáctico. La Cuaresma es el tiempo: 

  • de la destrucción del mal, como para los hombres del diluvio; 
  • de la prueba y de la gracia, come para Israel; 
  • de la oración que dispone para el encuentro con Dios, como para Moisés y Elías;
  • de la penitencia y de la expiación en espera del juicio divino, como imitación de los 40 días de ayuno y de penitencia con los que los habitantes de Nínive aplacaron la ira divina; 
  • del ayuno finalizado a comer el verdadero alimento, que es hacer la voluntad del Padre: «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (así le respondió Jesús a Satanás al final de los 40 días pasados en el desierto). 

 

¿Cuáles son los grandes temas cuaresmales?

Tres son en particular los temas que son propuestos por la liturgia cuaresmal: 

  1. El tema pascual. Porque la Cuaresma es preparación a las celebraciones pascuales, el tema muerte-vida asume una importancia fundamental. Comienza desde el segundo domingo (la Transfiguración) y se hace más explícito en las dos últimas semanas. 
  2. El tema bautsimal. La Cuaresma en su estructura fundamental se formó en torno al sacramento del Bautismo administrado a los adultos durante la Vigilia Pascual. Los cristianos toman mayor conciencia del propio bautismo. 
  3. El tema penitencial. Se desarrollo sobretodo al inicio de la Cuaresma (miércoles de ceniza y el evangelio de las tentaciones de Jesús en el primer domingo). 

 

¿Cuáles son las prácticas cuaresmales?

– La Cuaresma implica un empeño ascético, individual y colectivo, cuyas formas tradicionales son: 

  • oración (Misa cotidiana sobre todo y el Via Crucis) 
  • ayuno (es el conjunto de las prácticas de mortificación: comida-palabras-diversiones): la mortificación permite una mayor disponibilidad hacia el prójimo, mayor tiempo para el voluntariado y más dinero para la caridad. 

– En Cuaresma la Iglesia recuerda que están mandados: 

  • ayuno y abstinencia de carne: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; 
  • la abstinencia de carne: todos los Viernes de Cuaresma. 

– Iglesia recomienda en particular la práctica, durante la Cuaresma, de las obras de misericordia corporales y espirituales: 

  • Las siete obras de misericordia corporales
  1. Dar de comer al hambriento. 
  2. Dar de beber al sediento. 
  3. Vestir al desnudo. 
  4. Dar posada al peregrino 
  5. Visitar los enfermos. 
  6. Visitar a los presos. 
  7. Sepultar a los muertos. 
  • Le siete obras de misericordia espirituales
  1. Dar consejo al que lo necesita. 
  2. Enseñar al que no sabe. 
  3. Corregir al que yerra. 
  4. Consolar al triste. 
  5. Perdonar las ofensas. 
  6. Soportar con paciencia los defectos de nuestros prójimos. 
  7. Rezar a Dios por los vivos y por los muertos. 

– Estas prácticas, «expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás » (Catecismo de la Iglesia Católica, 1434). 

 

¿Cuál es la importancia del ayuno?

(tomado del: benedicto xvi, Mensaje para la Cuaresma 2009

– «En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo.» 

– El ayuno, en cambio, para el creyente tiene una relevante importancia, y es rico de numerosos significados y finalidades: 

  • Dimensión personal: 

*Con el ayuno, de hecho, «el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia». 

*práctica del ayuno «contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y acrecer la intimidad con el Señor». 

*«Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación». 

*Con el ayuno y la oración, «Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios».

*Tal práctica es «un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos». 

*Del mismo modo, «ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana». 

  • Dimensión social: 

*El Santo Padre subraya también el significado social del ayuno, afirmando que «ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos». 

*Lo que ahorramos ayunando, podemos destinarlo a obras de beneficiencia u obras caritativas. 

*Por esto, exhorta a las parroquias «a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna.» 

– Definitivamente, gracias al ayuno, la Cuaresma es el tiempo ideal «alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo». 

 

Acerca de la limosna:

– ¿Cómo dar la limosna? 

He aquí algunas indicaciones: 

  • debe ser escondida. «Que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda», dice Jesús, «para que tu limosna quede secreta» (Mt6, 3-4); 
  • realizarla:

*sin ofender a quien la recibe; 

*sin mostrarnos nostros mismos (vanagloria) 

*alegría: hay más alegría en el dar que en el recibir (cfr Hch 20, 35) 

  • en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática; 
  • no limitarse solamente a dar cosas materiales (dinero, comida…), sino darnos nostros mismos: nuestra estima, nuestro respeto, nuestro tiempo, nuestros talentos (voluntariado); 
  • ofrecer el don material, como signo del don más grande que podemos hacer a los demás: el anuncio y el testimonio de Jesucristo; 
  • lo que da valor a la limosna es el amor: un ejemplo lo tenemos en la viuda del Evangelio (cfr. Mc12, 42-44). 

– ¿Cómo dar la limosna? 

  • Ayudar a quien tiene mayor necesidad 
  • compartir con lo otros lo que tenemos gracias a la bondad divina 
  • practicar la virtud de la justicia: antes y más que un acto de caridad 
  • reconocer en los pobres al mismo Cristo 
  • imitar a Cristo, quien se hizo pobre para hacernos ricos 
  • poner por obra un ejercico ascético para nosotros: 

        * para liberarnos del apegamiento a las cosas terrenas 

        * para purificarnos interiormente 

  • afirmar el principio de que no somos los propietarios sino los administradores de los bienes que poseemos, donados por Dios 
  • actuar movidos por la gloria de Dios 
  • practicarla no por filantropía sino por caridad, amor: como gesto de comunión eclesial
  • acercarnos a Dios, acercádonos a los demás: instrumento de auténtica conversión y reconciliación con Dios y con los hermanos; 
  • obtener el perdón de los pecados. San Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados: «La caridad- escribe- cubre la multitud de los pecados» (1 Pe4, 8). 

El Primicerio
de la Basílica de San Ambrosio y San Carlos en Roma 
Monsignor Raffaello Martinelli

 

 

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Una Cuaresma desde Dios

 

Podemos recorrer los 40 días de la Cuaresma desde una perspectiva errónea, sin darles su auténtico sentido.
¿Cuándo ocurre eso? Cuando vemos la Cuaresma como una tradición de la Iglesia más o menos comprensible pero sin mucho sentido en el ajetreado tiempo que nos ha tocado vivir; cuando buscamos maneras de hacer (nosotros, según los propios deseos) algunos sacrificios para tranquilizar la conciencia y “cumplir”; cuando soportamos con paciencia 40 días en los que nos esforzamos por ser más austeros para llegar luego a momentos de mayor fiesta y alegría… Entonces es que no hemos comprendido el verdadero sentido de la Cuaresma.
Pero también podemos recorrer los 40 días que nos preparan a la Pascua desde una perspectiva justa. Si los pensamos como un momento para orar, ayunar, servir, dar; si los vivimos como una invitación de Dios a la conversión, al arrepentimiento, al cambio de conducta; si los aprovechamos para dedicar más tiempo a la lectura de la Biblia… Entonces habremos hecho un buen uso de esos días tan particulares en el calendario cristiano.
La Cuaresma es un tiempo en el que Dios nos invita, nos llama, nos ofrece ocasiones maravillosas para redescubrir nuestra identidad cristiana. Es verdad que Dios actúa siempre, que no hay tiempos sin que nos busque y nos ofrezca su gracia. Pero también es verdad que, como seres humanos, necesitamos estímulos y ayudas concretas para afrontar con más intensidad y esfuerzo lo que deberían ser compromisos constantes de quienes hemos sido tocados por Cristo en el Bautismo.
Ya estamos en Cuaresma. Si la vivimos desde Dios, si la sentimos como un momento de gracia, de mayor compromiso, de lucha contra el mundo, el demonio y la carne, se convertirá en la mejor preparación para la gran fiesta de la Pascua. Entonces la noticia de la Muerte y de la Resurrección de Cristo llegará más dentro y más fuerte a nuestras vidas: nos permitirá vivir los días de Pascua y todo el resto del año como hombres y mujeres redimidos por la Sangre de Cristo, el Cordero inmolado porque amaba al Padre y a los hombres.

Una buena oración de sanación para cuaresma

 

Ayer me dijo una persona: “No se me ocurre ninguna buena idea para mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a Jesucristo?”

A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo: cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.

Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio. También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien del otro antes que en el propio.

Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida voluntariamente: “Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo.” (Jn 10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner amor y poner el mayor amor posible.

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. “La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos”, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2647.

¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión (cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.

Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.

“Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino el de los demás” (Flp 2,4), hasta rogar por los que le hacen mal”. (Catecismo 2635)

Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos sentimientos. No es un: “Te suplico, Señor, que esta persona se muera cuanto antes, pues no la soporto”, sino de verdad poner amor, como Jesús: “El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hb 5,7-9).
¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables, por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen cristiano.

Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir. Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo que hace al hombre amable entre los seres.

Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de cuaresma sería lo mejor.

 

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Con María, caminando la Cuaresma…

 

Convertios, y creed en el Evangelio… repetirá una y otra vez, el sacerdote en la imposición de las cenizas. Convertios.
– Pero ¿No se supone, Madre querida, que ya estamos convertidos? Digo, estamos aquí, en misa, creemos en tu Hijo, ¿Por qué nos dice esto?.
Miro tu imagen, tu conocida y querida imagen, Señora de Luján, y te pido disculpas por mi ignorancia, pero mi amor a tu Hijo necesita respuestas….
Hija querida, puedes preguntarme todo, todo lo que no comprendas, porque cada pregunta tuya, cada búsqueda de la verdad es una caricia a mi corazón entristecido. Y nada me hace más feliz que contestarte, mostrarte los caminos a mi Hijo, tomarte de la mano y llevarte a Él, pues muchas veces veo que no te atreves a caminar sola..
Es cierto, María, muchas veces me quedo atrapada en mis miedos, mis dudas, mis ignorancias, pero me consuela saber que puedo extender mi mano en la plenísima seguridad de que siempre hallare la tuya.
Para aclarar tu duda te digo que ese “Convertios” que tanto te descoloca es como una puerta para comenzar a caminar tu cuaresma…
– ¿Mi Cuaresma, Señora?
Sí, tu Cuaresma… como te hable un día de tu propio camino hacia la Navidad, debo hablarte ahora de tu propio camino de Cuaresma….
– Explícame, Señora
Me quedo mirando tu imagen fijamente, me abrazas el alma y me llevas de la mano a los lejanos parajes de Tierra Santa…

Era invierno (Jn 10,22). El viento helado cala hasta los huesos, caminamos entre la gente y te sigo, sin saber adónde. De repente nos encontramos frente a las escalinatas del Templo de Jerusalén. Allí  Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro (Mc 12,41) Nos vamos acercando lentamente, yo temo de que alguien advierta mi presencia…

No temas, nadie puede verte, solo Jesús y yo…-Recuerdo muchas veces en que creí que nadie podía verme, y siento vergüenza por todos mis pecados escondidos….
– Señora ¿qué hacemos aquí?.
Quiero que comiences a caminar tu cuaresma, y que la vivas tan plenamente como te sea posible.
– Supongo que eso será muy bueno para mí.
No sólo para ti . Verás, si todo el dolor de esta cuaresma de tu vida, lo depositas en mi corazón, si vives tu tristeza, tu angustia y tu soledad como un compartir la tristeza y soledad de mi Hijo, entonces, querida mía, no sólo será beneficioso para tu alma, sino que yo lo multiplicaré para otras almas….
Asombro, esa es la palabra que podría definir todos mis encuentros contigo… asombro; ante la magnitud de tu amor, ante la magnitud de la misericordia tuya y de tu Hijo… Asombro y alegría… una dulcísima alegría de saberme tan amada.
Mira, hija, el rostro de Jesús….
Contemplo el amadísimo rostro. Su mirada está serena, aunque inmensamente triste.
– ¿Por qué esta triste el Maestro, Madre?
Pregúntaselo hija, vamos anda….
Confieso que me tiemblan las piernas y el corazón amenaza con salir de mi pecho pero, increíblemente, una serena paz me inunda el alma….
– Señor- y no encuentro palabras. Sí, todas las palabras que transito diariamente y cuyos rostros y voluntades creo conocer, todas las palabras con la que he justificado mis olvidos, parecen desvanecerse antes de que pueda atraparlas. Vuelan, como pájaros espantados, no se sienten dignas, comprendo entonces que sólo el amor es digno. Por fin, atrapo las más puras…
– Señor, déjame compartir tu tristeza…
Oh, Señora mía, tu Hijo vuelve sus ojos mansos hacia mí y su mano se apoya en mi hombro…. mi alma se estremece ¿Quién soy yo, para merecer tal detalle de amor?
-¿Por qué me pides eso?
– Porque te amo, y no tengo nada digno para darte que te alivie-mi voz es apenas un susurro- Porque me amas y sé que estás pasando todo esto para que yo tenga vida eterna. Tú nos pides que carguemos la cruz y te sigamos, Maestro.. pero yo…¡yo no sé cómo se hace eso!- Y me deshago en llanto, y me siento pequeña, insignificante, tan pecadora e indigna que quisiera salir corriendo …pero ¿Adónde? Adonde iré, Señor mío, si sólo tú tienes palabras de vida eterna.
– Hermanita del alma-y tu voz mansa calma y disipa mis tempestades -si quieres seguirme, niégate a ti misma, carga con tu cruz de cada día y sígueme.
Jesús me mira y su mirada traspasa todas las corazas con las que intento cada día disfrazar mi corazón. Quisiera que viese el paisaje que Él espera, no el que mi tibieza y olvidos construyeron neciamente. Pero ya es tarde para pretender eso.. o no. Tu misericordia, Señor, es un torrente inagotable que puede sanar el corazón más destruido, el más olvidado, el más solitario.
Unos hombres se acercan. Probablemente sus apóstoles. Jesús se retira y María, que está a pocos pasos escuchando cada palabra, se acerca a mí. Tomándome por los hombros, me lleva a las afueras de la ciudad. Allí, en un reparo tibio doy rienda suelta a mi llanto….
Ella nada dice, sólo me mira con infinita ternura.
– Ay, Madre, Madre, ¡Cómo puedo ser tan torpe!. El Maestro es tan sencillo y claro para hablarme, que se supone debo entender ¡Pero no, no entiendo! ¡No sé cómo llevar a mi vida de cada día sus preciosísimos consejos! ¡Ayúdame, por piedad!..
Colocas delicadamente mi cabeza en tu hombro…¡Qué remanso para mi alma dolorida!…
Hija, intentaré explicarte más detalladamente, no sólo para que comprendas sino para que te determines a caminar .
– Te escucho, Madre, mi corazón tiene tanta sed de tus palabras.
Bien, comenzaremos por lo primero que te dijo Jesús: “¿Por qué me pides eso?”. Él sabe que tú no le pedirías caminos si no fuese que el Espíritu te ha creado esa necesidad. Tú no amaste a Jesús y Él te escuchó, sino que Él te amó primero. ¿Comprendes la diferencia?. Que tú le busques, le necesites, es una clara señal de que Él te ama. Luego te dijo las condiciones para seguirlo. Veamos esto parte por partes: ”Si quieres seguirme”. No se trata de que te acerques por interés de conseguir algo que deseas, porque te sientes sola y no encuentras nada mejor o porque se supone que debes hacerlo. Nada de eso. Se trata de que “quieras” y ese querer parte de una gracia del Espíritu que tu corazón escucha y acepta. Luego te dijo: “Niégate a ti misma”. Allí te esta pidiendo que cultives, en lo más profundo de ti, la humildad y que la dejes crecer sin ahogarla con tu orgullo y vanidad.
– Para ello necesitaré mucho oración, supongo…
Por cierto. Oración, pero oración que no es mera repetición de palabras. Puedes comenzar analizando tu actitud en la oración. ¿Cómo rezas? ¿Cómo el fariseo?. “Te doy gracias porque no soy como los demás”, creyendo que tu fe es mejor o más valiosa a los ojos de Dios que la de una simple mujer que reza cada día el rosario en la soledad de la parroquia, con una voluntad y constancia que tú no posees. Hija, intenta rezar como el publicano, que se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo: “Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador”. Renunciar a la tentación del aplauso, del halago. Renunciar a la vanidad de sentirse mejor que otros es difícil hija, mas no imposible. Cuando lo logras, las alas de tu alma se despliegan en vuelo límpido hacia cielos más altos.
– Madre, madre… cuánto he lastimado el Sagrado Corazón de tu Hijo, cuánto necesito de su misericordia. Continúa, que en este punto ya no quiero el retorno…
“Toma tu cruz y sígueme”. Así, tal cual, hija. “Tu” cruz, no la ajena, no la que te gustaría, sino la tuya, la conocida, la que crees no merecer y que, sin embargo, te lleva a la eternidad. ”Sígueme” pero ¿Cómo piensas seguirle? ¿Rezongando y protestando por el peso de tu cruz, quejándote de que otros tienen cruces más livianas? ¡Cómo si pudieras tú ver el corazón sangrante o el alma doliente de tu hermano! ¿Le seguirás arrastrando la cruz para que deje marcas en la arena buscando la compasión de los demás?… Hija, debes abrazar tu cruz y amarla…
– ¿Cómo se ama la cruz, Señora?
Se ama en aquél que te lastima con su indiferencia, en el que no te escucha, en la que te difama. Se ama construyendo cada día en tu familia aunque sientas que predicas en el desierto. Se ama sembrando, aunque sientas que el viento de la indiferencia arrastra la semilla. Tú nunca sabes si alguna quedó plantada y la misericordia de Dios hará que dé fruto, a su tiempo, cuando menos lo esperes. No temas la dureza del tiempo de siembra, piensa en la alegría de la cosecha… que llega, hija, llega, siempre.
Tu voz dulce, segura y pura riega la aridez de mi alma, abre puertas cerradas por tanto tiempo y el sol de la luz de Cristo entra a raudales en los más recónditos espacios de mi interior. Caminar la cuaresma, vencerme, cargar la cruz. ¿Podré? ¿Cuánto tiempo durará en mí este deseo de caminar tras Jesús?
Tanto tiempo como lo alimentes. La Eucaristía, Jesús mismo, te dará la fuerza, la constancia, la paz. Y yo estaré siempre contigo, para secar tu frente, para enjugar tus lágrimas, aún cuando no me veas, aún cuando me creas lejos. Siempre.
Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte mientras yo me escondo en tu pecho en apretado abrazo. Cuando abro los ojos el sacerdote está por comenzar la ofrenda del pan y del vino. Miro tu imagen. Me sonríes desde ella. Un viento fresco entra por la ventana, el sol se termina de esconder en el horizonte y, por un exquisito regalo tuyo, siento que me continúas abrazando. Siempre.
Amigo que lees estas líneas. No temas recorrer tu propia Cuaresma, no reniegues de tu cruz. Cuando sientas que caes bajo su peso, levanta los ojos y verás la mano de tu madre, extendida. No le reproches nada, sólo tómala, y veras que tus heridas cicatrizan en medio del más profundo amor.

NOTA:
“Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de “Cerrar los ojos y verla” o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.”

 

Liturgia de la Cuaresma

 

A mediados del siglo II se fijó un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198), después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía.

I. SÍNTESIS HISTÓRICA

La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado Santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron el “triduo”. Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta de Cristo Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte).

Poco después la Didascalía habla de una preparación que dura una semana en la que se ayuna, si bien el ayuno tiene ya también un sentido ascético, es decir, de ayuno, abstinencia, sacrificio, mortificación.

A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo en la noche pascual. Era un ayuno de reparación de tres semanas. Se ayunaba todos los días, excepto el sábado y el domingo.

A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo, se determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis semanas –también con ayuno diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y domingos-, de las que quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes al Triduo Sacro

Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se convirtieron en una preparación al ayuno pascual.

Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de cuaresma hasta el Jueves Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días, contados desde el domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el miércoles de la octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía carácter ascético y debió introducirse por influjos orientales.

Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto, la Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la “statio” cada día en una iglesia diferente. En tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente, los martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el pontificado de Gregorio II (715-731).

Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de penitencia.

Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.

Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia.

Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.

II. SENTIDO TRADICIONAL DE LA CUARESMA ROMANA

La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación pascual de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.

1. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana.

Según san León, la Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”. Se trataba, por tanto, de un tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los variados ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad última y no eran fines en sí mismos.

2. Segundo, el catecumenado.

Según la Tradición Apostólica, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana. Es el catecumenado simple.

Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi. Estos se inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían una preparación minuciosa e inmediata.

Pero a principios del siglo VI desapareció el catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo ello provocó una reorganización prebautismal.

Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones. En la segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros estaban relacionados con la misa. Primitivamente los tres escrutinios se celebraban los domingos tercero, cuarto y quinto de cuaresma. Después se desplazaron a otros días de la semana. En esos escrutinios se preguntaba sobre la preparación de los catecúmenos.

Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la Cuaresma. De hecho, los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. De otra parte, la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía pensando sobre todo en los catecúmenos.

La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma misma, que pasó a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una revisión profunda de su vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio de la Pascua. Quedó clausurada la perspectiva abierta por la institución penitencial y el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.

3. Tercero, la penitencia canónica.

La reconciliación de los penitentes sometidos a la penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a severas penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.

La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal.

III. SENTIDO DE LA CUARESMA ACTUAL

La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.

A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.

La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza.

No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.

IV. LOS CONTENIDOS DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Veamos primero el leccionario, después las oraciones y, finalmente, los prefacios.

1. El leccionario

Es doble: del dominical y el ferial. El dominical tiene tres ciclos: A, B, C; el ferial, en cambio, repite todos los años las mismas lecturas.

En los domingos primero y segundo de todos los ciclos se han conservado las narraciones de las tentaciones y de la transfiguración, si bien se leen según los tres sinópticos. En los domingos siguientes se siguen estas narraciones:

Ciclo A: samaritana (tercer domingo: agua viva), ciego de nacimiento (cuarto domingo: la luz) y la resurrección de Lázaro (quinto domingo: la vida) , con clara resonancia bautismal. No aparecen como hechos pasados sino como realidades presentes. Lo que se prefiguró en el A.T. se actualizó en el N.T. con Cristo.

La primera lectura está muy relacionada con el evangelio, donde aparecen los grandes temas de la historia salvífica: la creación del hombre (primer domingo), la vocación de Abraham (segundo domingo), el agua en el desierto (tercer domingo), la elección y consagración de David (cuarto domingo) y la visión de la resurrección de Daniel (quinto domingo).

La segunda lectura aporta una contribución específica de cara a una pedagogía teológica sobre la conversión y el camino hacia el misterio de la pascua. Supuesta la obra salvífica de Cristo, el paso primero y decisivo que cada hombre ha de dar es elegir entre Cristo y las potencias del mal (primer domingo). Una respuesta positiva la encontramos en la aceptación de Abraham a la propuesta divina de abandonar su patria (segundo domingo). También nosotros hemos recibido esa llamada en y por Jesucristo, que ha muerto por nosotros. Esto ha de provocar la conversión y adhesión a Cristo, temática desarrollada en los últimos domingos.

Ciclo B: la expulsión de los vendedores del templo (tercer domingo), “tanto amó Dios al mundo” (cuarto domingo), “Si el grano de trigo…” (quinto domingo), con clara resonancia pascual: morir para resucitar. Este ciclo ofrece una buena catequesis sacramental. El evangelio del primer domingo relata la tentación de Cristo en el desierto, pero pone el acento en la presencia del reino, que exige una conversión sin dilaciones: la buena noticia se dirige a nosotros (primer domingo). Elegido el camino de la conversión, somos llevados, como Cristo, a la transfiguración (segundo domingo). De este modo entramos en las tres semanas inmediatamente anteriores a la Pascua. El anuncio de la muerte y resurrección es proclamado por el mismo Señor desde el tercer domingo, en el signo del templo, destruido y reconstruido en tres días. El cuarto domingo presenta un tema sacramental: el de la serpiente de bronce, signo de Cristo en la Cruz, que con su muerte y resurrección se convierte en triunfo y vida para quienes creen en Él. Ese Cristo muerto y resucitado marca el punto culminante del misterio pascual: la reconstrucción del hombre y del mundo (quinto domingo).

Las orientaciones de la primera lectura son fundamentales: alianza con Noé, que encuentra su plena realización en Cristo (primer domingo) y alianza con Abraham, que inaugura el verdadero sacrificio, consistente en cumplir, con Cristo, la voluntad del Padre (segundo domingo). El tema de la Alianza continúa en los siguientes domingos. Esta se concreta en el don de la ley, sobre todo en la ley del amor (tercer domingo). Al don divino de la ley debe corresponder el pueblo, aceptando su palabra y cumpliendo su mensaje (cuarto domingo). La alianza ha de ser aceptada sobre todo en el corazón, pues se trata de que el Padre pueda decir “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (quinto domingo). La teología de estas lecturas es la de la Alianza, que será reiterada y realizada plenamente en el misterio pascual.

La segunda lectura son concreciones morales que se derivan de esta alianza que Dios ha hecho con nosotros: llevar una vida digna, propia de un cristiano.

Ciclo C: Es una llamada a la conversión a Dios. Los domingos primero y segundo presentan también las tentaciones y la transfiguración. Los otros domingos desarrollan el tema de la paciencia y del perdón de Dios: el Señor es paciente y sabe esperar (tercer domingo: “Si no os convertís, todos pereceréis”), aguarda nuestro retorno con los mismos anhelos y actitudes que el padre del hijo pródigo (cuarto domingo) y nos acoge si nos convertimos; basta con que ese arrepentimiento sea sincero y no queramos pecar más (quinto domingo: la mujer adúltera). Todos estos domingos están orientados, por tanto, en la misma dirección: la conversión, la paciencia divina y el perdón, concedido a quienes, sintiéndose culpables, se esfuerzan por cambiar de vida.

La primera y la segunda lectura están muy unidas entre sí en todos los domingos. El Señor, por tanto, nos salva si elevamos a Él nuestro grito (primera lectura del primer domingo), que es el grito de la fe (segunda lectura del primer domingo). Como Él quiere realmente salvarnos, toma la iniciativa de la alianza con los hombres (primera lectura del segundo domingo), la cual realiza en Cristo, y con tal perfección que somos ciudadanos del cielo y aguardamos la transformación de nuestro cuerpo a semejanza del suyo (segunda lectura del segundo domingo). Para realizar la salvación, Dios quiere estar presente en medio de su pueblo y manifestarse a Moisés en la zarza ardiente (primera lectura del tercer domingo). Pero esa presencia es insuficiente: se requiere una respuesta de fe y de fidelidad (segunda lectura del tercer domingo). Llegamos así a un punto importante de la historia de la salvación: el Pueblo de Dios celebra la Pascua en la tierra prometida (primer lectura del cuarto domingo). También el bautizado se encuentra en una tierra prometida: el mundo nuevo, redimido por la muerte y resurrección de Jesucristo, mundo que él debe reconciliar realmente con Dios (segunda lectura del cuarto domingo). Sin embargo, mientras dura su peregrinación en el desierto de este mundo (primera lectura del quinto domingo), el bautizado ha de sentir, con progresiva intensidad, la fuerza de la resurrección de Cristo y entrar en comunión con los sufrimientos de su pasión, reproduciendo en sí mismo la muerte de Cristo, con la esperanza de una resurrección gloriosa (segunda lectura del quinto domingo).

El domingo de Ramos se lee la Pasión del Señor de los tres sinópticos.

Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren, como dijimos, a la historia de la salvación, que es uno de los temas específicos y clásicos de la catequesis cuaresmal. Los textos varían cada año, pero siempre recogen los principales momentos de esta historia, desde el principio hasta la promesa de la Nueva Alianza.

Las lecturas del apóstol han sido seleccionadas con este criterio: que estén relacionadas con las del evangelio y las del A.T. y, en cuanto sea posible, tengan una adecuada conexión con ellas.

En cuanto a las lectura feriales, de los días de semana se han seleccionado de modo que tengan una mutua relación y tratan una serie de temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. A partir del lunes de la cuarta semana se lee, en forma semicontinua el evangelio de san Juan, donde aparecen los textos de este evangelio que mejor responden a las peculiaridades de la Cuaresma.

Podemos sintetizar así las lecturas feriales:
 

  • El bautismo es una purificación (curación de Naamán, el hijo del centurión, la piscina de Betsaida).
  • Para que las aguas bautismales sean activas y podamos participar en la resurrección bautismal, se requiere la fe, cuyo modelo es la fe de Abraham.
  • Pero estamos en camino hacia la pascua: somos salvados en la muerte y resurrección de Cristo. Por eso, el episodio de José, vendido por sus hermanos, la parábola de los viñadores homicidas, las conspiraciones contra el justo y las tentativas de apresar a Jesús –el cordero conducido al matadero-, las agitaciones contra Jesús, la serpiente de bronce y Cristo levantado en la cruz, evocan la pasión inminente del Señor, en la cual radica nuestra liberación.

    Junto a esta tipología bautismal (bautismo, fe, pascua) se inserta la penitencial, pues la acción de Dios exige la cooperación del hombre. Unidos con ella están los temas de la conversión, el perdón, el amor al prójimo, y los medios que a ellos conducen: la gracia, la oración, la renuncia personal (humildad, ayuno, limosna, etc.).

    2. Las oraciones

    La temática de las oraciones cuaresmales es muy rica. Se ha cuidado mucho que reflejen el tema principal de la Pascua, ya que la cuaresma es, sobre todo, una preparación a la misma. Varias oraciones hablan del sentido escatológico de la cuaresma y de la pascua.

    Otras oraciones se refieren al bautismo, bien como nuevo nacimiento, bien como sacramento de la fe. Sin embargo, el elemento bautismal es menos rico que en el leccionario.

    Tampoco faltan textos relativos al tema del ayuno, contemplado en una perspectiva más amplia que la mera abstención de alimentos, aunque este aspecto también está acentuado. Tanto el ayuno como las otras obras penitenciales tienen que ayudar a la conversión del corazón y a una verdadera renovación espiritual (ayuno, oración, limosna). También hay oraciones referidas a la penitencia, desde un aspecto positivo. Otras hablan de la necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios.

    Y en las oraciones de poscomunión los temas son los de la purificación del mal, del pecado, de las malas costumbres; y los que se refieren al crecimiento en el bien y en la vida cristiana. Es decir, a los aspectos positivos y negativos de la salvación.

    3. Los prefacios.

    Son nueve prefacios. El más rico es el primero, que presenta una síntesis completa de la cuaresma: preparación a la celebración de la pascua por medio de la purificación en la alegría del Espíritu, que la convierten por ello en tiempo ascético fuerte –caracterizado por la oración y la caridad-, y en tiempo sacramental, por la actualización y renovación de los sacramentos pascuales, en los que la Pascua nos hace plenamente partícipes.

    Los otros tres se refieren a la penitencia del espíritu, a los frutos de la abstinencia y a los frutos del ayuno, respectivamente.

    Los prefacios dominicales expresan en su embolismo los temas de las lecturas evangélicas.

    V. ESTRUCTURA DE LA CUARESMA

    En la Cuaresma actual pueden distinguirse las siguientes partes: miércoles de ceniza, los domingos I-II y III-V, las ferias de las semanas I-V, el domingo VI, las ferias II-IV de la semana santa y la misa crismal. Centremos la atención en el miércoles de ceniza.

    Miércoles de ceniza

    La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia (cf. Jn 3, 6; Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños, pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y que al polvo vamos.

    Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran rociados con cenizas los penitentes “públicos” como parte del rito de reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. Al desaparecer la penitencia “pública” allá en el siglo XI, la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los cristianos, que se reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

    El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el miércoles de ceniza: sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del rito de la ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la conversión y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.

    La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles, bendecidos el año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre muy antigua (siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal de victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas mismas ramas se han quemado y son ceniza: lo que fue signo de victoria y de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto en ceniza. Así es todo lo creado: polvo, ceniza, nada.

    Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la Cuaresma; a la vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo fieles a la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del misterio pascual de Jesucristo.

    El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el Evangelio”. La primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda es de nueva creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues mientras la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la ceniza-, la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su evangelio, actitud específica de la Cuaresma.

    El simbolismo
     

  • La condición débil y caduca del hombre, que marcha inexorablemente hacia la muerte, lo cual provoca pensamientos de honda meditación y humildad, y da a la vida cristiana seriedad en los planteamientos y compromisos. La ceniza es la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2, 7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3, 19). Por extensión representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abraham: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor” (Gn 18, 27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad (humildad viene de humus, tierra): polvo y ceniza son los hombres (Si 17, 32), “todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y al polvo retornan (Sal 104, 29). Por tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (42, 6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia.
     
  • La condición pecadora del hombre y la penitencia interior, la necesidad de conversión, la tristeza por el mal que habita en el corazón humano, la actitud de liberación de cuanto contradice la condición bautismal, y la decisión firme de emprender el camino que conduce a participar en la Muerte y Resurrección de Cristo. Además de caducos (primer significado), somos pecadores. Las lecturas del miércoles de ceniza (Jl 2, 2 Cor 5 y Mt 6) son llamadas apremiantes a la conversión: “Conviértanse de todo corazón…déjense reconciliar con Dios”. Se trata de iniciar un “combate cristiano contra las fuerzas del mal” (colecta). Y todos tenemos experiencia de ese mal. Por eso tienen sentido “estas cenizas que vamos a imponer sobre nuestras cabezas en señal de penitencia” (monición inicial). En la Biblia el gesto simbólico de la ceniza es uno de los más usados, como dijimos, para expresar la actitud de penitencia interior. Las malas noticias (la muerte de Elí, la de Saúl) las traen mensajeros con vestidos rotos y cubierta de polvo la cabeza (cf. 1 S 2, 12; 2 Sa 1, 2); las calamidades se afrontan con el mismo gesto: “Cuando Mardoqueo supo lo que pasaba (la amenaza contra el pueblo) rasgó sus vestidos, se vistió de saco y ceniza y salió por la ciudad lanzando grandes gemidos” (Estimado en Cristo, padre 4, 1): “Josué desgarró sus vestidos, se postró rostro en tierra y todos esparacieron polvo sobre sus cabezas y oraban a Yavé” (Jos 7, 6). Israel llora su mal con saco y ceniza, hay duelo, porque viene el saqueador sobre nosotros” (Jr 6, 26). La penitencia se manifiesta así: “retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y las cenizas” (Jb 42, 6). El ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza” (Jon 3, 5-6).
     
  • La oración (al estilo de Judit 9, 1, o de los hombres de Macabeo en 2 Mac 10, 25), la súplica ardiente al Señor para que venga en nuestro auxilio. Otras veces aparece la ceniza en la Biblia como expresión de una plegaria intensa, con la que se quiere pedir la salvación de Dios. Judit pide la liberación de su pueblo: “rostro en tierra, echó ceniza sobre su cabeza, dejó ver el saco que tenía puesto y clamó al Señor en alta voz” (Jdt 9, 1). Todo el pueblo se postró también ante Dios, “se cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron las manos ante el Señor” (Jdt 4, 11). “Los hombres del Macabeo, en rogativas a Dios, cubrieron de polvo su cabeza y ciñeron de saco su cintura, y pedían a Dios” (2 M 10, 25). Cuando la comunidad cristiana quiere empezar la “subida a Jerusalén”, unida a Cristo, y anhela verse liberada del mal y llena de la vida de la Pascua, es bueno que intensifique su oración con gestos como éste, que es a la vez acto de humildad, de conversión y de súplica ardiente ante el que todo lo puede, incluso llenar de vida nueva nuestra existencia.
     
  • La resurrección, dado que las cenizas de este día recuerdan no sólo que el hombre es polvo, sino también que está destinado a participar en el triunfo de Cristo. A través de la renuncia, de la cruz y de la muerte, Dios convierte la ceniza en trigo que cae en la tierra y produce fruto abundante: muriendo con Cristo al pecado, resucitaremos con Él a la nueva vida. Venimos del polvo, es cierto, y nuestro cuerpo mortal tornará al polvo. Pero eso no es toda nuestra historia ni todo nuestro destino. Nuestra ceniza tiene ya el germen de la vida nueva. Es ceniza pascual. Nos recuerda que la vida es cruz, muerte, renuncia, pero a la vez nos asegura que el programa pascual es dejarse alcanzar por la Vida Nueva y gloriosa del Señor Jesús. Como el barro de Adán, por el soplo de Dios, se convirtió en ser viviente, nuestro barro de hoy, por la fuerza del Espíritu que resucitó a Jesús está destinado también a la vida de Pascua. De las cenizas Dios saca vida. Como el grano de trigo que se hunde en la tierra. A través de la cruz, Cristo fue exaltado a la vida definitiva. A través de la cruz, el cristiano es también incorporado a la corriente de la vida pascual de Cristo. Por eso, Pablo nos anuncia que hoy es “un día de gracia y salvación” (segunda lectura).
     
  • La Pascua, pues la ceniza del comienzo de la cuaresma se encontrará con el agua purificadora en la Vigilia Pascual: lo que es signo de muerte y destrucción, se trocará en fuente de vida en la Vigilia Pascual, gracias a las aguas regeneradoras del Bautismo. La Cuaresma se convierte, desde su primer momento de ceniza en “sacramento de la Pascua”, en signo pedagógico y eficaz de un éxodo, de un “tránsito” de la muerte a la vida. La ceniza es el símbolo de que participamos en la cruz de Cristo, de que “el hombre es llamado a tomar parte en el dolor de Dios hasta la muerte del Hijo eterno el Viernes Santo” (Juan Pablo II, cuaresma de 1982), para con el pasar a la vida podamos llegar con el corazón limpio a la celebración del misterio pascual de Cristo, y alcanzar la imagen de Cristo resucitado.

    Por tanto, el miércoles de ceniza es una llamada a la conversión, como comunidad cristiana y como Iglesia. La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este “tiempo favorable” y a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo. Por eso, la Cuaresma debería ser como un “gran retiro espiritual” vivido por toda la Iglesia, porque es un itinerario penitencial, bautismal y pascual. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en la liturgia.

    Desde el Miércoles de Ceniza, se nos ofrece una serie de medios para llevar a cabo esta purificación y renovación interior: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión.

    CONCLUSIÓN

    Comencemos nuestro camino por el desierto con buen ánimo, y así llegaremos a la tierra prometida de la Pascua. Volvamos a la casa del Padre llevando en el corazón la confesión de nuestras culpas, como ese hijo pródigo.

    La Cuaresma es tiempo de oración intensa y alabanza prolongada; es tiempo de penitencia y ayuna. Es tiempo de obras de misericordia. Pero todo esto comienza por un profundo cambio de mentalidad y, más radicalmente, por la conversión del corazón.

    Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, para que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal.

 

 
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En Cuaresma, entrar y atrevernos a examinar nuestros sentimientos

 

Toda la Cuaresma, con su constante invitación a la conversión, es un hermoso recordatorio de cómo Dios nuestro Señor nos quiere, a todos y cada uno de nosotros, plenamente santos, absolutamente santos. “Purifíquense de todas sus iniquidades, renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor”.

La ley de santidad, que nos exige y que nos obliga a todos, se convierte en un imperativo al que nosotros no podemos renunciar. Pero seríamos bastante ingenuos si esta ley de santidad pretendiéramos vivirla alejados de lo que somos, de nuestra realidad concreta, de los elementos que nos constituyen, de las fibras más interiores de nuestro ser. Seríamos ingenuos si no nos atreviéramos a discernir en nuestra alma aquellas situaciones que pueden estar verdaderamente impidiendo una auténtica conversión. La conversión no es solamente ponerse ceniza, la conversión no es guardar abstinencia de carne, no es sólo hacer penitencias o dar limosnas. La conversión es una transformación absoluta del propio ser.

“Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud de la justicia, él mismo salva su vida si recapacita y se aparta de los delitos cometidos; ciertamente vivirá y no morirá”.
Esta frase del profeta Ezequiel nos habla de la necesidad de llegar hasta los últimos rincones de nuestra personalidad en el camino de conversión. Nos habla de la importancia de que no quede nada de nosotros apartado de la exigencia de conversión. Y si nosotros quisiéramos preguntarnos cuál es el primer elemento que tenemos que atrevernos a purificar en nuestra vida, el elemento fundamental sin el cual nuestra existencia puede ver truncada su búsqueda de santidad, creo que tendríamos que entrar y atrevernos a examinar nuestros sentimientos.

¡Cuántas veces son nuestros sentimientos los que nos traicionan! ¡Cuántas veces es nuestra afectividad la que nos impide lograr una real conversión! ¡Cuántos de nosotros, en el camino de santidad, nos hemos visto obstaculizados por algo que sentimos escapársenos de nuestras manos, que sentimos írsenos de nuestra libertad, que son nuestros sentimientos! Los sentimientos, que son una riqueza que Dios pone en nuestra alma, se acaban convirtiendo en una cadena que nos atrapa, que nos impide razonar y reaccionar; nos impiden tomar decisiones y afirmarnos en el propósito de conversión. La penitencia de los sentimientos es el camino que nos tiene que acabar llevando en todas las Cuaresmas, más aún, en la Cuaresma continua que tiene que ser nuestra existencia, hacia el encuentro auténtico con Dios nuestro Señor.

Jesucristo, en el Evangelio, nos habla de la importancia que tiene el ser capaces de dominar nuestros sentimientos para poder lograr una auténtica conversión. La Antigua Ley hablaba de que el que mataba cometía pecado y era llevado ante el tribunal, pero Cristo no se conforma simplemente con esto; Cristo va más allá en lo que tiene que ir haciendo plena a la persona. Jesucristo nos invita, como parte de este camino de conversión, a la purificación de nuestros sentimientos, a la penitencia interior cuando nos dice: “Todo el que se enoje con su hermano, será llevado hasta el tribunal”.

En cuántas ocasiones nosotros buscamos quién sabe qué mortificaciones raras y andamos pensando qué le podríamos ofrecer al Señor, y no nos damos cuenta de que llevamos una penitencia incorporada en nosotros mismos a través de nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de que nuestros sentimientos se convierten en un campo en el que nuestra vida espiritual muchas veces naufraga.

¡Cuántas veces nuestros anhelos de perfección se han visto carcomidos por los sentimientos! ¡Cuántas veces el interés por los demás, porque los demás crezcan, por ayudar a los demás, se ha visto arruinado por los sentimientos! ¡Cuántas veces un deseo de una mayor entrega, un interés por decirle a Cristo «sí» con más profundidad, se ha visto totalmente apartado del camino por culpa de los sentimientos! No porque ellos sean malos, porque son un don de Dios, y como don de Dios, tenemos que hacerlos crecer y enriquecernos con ellos. Pero, tristemente, cuántas veces esos sentimientos nos traicionan. Nuestra conversión, para que sea verdadera, para que sea plena, tiene que aprender a pasar por el dominio de nuestros sentimientos. Y para lograrlo, la gracia tiene que llegar tan hondo a nuestro interior, que incluso nuestros sentimientos se vean transfigurados por ella.

¿Cuál es el camino para esto? El camino es el examen: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene una queja contra ti […]”. Entrar constantemente dentro de nosotros mismos y vigilar nuestra alma es el camino necesario, ineludible para poder llegar a vivir esta penitencia de los sentimientos. Es el camino del cual no podemos prescindir para tener bien dominada toda esa corriente que son los sentimientos, de manera que no perdamos nada de la riqueza que ella nos pueda aportar, pero tampoco nos dejemos arrastrar por la corriente, que a veces puede llevarnos lejos de Dios nuestro Señor.

Para entrar en nosotros es necesario que la memoria y el recuerdo se transformen como en un espejo en el cual nuestra alma está siendo examinada, percibida constantemente por nuestra conciencia, para ver hasta qué punto el sentimiento está enriqueciéndome o hasta qué punto está traicionándome. Hasta qué punto el sentimiento está dándome plenitud o hasta qué punto el sentimiento me está atando a mí mismo, a mi egoísmo, a mis pasiones, a mis conveniencias.

Vigilar, estar atentos, recordar, pero al mismo tiempo, es fundamental que el camino de conversión no simplemente pase por una vigilancia, que nos podría resultar obscura y represiva, sino es necesario, también, que el camino de conversión pase por un enriquecimiento. Si alguien tendría que tener unos sentimientos ricos, muy fecundos, ése tendría que ser un cristiano, tendría que ser un santo, porque solamente el santo -el auténtico cristiano- potencia toda su personalidad impulsado por la gracia, para que no haya nada de él que quede sin redimir, sin ser tocado por la Cruz de Cristo.

Cristo, cuando está hablando a los fariseos les dice: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos”. No podemos quedarnos con una justicia del «no harás», tenemos que buscar una justicia del «hacer», del llevar a plenitud, del enriquecimiento, que es parte de nuestra conversión. Y en este sentido, tenemos que estar constantemente preguntándonos si ya hemos enriquecido todos nuestros sentimientos: el cariño, el afecto, la ternura, la compasión, la sensibilidad; todos los sentimientos que nosotros podemos tener de justicia, de interés, de preocupación; todos los sentimientos que podemos tener de acercamiento a los demás, de percepción de las situaciones de los otros. ¿Hasta qué punto nos estamos enriqueciendo buscando cada día darle más cercanía a la gracia de Cristo?

Dice el salmo: Perdónanos Señor y viviremos. En estas tres palabras podríamos encerrar esta penitencia de los sentimientos. Que el Señor nos perdone, es decir, que nos purifique. Llegar a limpiar los sentimientos de todo egoísmo, de toda preocupación por nosotros mismos, de toda búsqueda interesada de nosotros. Pero no basta, hay que vivir de ese perdón; de esa purificación tiene que nacer la vida y tiene que nacer un enriquecimiento nuestro y de los demás.

Miércoles de Ceniza: jornada de ayuno y oración

 

“Invito a todos a hacer del próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de forma especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la paz preserve al mundo de la locura de la guerra”, dijo el Papa en la audiencia del miércoles 23 de febrero.

De esta manera convocaba el Santo Padre a este día de cercanía desde la oración con el pueblo ucraniano que sufre los estragos de la guerra. Y de súplica con la práctica del ayuno ofrecido a Dios, para que se alcance la paz.

Con el Miércoles de Ceniza la Iglesia comienza el tiempo litúrgico de la Cuaresma, y con este signo reconoce que el hombre es nada sin el auxilio de Dios.  Por ello, aún más en estos trágicos hechos para la humanidad, debemos buscar el encuentro con Dios Misericordia y fuente paz.

El Papa Francisco también en su mensaje para esta Cuaresma, reflexiona sobre estas prácticas cristianas de la oración y el ayuno: «No nos cansemos de hacer el bien».

Recuerda el Pontífice que “Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos es una ilusión peligrosa”.

 

Y sobre la práctica del ayuno corporal, exhorta “no nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida”, fortaleciendo así el espíritu para luchar contra el pecado.

Asimismo, como fruto de la oración y el ayuno por la paz en Ucrania, se convierte en gesto de caridad por el hermano que sufre. “Pongamos en práctica el llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados”, dice Francisco.

Hagamos de la oración y el ayuno las armas que podrán vencer el pecado, e imploremos a Dios por la paz en el mundo, el fin de la guerra en Ucrania y en las otras naciones que viven la tragedia de la violencia armada.

 

 

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¿De qué tengo yo que arrepentirme?

Quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios Nuestro Señor.

 

La cuaresma es tiempo de arrepentimiento. Quizá a nosotros la llamada al arrepentimiento que es la Cuaresma, podría parecernos un poco extraña, un poco particular, porque podríamos pensar: ¿de qué tengo yo que arrepentirme?. Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecado. La conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí.

Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.

La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S. La Cuaresma es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta enfermedad puede ser quitada del alma.

Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: Purificar el corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.

Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la propia forma de existir.

Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la fuente de la felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la auténtica felicidad?.

Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué es lo qué Dios exige de mí? ¿Qué es lo que Dios quiere darme? ¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.

Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.

La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto podemos dar a los que están con nosotros.

Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de darse.

Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.

Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre por todos nosotros.

Cuaresma no es un fin en sí mismo.

Es un andar… un andar muy radical y que demanda mucho pero tiene una meta: se camina hacia la Pascua.

Este año la Cuaresma comienza marzo 2, con el Miércoles de Ceniza.

 

El horario de misas para el Miércoles de Ceniza, es el siguiente:

8:00am: español

12:00 del mediodía: español

6:00pm: ingles

8:00pm: español

 

Y como un signo externo, tanto personal como comunitario estamos invitados a traer las siguientes donaciones para las personas necesitadas:

Primer Domingo de Cuaresma, marzo 6: comidas enlatadas.

Segundo Domingo de Cuaresma, marzo 13: granos, pastas, azúcar, etc.

Tercer Domingo de Cuaresma, marzo 20: objetos de higiene personal pequeños y medias para los Desamparados.

Cuarto Domingo de Cuaresma, marzo 27: comida, leche y pañales para los bebés.

Quinto domingo de Cuaresma, abril 3: comidas enlatadas.

 

Parte del Ofertorio en la Iglesia Primitiva era el ofrecimiento de dones para los pobres. Continúemos esta santa tradición durante este Santo Tiempo de Cuaresma.

Lent is not an end in itself.

It is a journey… a very radical and demanding journey toward Easter.

This year Lent begins March 2nd, with Ash Wednesday.

 

Mass schedule for Ash Wednesday is as follow:

8:00am: Spanish

12:00 noon: Spanish

6:00pm: English

8:00pm: Spanish

 

As a personal as well as a communal external sign of this inner work we are invited to bring the following donations for those in need.

First Sunday of Lent, March 6: nonperishable items.

Second Sunday of Lent, March 13: grains, sugar, pastas, etc.

Third Sunday of Lent, March 20: Toiletries (small sizes) and socks for the homeless.

Fourth Sunday of Lent, March 27: Food, milk, and pampers for babies.

Fifth Sunday of Lent, April 3: nonperishable items.

 

Part of the offertory in the early Church Liturgies was the offering of  gifts for the poor.

Let us continue this holy tradition during this holy season of Lent.

Una oración recomendable para el tiempo de cuaresma:

Letanías de la humildad

El Cardenal Merry del Val, acostumbraba rezar estas Letanías diariamente, después de celebrar la Santa Misa

 

¡Oh Jesús! Manso y Humilde de Corazón,
escúchame:

del deseo de ser reconocido, líbrame Señor
del deseo de ser estimado, líbrame Señor
del deseo de ser amado, líbrame Señor
del deseo de ser ensalzado, ….
del deseo de ser alabado, …
del deseo de ser preferido, …..
del deseo de ser consultado,
del deseo de ser aprobado,
del deseo de quedar bien,
del deseo de recibir honores,

del temor de ser criticado, líbrame Señor
del temor de ser juzgado, líbrame Señor
del temor de ser atacado, líbrame Señor
del temor de ser humillado, …
del temor de ser despreciado, …
del temor de ser señalado,
del temor de perder la fama,
del temor de ser reprendido,
del temor de ser calumniado,
del temor de ser olvidado,
del temor de ser ridiculizado,
del temor de la injusticia,
del temor de ser sospechado,

Jesús, concédeme la gracia de desear:
-que los demás sean más amados que yo,
-que los demás sean más estimados que yo,
-que en la opinión del mundo,
otros sean engrandecidos y yo humillado,
-que los demás sean preferidos
y yo abandonado,
-que los demás sean alabados
y yo menospreciado,
-que los demás sean elegidos
en vez de mí en todo,
-que los demás sean más santos que yo,
siendo que yo me santifique debidamente.

Imprimatur: +James A.
McNulty, Obispo de Paterson, N.J.

 

Examen de conciencia sobre la humildad

¿Me doy cuenta y tengo siempre presente que nada soy y nada puedo sin Dios?

¿Consiento pensamientos de engreimiento, vanidad y auto-suficiencia, tales como: “qué bueno(a) soy”, “qué bien hice esto”, “qué capaz soy”, etc., sin darme cuenta que todo es obra de Dios en mí?

¿Busco de los demás aprobación y reconocimiento?

¿Me doy yo mismo aprobación y reconocimiento … o cualidades y logros los refiero siempre a Dios?

¿Hablo siempre de mí y de mis cosas?

¿Me gusta llevar la voz cantante?

¿Me molesto ante críticas, ataques y humillaciones?

¿Acepto y reconozco mis faltas cuando soy corregido o creo yo tener la razón?

Cuando sirvo, ¿me proyecto yo mismo o soy portador de Dios?

Cuando hablo ¿me dejo inspirar por Dios o es mi propio yo la fuente de inspiración?

¿Trato de llamar la atención con mi supuesta “sabiduría”?

 

 

 

 

33 Maneras de vivir profundamente la

Oración en Cuaresma

 

San Pablo nos motiva a que “oremos sin cesar”. Toda nuestra vida puede ser una oración si elevamos nuestra mente y corazón a Dios en cada momento y acción de nuestra vida. Lo central de la Cuaresma (y de nuestra vida entera) es que oremos lo más frecuente y profundamente que podamos. He aquí algunas maneras en que podrá incorporar la oración a lo largo de su día. Por favor, elija las que le ayuden a alcanzar esa meta.

 
 
  1. Repita una pequeña oración a lo largo del día. Puede ser: “Señor, ten misericordia de mí”, o “Jesús, ayúdame a conocerte y a hacer tu voluntad”. También puede usar sus propias palabras.
 
 
  1. Haga una lista de las cosas por las cuales está agradecido(a). Escriba diariamente diez cosas por las que está agradecido(a): familia, talentos, amigos, éxitos, etcétera.
 
 
  1. Ore por la gente que le hace pasar un mal rato. Hay días en los que estas personas sobreabundan.
 
 
  1. Repita continuamente las palabras de San Ignacio de Loyola: “Toma Señor y recibe toda mi libertad”.
 
 
  1. Utilice su imaginación al hacer oración. Imagínese usted mismo(a) como una de las personas que están frente a Jesús en una escena de los Evangelios. Imagine su respuesta y reacción al mensaje que ha escuchado de Jesús.
 
 
  1. Haga una lectura pausada de alguno de los cuatro relatos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Por ejemplo, puede leer Lucas 22,39 a 24,12.
 
 
  1. Convierta en oración alguna actividad amorosa que haga por los demás. Por ejemplo, cuando saca la basura de la casa, cambia el rollo de papel higiénico o le ayuda a su hijo a hacer la tarea. Hágalo de todo corazón y esa acción será una oración.
 
 
  1. Haga oración mientras realiza una caminata.
 
 
  1. Concédase tiempo para la meditación, para estar en calma por un momento, para vaciarse de las distracciones y para abrir su corazón a Dios.
 
 
  1. Participe en uno de los servicios litúrgicos que su parroquia ha organizado.
 
 
  1. Ore junto con su familia a la hora de los alimentos. Oren siempre por las personas necesitadas.
 
 
  1. Ore mientras realiza sus mandados. Pídale a Dios que le ayude a reconocer su presencia en cada uno de los lugares a los que se dirige.
 
 
  1. Cuando escuche o vea noticias respecto a alguien que está en problemas, ore por esa persona. Invite a sus hijos a que oren también por ella.
 
 
  1. Cuando esté en el mercado, ore por los campesinos y todas aquellas personas que hacen posible que los alimentos lleguen hasta su mesa.
 
 
  1. Al momento de acostarse, concédase un momento para orar por aquellas personas que no tienen hogar y que esa noche dormirán en la calle.
 
 
  1. Deje que una de sus canciones católicas favoritas se repita en su mente como una forma de oración. Seleccione una frase o palabras que tengan un significado especial para usted.
 
 
  1. Rece diariamente el rosario y otras oraciones que son parte de la tradición católica. Dese cuenta de que está uniendo su voz a millones de personas que han orado estas plegarias a lo largo de los siglos.
 
 
  1. Bendiga a sus hijos y a otros miembros de la familia cuando se retiran o regresan a casa. Trace sobre su frente la señal de la cruz.
 
 
  1. Ore en los momentos de mayor tráfico, especialmente cuando se encuentra con un mal conductor. Ore por él o ella y pídale a Dios que le ayude a mantener la calma a lo largo del día.
 
 
  1. Haga oración mientras está haciendo fila o cuando alguien lo ha puesto en llamada de espera. Ore por los servidores públicos que atienden a la gente todo el día.
 
 
  1. Ore mientas trabaja en el jardín; deje que esa actividad sea su oración.
 
 
  1. Si en su barrio puede escuchar las campanas de alguna iglesia, ore al escucharlas. Si no le es posible, ore al momento de escuchar otro sonido, por ejemplo, al timbrar el teléfono, cuando ladra algún perro o cuando suena el toque de salida en una fábrica cercana.
 
 
  1. Ore al escuchar el ruido de una sirena. Ore por las personas que posiblemente estén en un problema serio.
 
 
  1. Haga oración por las personas que necesita perdonar y que le cuesta mucho perdonar. Pida que disfruten las bendiciones que usted mismo espera recibir de Dios.
 
 
  1. Eleve una oración a Dios que le ayude a pedir perdón a las personas que ha herido de alguna manera.
 
 
  1. Ore por la persona que lo ha dirigido espiritualmente, sea que esté viva o muerta.
 
 
  1. Ore mientras lleva a pasear a su mascota.
 
 
  1. Si toca un instrumento musical, deje que ese momento sea su oración.
 
 
  1. Ore mientras crea una pieza de arte. Haga algo creativo cada día de la Cuaresma y hágalo para dar gloria a Dios.
 
 
  1. Ore por la persona desconocida quien, en este preciso momento está al borde del suicidio. Pídale a Dios que tranquilice a esa alma desolada.
 
 
  1. Escoja a un miembro de su familia nuclear o extendida y ore por él o ella a lo largo del día. Elija uno diariamente.
 
 
  1. Asista a misa siempre que pueda hacerlo. La Eucaristía es la oración más grande que tenemos los católicos y es un lugar seguro para encontrarse con Jesús.
 
 
  1. Al final del día, concédase un momento para agradecerle a Dios las gracias y bendiciones que recibió a lo largo del día.
 
 
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Cuaresma, tiempo para pedir al Señor misericordia

 
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 
En el centro de la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma está el tema de la luz. El Evangelio (cf. Jn 9,1-41) relata el episodio del ciego de nacimiento, al que Jesús da la vista.
 
Este signo milagroso es la confirmación de la afirmación de Jesús que dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (v. 5), la luz que ilumina nuestra oscuridad. Él opera la iluminación en dos niveles: uno física y otro espiritual: el ciego primero recibe la vista de los ojos y luego es llevado a la fe en el “Hijo del Hombre” (v. 35), es decir, en Jesús.
 
Hoy sería bueno que todos tomen el Evangelio de San Juan, capítulo nueve, y que lean este pasaje: es tan hermoso, y nos hará bien leerlo más de una vez. Los prodigios que Jesús realiza no son gestos espectaculares, sino que están destinados a conducir a la fe a través de un camino de transformación interior.
 
Los fariseos y los doctores de la ley se obstinan en no admitir el milagro, y dirigen al hombre sanado preguntas insidiosas. Pero Él los desconcierta con la fuerza de la realidad: “Una cosa sí sé: estaba ciego y ahora veo” (v. 25). Entre la desconfianza y la hostilidad de los que le rodean y le interrogan con incredulidad, hace un itinerario que lo lleva gradualmente a descubrir la identidad de aquel que le abrió los ojos y a confesar  su fe en Él. Al principio lo considera un profeta (cf. v. 17); luego lo reconoce como alguien que viene de Dios (cf. v. 33); finalmente lo acoge como el Mesías y se postra ante Él (cf. vv. 36-38). Comprendió que al darle la vista, Jesús “manifestó las obras de Dios” (cf. v. 3).
 
¡Que nosotros también podamos tener esta experiencia! Con la luz de la fe, el ciego descubre su nueva identidad. Ahora es una “nueva criatura”, capaz de ver su vida y el mundo que le rodea, bajo una nueva luz… porque ha entrado en comunión con Cristo, ha entrado en otra dimensión. Ya no es un mendigo marginado por la comunidad; ya no es esclavo de la ceguera y del prejuicio. Su camino de iluminación es una metáfora del camino de la liberación del pecado al que estamos llamados. El pecado es como un velo oscuro que cubre nuestro rostro y nos impide vernos claramente  a nosotros mismos y al mundo; el perdón del Señor nos quita este manto de sombra y oscuridad y nos da nueva luz.
 
La Cuaresma que estamos viviendo que sea un tiempo oportuno y precioso para acercarnos al Señor, pidiendo su misericordia, en las diferentes formas que la Madre Iglesia nos propone. El ciego curado, que ahora ve con los ojos del cuerpo y con los del alma, es imagen de cada bautizado, que inmerso en la gracia ha sido arrancado de las tinieblas y colocado en luz de la fe. Pero no basta con recibir la luz, hay que convertirse en luz. Cada uno de nosotros está llamado a acoger la luz divina para manifestarla con toda nuestra vida.
 
Los primeros cristianos, teólogos de los primeros siglos, decían que la comunidad de los cristianos, es decir, la Iglesia, es el “misterio de la luna”, porque daba luz pero no era luz propia, era la luz que recibía de Cristo. Nosotros también debemos ser “misterio de la luna”: dar la luz recibida del sol, que es Cristo, el Señor. San Pablo nos lo recuerda hoy:
 
“Compórtense, pues, como hijos de la luz; el fruto de la luz consiste en todo bien, justicia y… verdad” (Ef 5:8-9). La semilla de la nueva vida puesta en nosotros en el Bautismo es como la chispa de un fuego, que nos purifica en primer lugar, quemando el mal en nuestros corazones, y nos permite brillar e iluminar con la luz de Jesús.
 

Que María Santísima nos ayude a imitar al ciego del Evangelio, para que seamos inundados con la luz de Cristo y emprender con él el camino de la salvación.

 
 

 

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¿Cómo recorrer bien estos días de Cuaresma?

¿De qué me voy a convertir?

 
 
Hemos comenzado la Cuaresma, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe y redescubramos la alegría de vivir siguiendo los pasos de Jesús. Tenemos por delante un camino marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría de la Pascua.
 
Hemos escuchado en la primera lectura un texto del profeta Joel que nos llama a la conversión: «Ahora –oráculo del Señor– convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (Jl 2,12-13)
 
Son palabras pronunciadas por el profeta cuando Judá se encontraba sumida en una crisis profunda. Su territorio estaba desolado. Había pasado una plaga de saltamontes, que había arrasado todo: se habían comido todo lo que crecía en el campo, hasta los brotes de las viñas. Habían perdido por completo todas las cosechas y los frutos del año. Ante esas desgracias Joel invita al pueblo a reflexionar sobre su modo de vivir en los años anteriores. Cuando todo les iba bien, se habían olvidado de Dios, no rezaban, y se habían olvidado del prójimo. Contaban con que la tierra daba sus frutos por sí misma y les parecía que no le debían nada a nadie. Estaban cómodos haciendo lo que hacían y no se planteaban que fuera necesario vivir la vida de otra forma.
 
La crisis que estaban padeciendo, les sugiere Joel, debía hacerlos caer en la cuenta de por sí mismos, de espaldas a Dios, nada podían hacer. Si tenían paz y comida, no era por sus propios méritos. Todo eso es un don de Dios, que es necesario agradecer. De ahí la llamada urgente a que cambien: convertíos de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto, rasgad los corazones: ¡cambiad!
 

Al escuchar esas palabras tan fuertes del profeta, tal vez podemos pensar: Vale, vale, que cambien los habitantes de Judea, pero yo no tengo que cambiar: ¡estoy muy a gusto como estoy! Hace mucho tiempo que no he visto ni un saltamontes, tengo cosas ricas que comer y beber todos los días, tengo varias pelis pendientes de ver, esta semana tengo varios partidos que voy a ganar,… y no tengo prisa porque todavía los finales están muy lejos y ya estudiaré en serio cuando lleguen.

 
 
No sé a vosotros, pero a mí siempre me da mucha pereza ponerme en serio a cambiar algo en cuaresma. La verdad, de suyo no es un tiempo especialmente simpático como, por ejemplo, la Navidad.
 
Al escuchar el Salmo responsorial tal vez hemos pensado algo parecido: «Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados». E incluso al repetir «Misericordia, Señor, hemos pecado», tal vez se nos ocurría por dentro decir: Pero si yo no tengo pecados, … en todo caso «pecadillos». No le hago mal a nadie, no he robado ningún banco, no he matado a nadie, en todo caso, sólo «cosillas» de poca importancia. Y, además, no tengo nada contra Dios, no he querido ofenderlo. ¿Por qué voy a decir que he pecado ni a mendigar su misericordia?
 

Si vemos así las cosas, las palabras de San Pablo en la segunda lectura, nos pueden sonar a repetitivas, pero subiendo el tono, presionando: «Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios».

 
 
¿Tan importante soy y tanta importancia tiene lo que yo haga, que hoy todos vienen contra mí: el profeta Joel, David con su Salmo, y San Pablo presionando?
 

Pues la verdad es que sí, para el Señor soy importante. Ninguno de nosotros le resulta indiferente a Dios, no somos un número más de los millones de personas que hay en el mundo. Soy yo, eres tú. Alguien en quien está pensando, a quien echa un poco de menos, con quiere hablar.

 
 
¿No te ha dado alegría alguna vez, al salir cansado de clase, recibir un mensaje en el móvil de alguien que te cae bien y que te pregunta: ¿Tienes algún plan esta tarde? ¡Bien! ¡por fin! ¡alguien que piensa en mí! En general, una de las cosas que dan más gusto es comprobar que hay gente que nos quiere, que piensa en nosotros, y nos llama para que nos veamos y pasemos juntos un rato agradable.
 
Esta semana me encontré leyendo la Biblia unas palabras de amor humano, que son divinas. Son el estribillo de una canción del Cantar de los Cantares que le canta el amado a su amada. Dicen así: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta que te quiero ver» (Cant 7,1).
 
En realidad parece que más que cantar invitan a bailar: «¡Vuélvete, vuélvete, Sulamita! Date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». En hebreo suena bien: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… hasta tiene su ritmo. El verbo šubsignifica «volver, darse la vuelta», pero es el verbo que en la Biblia Hebrea también significa «convertirse».
 
Esas palabras del Cantar nos ayudan a comprender lo que está pasando hoy. Dios, el amado, nos invita a cada uno a bailar diciéndonos: «conviértete, date la vuelta, que te quiero ver».
 

La invitación a la conversión no es la riña de alguien exigente que está enfadado con lo que hacemos, sino una llamada amorosa a que demos media vuelta para encontrarnos cara a cara con el Amor. Nadie nos empuja para reñirnos. Alguien que nos quiere se ha acordado de nosotros y nos envía un mensaje para que nos veamos y hablemos a fondo, abriendo el corazón.

 
 
Bien. Pero, en cualquier caso, «no tengo pecados» ¿de qué me voy a convertir?
 
Hay muchos modos de explicar lo que es el pecado, pero me parece que también la Sagrada Escritura nos ayuda a aclararnos con lo que es.
 
En hebreo «pecado» se dice jattat. ¿Sabéis cuál es en la Biblia el antónimo, la palabra que expresa el concepto apuesto a jattat? En español tal vez diríamos que lo contrario de pecado es «buena acción», o algún teólogo diría que «gracia». En hebreo, el antónimo de jattat es šalom, paz. Esto quiere decir que para la Biblia ni «pecado» ni «paz» son exactamente lo mismo que para nosotros.
 
En el libro de Job se dice que aquel hombre al que Dios invita a reflexionar y cambia, experimentará šalom (la paz) en su tienda y cuando revisen su morada, no habrá jattat (no faltará nada) (cfr. Jb 5,24). Eran nómadas y para ellos la tienda era su casa. Una casa está en «pecado» cuando falta algo necesario o cuando lo que hay está desordenado. Está en «paz» cuando da gusto verla y estar allí: todo bien instalado, limpio y en su sitio.
 
Cuando nos miramos por dentro, tal vez nuestra alma y nuestro corazón están como nuestra habitación o como el piso en que vivimos: con la cama si hacer, la mesa sin quitar los restos de la cena, con unos periódicos tirados por encima del sofá, o el fregadero lleno de platos esperando que alguien los lave. ¡Qué a gusto se queda el alma y el corazón cuando limpiamos los cacharros, y ponemos orden! Por eso en la confesión, cuando hacemos zafarrancho de limpieza en el jattat que llevamos por dentro, nos dan la absolución y nos dicen «vete en paz (šalom)», estás en orden.
 
Hoy, que comenzamos la cuaresma, el Señor nos llama con amor: šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «vuélvete, date la vuelta que te quiero ver». Él nos quiere y nos conoce bien. Sabe que a veces somos un poco descuidados, y quiere ayudarnos a hacer limpieza para que recuperemos la serenidad, la paz y la alegría.
 

Por eso es por lo que San Pablo nos insiste con tanta con fuerza: «en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios», y ¿para qué retrasarlo? ¿por qué dejarlo para otro día? San Pablo también nos conoce y nos mete prisa: «mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación». Hoy. 22 de febrero de 2012. Miércoles de ceniza. Aquí mismo tenemos confesores, ahí arriba, que en cinco minutos nos ayudarán a ponernos en forma.

 
 
Y, una vez, con todo en orden, ¿cómo recorrer bien estos días de Cuaresma?
 
En el Evangelio de la Misa hemos escuchado que Jesús mismo nos da unas pistas interesantes para concretar unos propósitos que nos ayuden a redescubrir la alegría de amar a Dios y a los demás.
 
Lo primero que nos sugiere es que nos demos cuenta de que hay mucha gente necesitada a nuestro alrededor, cerca y lejos de nosotros, y no podemos quedar indiferentes ante quienes sufren.
 
En la primera lectura recordábamos que, ante la crisis de los saltamontes en Judea, Joel decía que es necesario rasgarse el corazón, compartir el sufrimiento con los que padecen.
 
Hoy día estamos viviendo en una profunda crisis económica. Más de cinco millones y medio de personas están en paro en España. Muchos sufren, sufrimos con ellos, la falta de trabajo y todas las necesidades que esto trae consigo. No podemos desentendernos de sus problemas, como si no pasara nada, ni cerrar nuestro corazón. Deben notar que estamos con ellos.
 
También en otros lugares del mundo la vida diaria es todavía más difícil que aquí, y necesitan ayuda urgente. «Cuando hagas limosna –dice Jesús–, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará» (Mt 6,3-4). Generosidad: este es un primer buen propósito para la Cuaresma.
 
También hay otro tipo de «limosna», que no lo parece, porque es muy discreta, pero es muy necesaria. En su mensaje para la Cuaresma de este año, Benedicto XVI nos hace notar que «hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos».
 
Ese modo eficaz de «limosna» al que se refiere el Papa es la corrección fraterna: ayudarnos unos a otros a descubrir lo que no va bien en nuestras vidas, o lo que puede ir mejor. Algo que tal vez no hacemos mucho hasta ahora, pero que es bien necesario y útil. «Pienso aquí –dice el Papa– en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien».
 
Aunque debamos superar la impresión de que nos estamos metiendo en la vida de los demás, no podemos olvidar que, sigo citando a Benedicto XVI, «es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cfr. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros».
 
Junto a la limosna, la oración. «Tú –nos dice Jesús–, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará» (Mt 6,6). La oración no es la mera recitación mecánica de unas palabras que aprendimos de pequeños, es tiempo de diálogo amoroso con quien tanto nos quiere. Son conversaciones íntimas donde el Señor nos anima, nos conforta, nos perdona, nos ayuda a poner orden en nuestra vida, nos sugiere en qué podemos ayudar a los demás, nos llena de ánimos y alegría de vivir.
 
Y, en tercer lugar, junto a la limosna y la oración, el ayuno. No tristes, sino alegres, como Jesús nos sugiere también en el Evangelio de hoy: «Tú cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6,17-18).
 
Actualmente mucha gente ayuna, se priva de cosas apetecibles, y no por motivos sobrenaturales, sino por guardar la línea o mejorar su forma física. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los cristianos es, en primer lugar, una «terapia» para curar todo lo que nos dificulta ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios.
 
En una cultura en la que no nos falta de nada, pasar algún día un poco de hambre es muy bueno, y no sólo para la salud del cuerpo. También de la del alma. Nos ayuda a hacernos cargo de lo mal que lo pasan tantas personas que no tienen que comer.
 
Es verdad que ayunar es abstenerse de comer, pero la práctica de piedad recomendada en la Sagrada Escritura, comprende también otras formas de privaciones que ayudan a llevar una vida más sobria.
 
Por eso, también es bueno que ayunemos de otras cosas que no son necesarias pero que nos cuesta prescindir de ellas.
 
Por ejemplo, podríamos hacer un ayuno de Internet limitándonos a usar la red lo necesario para el trabajo, y prescindiendo de navegar sin rumbo. Nos vendría bien para tener la cabeza despejada, leer libros y pensar en cosas interesantes.
 
También podríamos hacer ayuno de salir de copas en el fin de semana, le vendría bien a nuestro bolsillo, y estaríamos más frescos para hablar tranquilamente con los amigos.
 

O podríamos ayunar de ver películas y series en días entre semana, le vendría muy bien a nuestro estudio.

 
 
¿Pasaría algo si ayunásemos todo un día de mp3 y formatos parecidos, y fuésemos por la calle sin auriculares, escuchando el viento y el canto de los pájaros?
 
Privarse del alimento material que nutre el cuerpo, del alcohol que alegra el corazón, del ruido que llena los oídos y las imágenes que se suceden rápidamente sobre la retina, facilita una disposición interior a mirar a los demás, a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
 
Dentro de unos momentos, los sacerdotes y diáconos impondrán la ceniza sobre nuestras cabezas mientras dicen: «Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás». No son palabras para asustarnos haciéndonos pensar en la muerte, sino para ponernos en la realidad y ayudarnos a encontrar la felicidad. Solos no somos nada: polvo y ceniza. Pero Dios ha diseñado para cada una y cada uno una historia de amor para hacernos felices. Como decía el poeta Francisco de Quevedo, refiriéndose a aquellos que han vivido cerca de Dios en su vida, que mantendrán su amor constante más allá de la muerte, «polvo serán, más polvo enamorado».
 
Comenzamos el tiempo de cuaresma. Un tiempo alegre y festivo de dar la vuelta para dirigirnos al Señor y verlo cara a cara. šubi, šubi šulamit, šubi, šubi… «¡Vuélvete, vuélvete –nos dice una vez más–, date la vuelta, date la vuelta, que te quiero ver». No son días tristes. Son días para dejar paso al Amor.
 
A la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos acogemos para que al contemplar la realidad de nuestra vida, aunque sean patentes nuestras limitaciones y defectos, veamos la realidad: «polvo seremos, más polvo enamorado».
 
 
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Una Cuaresma Bien Vivida

 
 
¿Cuántas Cuaresmas hemos vivido sin realmente entenderla a profundidad? La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua, la espera de la Semana Mayor, como la conocemos. Son cuarenta días, época perfecta para reflexionar sobre nuestra actitud como cristianos y demostrar también nuestra fe. El Papa Benedicto XVI nos recordó que “la Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia”.
 
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza. En este día las iglesias se desbordan con fieles. El sacerdote nos coloca una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior. Las frases usadas por el sacerdote al colocarnos este signo son: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” y “Del polvo eres y al polvo volverás”. La Cuaresma es un tiempo penitencial por excelencia, así que es el momento propicio para hacer una buena confesión.
 
Una práctica ya casi olvidada pero muy importante en este tiempo es el ayuno y la abstinencia. El ayuno es obligación los días Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, cuando se pide hacer una sola comida; es obligatorio para los mayores de edad hasta los 59 años. La abstinencia se refiere a la prohibición de comer carnes rojas los viernes de Cuaresma y es para todos los católicos desde los 14 años de edad hasta la muerte, en honor a la Pasión de Jesús. La abstención también puede ser de bebidas alcohólicas, cigarrillo y fiestas, o de cualquier cosa que te guste y sea para ti un esfuerzo el dejar de consumirlo.
 
Recordemos que las tres grandes prácticas en Cuaresma son la oración, la mortificación y la caridad. Una práctica importante es la limosna. Has limosnas de acuerdo a tus posibilidades. Hay muchas fundaciones caritativas que están necesitadas y recibirán felices tus donaciones económicas. Como dijo el Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma del 2014: “Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. Más todavía, Benedicto XVI dijo que “La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad”. Otro ejercicio de piedad en esta época es el Via Crucis, trata de hacerlo una vez a la semana, verás cómo tu corazón se une más a Cristo.
 

Hay algunas cosas que cambian en la iglesia y durante la misa en estos estos 40 días. Por ejemplo, date cuenta que a partir de ahora se va a mantener una mayor austeridad dentro de la iglesia, suprimiendo flores y elementos decorativos innecesarios. Pon atención cuando te encuentres en misa y verás que se ha omitido el himno del “Gloria”. Además, antes de la proclamación del evangelio, el canto del “Aleluya” se substituye por alguna otra aclamación a Cristo.

 
 
La Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor filial a la Madre de Dios, que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, es por eso que se promueven ciertas devociones marianas propias de esta época: “Los siete dolores de Santa María Virgen” es una de ellas. Como lo recuerda el Papa Benedicto XVI “la Cuaresma es un tiempo propicio para aprender a permanecer con María y Juan, el discípulo predilecto”.
 
Todo este tiempo de preparación y de reflexión tiene como culmen la Semana Santa, que comienza el Domingo de Ramos, recordando la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. El Jueves Santo conmemoramos la Última Cena del Señor, antes de ser entregado por Judas en el Huerto de los Olivos. Según la tradición, el lavatorio de los pies que se realiza este día, se lo hace a 12 hombres representativos de la comunidad y significa el servicio y el amor del Señor Jesús que ha venido “no para ser servido, sino para servir”. Luego de la oración de la comunión, comienza una procesión en la que se lleva el Santísimo Sacramento hacia un lugar de la reserva diferente al sagrario.
 
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. Este día es el único del año en que no se celebra la eucarística. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas, ni adornos. El sacerdote va de rojo, color de los mártires, recordando que Jesús es el primero en dar su vida por la Iglesia. Después de la celebración se pasa a una acción simbólica muy expresiva: la veneración de la Santa Cruz.
 
El Sábado Santo la comunidad cristiana vela junto al sepulcro en silencio. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La celebración es el sábado por la noche con una vigilia en honor del Señor de manera que los fieles se los encuentre en vela. La misa es en la noche, el sacerdote ingresa con el cirio pascual a iluminar la iglesia que permanece a oscuras.
 
El Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual celebramos del triunfo de Cristo sobre la muerte. Es la feliz conclusión de la Pasión. La Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. Es el día de la esperanza universal en torno al Resucitado. Ese día podemos decir junto con San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe”.
 

 

No dejemos que estos 40 días se pasen volando sin hacer un verdadero examen de conciencia sobre lo que significa para cada uno de nosotros ser cristianos en el mundo de hoy. Vivámosla a plenitud en compañía de Nuestra querida Madre, la Virgen María.
 
 
 

¿Cómo vivir mejor las 3 dimensiones fundamentales de la Cuaresma?

 
 
El sacerdote, escritor y funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, Mons. Florian Kolfhaus, compartió algunos consejos para vivir las 3 dimensiones fundamentales de la Cuaresma: el ayuno, la oración y la limosna.
 
En una columna publicada en CNA Deutsch -agencia alemana del Grupo ACI-, el presbítero indicó que los cristianos “no somos maestros yogis que deban realizar prácticas ascéticas exigentísimas” en los 40 días de preparación para la Pascua.
 
Por el contrario, precisó, “somos discípulos de Jesús que debemos experimentar la pobreza espiritual y a veces material, para dejar así que el Señor nos gratifique”.
 

Aquí presentamos varios consejos de Mons. Kolfhaus para que el Señor nos colme con su gracia mientras vivimos el ayuno, la oración, la limosna y el ofrecimiento de obras.

 
 
  1. Ayuno

En lo referente al ayuno, dijo, “no se trata solo de lo que se refiere a la comida”, sino también a “la renuncia de la televisión, celular y radio, a dejar de usar el auto privado para subirnos al transporte público”.

No obstante, el sacerdote aseguró que el abstenerse de alimentos tiene un “significado especial” en la Sagrada Escritura.

“Jesús mismo ayunó 40 días en el desierto hasta sentir hambre. Tampoco nosotros deberíamos asustarnos con la Cuaresma, con el sentir hambre, pues a través de este ofrecimiento, tal como promete el Señor, podemos hacer que nuestra oración produzca muchos más frutos”, detalló.

Además, aseguró que el ayuda “puede tomar diversas formas” como una sola comida fuerte y dos pequeños refuerzos (es la prescripción cuaresmal de la Iglesia para el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo), comer solo pan y agua (o tal vez frutas y verduras) o esperar hasta la noche para tomar una comida fuerte.

“Por supuesto, la renuncia a las golosinas y dulces, al café y el alcohol son ofrecimientos que le hacen bien a la salud corporal, y que a veces pueden significarnos mayor dolor que el ayuno propiamente”, añadió.

 
 
  1. Oración

El presbítero indicó que la oración es “punto central” de este tiempo de preparación para la Pascua, entendiendo oración como “encuentro personal con Dios”.

Por tal motivo, recomendó levantarse 10 minutos antes para comenzar el día con Dios en oración; visitar cada día, al menos de forma breve, una iglesia y adorar el Santísimo; rezar el Rosario diariamente o el Vía Crucis los días viernes; y agradecer a Dios cada día incluso en los momentos difíciles.

Asimismo, para estar mejor preparados para orar, alentó a colocar sobre el escritorio una imagen de Jesús o un crucifijo para tener al Señor siempre presente; leer diariamente las Sagradas Escrituras memorizando versículos; y leer un buen libro espiritual antes de irnos a dormir.

 
 
  1. Limosna

“Bajo la idea de limosna entendemos las buenas obras que hacemos por los demás. La cuaresma es una escuela activa de amor al prójimo”, explica Mons. Kolfhaus.

En ese sentido, exhortó a hacer una buena obra cada día. Por ejemplo, rezando por las víctimas de las guerras y catástrofes naturales; dando limosna al mendigo o donando objetos que sean importantes y valiosos.

Mons. Kolfhaus también se refirió a la donación de tiempo, es decir, separar tiempo en el día para conversar con algún vecino, llamar a antiguos conocidos, escribir cartas o ser paciente con colegas de trabajo.

 
 
Ofrecimientos o mortificaciones
 
Según Mons. Kolfhaus, Nuestro Señor Jesús, “quien estuvo sediento en la Cruz, puede ser consolado por nosotros, cuando le ofrecemos nuestro amor, manifestándoselo al cargar con nuestra propia Cruz”.
 
“No se trata de grandes sufrimientos o dolores, sino de grandes manifestaciones de amor. Más importante que la ofrenda en sí son el amor y la confianza”, destacó.
 
El presbítero sostuvo que durante esta Cuaresma, los fieles pueden “cargar su cruz” soportando pacientemente las enfermedades o los problemas.
 
Indicó, además, que uno puede ser creativo con los ofrecimientos, por ejemplo, no hablando mal de los demás, ducharse con agua fría, renunciar a comidas o bebidas que gustan, subir las escaleras en vez de utilizar el ascensor.
 

En la vida religiosa, Mons. Kolfhaus destacó algunas opciones como hacer recorridos largos a pie rezando el Rosario, rezar de rodillas, rezar abriendo los brazos o hacer peregrinaciones cortas a pie.

 
 
 
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¿Qué es la abstinencia y cómo se practica?

 

La abstinencia es un gesto penitencial en el que los fieles se privan o abstienen voluntariamente de comer carne.

Proviene de la palabra del latín “abstinentia” y al realizar este sacrificio la persona hace –en espíritu, alma y cuerpo– un acto de reparación por el daño ocasionado por el pecado y para el bien de la Iglesia.

El Código de Derecho Canónico indica que “todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia”, con el fin de que “se nieguen a sí mismos”.

“Para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad”, señala el canon 1249.

 
 
En el Canon 1253, la Iglesia señala que cada Conferencia Episcopal puede determinar los modos de observar el ayuno y la abstinencia, así como “sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad”.
 
En declaraciones a ACI Prensa, el Donato Jiménez explicó el origen de la práctica de la abstinencia.
 
Dijo que antiguamente preparar una comida que incluyera carnes era costoso y se consideraba “suculento”. Por ello, “una forma de ayunar y una forma de austeridad era no comer carne”.
 

Agregó que en la actualidad la abstinencia implica no solo “privarnos de carne sino de otros manjares exquisitos”, como la comida rápida, los dulces, los snacks y otras opciones gastronómicas agradables.

 
 
Abstenerse no es lo mismo que ayunar
 
El ayuno consiste en reemplazar la comida fuerte del día (el almuerzo) por pan y agua. Los católicos que tienen entre 18 y 59 años de edad están obligados a practicarlo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Si la persona tiene problemas de salud, puede ingerir comidas sobrias.
 
 
 

Tus preguntas sobre la Cuaresma

 
 

¿QUÉ ES LA CUARESMA?
Llamamos Cuaresma al período de cuarenta días (quadragesima) reservado a la preparación de la Pascua, y señalado por la última preparación de los catecúmenos que deberían recibir en ella el bautismo.

 
 

¿DESDE CUÁNDO SE VIVE LA CUARESMA?
Desde el siglo IV se manifiesta la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

 
 

¿POR QUÉ LA CUARESMA EN LA IGLESIA CATÓLICA?
“La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto” (n. 540).

 
 

¿CUÁL ES, POR TANTO, EL ESPÍRITU DE LA CUARESMA?
Debe ser como un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales, con la purificación del corazón, una práctica perfecta de la vida cristiana y una actitud penitencial.

 
 

¿QUÉ ES LA PENITENCIA?
La penitencia, traducción latina de la palabra griega metanoia que en la Biblia significa la conversión (literalmente el cambio de espíritu) del pecador, designa todo un conjunto de actos interiores y exteriores dirigidos a la reparación del pecado cometido, y el estado de cosas que resulta de ello para el pecador.
Literalmente cambio de vida, se dice del acto del pecador que vuelve a Dios después de haber estado alejado de Él, o del incrédulo que alcanza la fe.

 
 

¿QUÉ MANIFESTACIONES TIENE LA PENITENCIA?
“La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el AYUNO, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1 Pedro, 4,8.).” (Catecismo Iglesia Católica, n. 1434).

 
 

¿ESTAMOS OBLIGADOS A HACER PENITENCIA?
“Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia.” (Código de Derecho Canónico, cánon 1249).

 
 

¿CUÁLES SON LOS DÍAS Y TIEMPOS PENITENCIALES?
“En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.” (Código de Derecho Canónico, cánon 1250).

 
 

¿QUÉ DEBE HACERSE TODOS LOS VIERNES DEL AÑO?
En recuerdo del día en que murió Jesucristo en la Santa Cruz, “todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.” (Código de Derecho Canónico, cánon 1251).

 
 

¿CUÁNDO ES CUARESMA?
La Cuaresma comienza el Miércoles de ceniza y concluye inmediatamente antes de la Misa Vespertina in Coena Domini. (jueves santo). Todo este período forma una unidad, pudiéndose distinguir los siguientes elementos:
1) El Miércoles de ceniza,
2) Los domingos, agrupados en el binomio, I-II; III, IV y V; y el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor,
3) La Misa Crismal y
4) Las ferias.

 
 

¿QUÉ ES EL MIÉRCOLES DE CENIZA?
Es el principio de la Cuaresma; un día especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de CONVERSIÓN a Dios.
Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza, expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y creer de verdad en el Evangelio.

 
 

¿CUÁNDO TIENE ORIGEN LA PRÁCTICA DE LA CENIZA?
El origen de la imposición de la ceniza pertenece a la estructura de la penitencia canónica. Empieza a ser obligatorio para toda la comunidad cristiana a partir del siglo X. El liturgia actual, conserva los elementos tradicionales: imposición de la ceniza y ayuno riguroso.

 
 

¿CUÁNDO SE BENDICE E IMPONE LA CENIZA?
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar dentro de la Misa, después de la homilía; aunque en circunstancias especiales, se puede hacer dentro de una celebración de la Palabra. Las fórmulas de imposición de la ceniza se inspiran en la Escritura: Gn, 3, 19 y Mc 1, 15.

 
 

¿DE DÓNDE PROVIENE LA CENIZA?
La ceniza procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior, siguiendo una costumbre que se remonta al siglo XII. La fórmula de bendición hace relación a la condición pecadora de quienes la recibirán.

 
 

¿CUÁL ES EL SIMBOLISMO DE LA CENIZA?
El simbolismo de la ceniza es el siguiente:
a) Condición débil y caduca del hombre, que camina hacia la muerte;
b) Situación pecadora del hombre;
c) Oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda;
d) Resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en el triunfo de Cristo;

 
 

¿A QUÉ NOS INVITA LA IGLESIA EN LA CUARESMA?
La Iglesia persiste en invitarnos a hacer de este tiempo como un retiro espiritual en el que el esfuerzo de meditación y de oración debe estar sostenido por un esfuerzo de mortificación personal cuya medida, a partir de este mínimo, es dejada a la libertad generosidad de cada uno.

 
 

¿QUÉ DEBE SEGUIRSE DE VIVIR LA CUARESMA?
Si se vive bien la Cuaresma, deberá lograrse una auténtica y profunda CONVERSIÓN personal, preparándonos, de este modo, para la fiesta más grande del año: el Domingo de la Resurrección del Señor.

 
 

¿QUÉ ES LA CONVERSIÓN?
Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del mal, para establecer la amistad con el Creador.
Supone e incluye dejar el arrepentimiento y la Confesión (ver el impreso Guía de la Confesión) de todos y cada uno de nuestros pecados.
Una vez en gracia (sin conciencia de pecado mortal), hemos de proponernos cambiar desde dentro (en actitudes) todo aquello que no agrada a Dios.

 
 

¿POR QUÉ SE DICE QUE LA CUARESMA ES UN “TIEMPO FUERTE” Y UN “TIEMPO PENITENCIAL?
“Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de CUARESMA, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).” (Catecismo Iglesia Católica, n. 1438)

 
 

¿CÓMO CONCRETAR MI DESEO DE CONVERSIÓN?
De diversas maneras, pero siempre realizando obras de conversión, como son, por ejemplo:
1. Acudir al Sacramento de la Reconciliación (Sacramento de la Penitencia o Confesión) y hacer una buena confesión: clara, concisa, concreta y completa.
2. Superar las divisiones, perdonando y crecer en espíritu fraterno.
3. Practicando las Obras de Misericordia.

 
 

¿CUÁLES SON LAS OBRAS DE MISERICORDIA?
Las Obras de Misericordia espirituales son:
• Enseñar al que no sabe.
• Dar buen consejo al que lo necesita.
• Corregir al que yerra.
• Perdonar las injurias.
• Consolar al triste.
• Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas del prójimo.
• Rogar a Dios por los vivos y los muertos
• Las Obras de Misericordia corporales son:
• Visitar al enfermo.
• Dar de comer al hambriento.
• Dar de beber al sediento.
• Socorrer al cautivo.
• Vestir al desnudo.
• Dar posada al peregrino.
• Enterrar a los muertos.

 
 

¿QUÉ OBLIGACIONES TIENE UN CATÓLICO EN CUARESMA?
Hay que cumplir con el precepto del AYUNO y la ABSTINENCIA, así como con el de la CONFESIÓN y COMUNIÓN anual.

 
 

¿EN QUÉ CONSISTE EL AYUNO?
El AYUNO consiste en hacer una sola comida al día, aunque se puede comer algo menos de lo acostumbrado por la mañana y la noche. No se debe comer nada entre los alimentos principales, salvo caso de enfermedad.

 
 

¿A QUIÉN OBLIGA EL AYUNO?
Obliga vivir la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que tengan cumplido cincuenta y nueve años. (cfr. CIC, c. 1252).

 
 

¿QUÉ ES LA ABSTINENCIA?
Se llama abstinencia a privarse de comer carne (roja o blanca y sus derivados).

 
 

¿A QUIÉN OBLIGA LA ABSTINENCIA?
La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años. (cfr. CIC, c. 1252).

 
 

¿PUEDE CAMBIARSE LA PRÁCTICA DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA?
“La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.” (Código de Derecho Canónico, cánon 1253).

 
 

¿QUÉ ES LO QUE IMPORTA DE FONDO DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA?
Debe cuidarse el no vivir el ayuno o la abstinencia como unos mínimos, sino como una manera concreta con la que nuestra Santa Madre Iglesia nos ayuda a crecer en el verdadero espíritu de penitencia.

 
 
¿QUÉ ASPECTOS PASTORALES CONVIENE RESALTAR EN LA CUARESMA?
El tiempo de Cuaresma es un tiempo litúrgico fuerte, en el que toda la Iglesia se prepara para la celebración de las fiestas pascuales. La Pascua del Señor, el Bautismo y la invitación a la reconciliación, mediante el Sacramento de la Penitencia, son sus grandes coordenadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se sugiere utilizar como medios de acción pastoral:
1) La catequesis del Misterio Pascual y de los sacramentos;
2) La exposición y celebración abundante de la Palabra de Dios, como lo aconseja vivamente el canon. 767, & 3, 3)
3) La participación, de ser posible diaria, en la liturgia cuaresmal, en las celebraciones penitenciales y, sobre todo, en la recepción del sacramento de la penitencia: “son momentos fuertes en la práctica penitencial de la Iglesia” (CEC, n. 1438), haciendo notar que “junto a las consecuencias sociales del pecado, detesta el mismo pecado en cuanto es ofensa a Dios”; y,
4) El fomento de los ejercicios espirituales, las peregrinaciones, como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna y las obras caritativas y misioneras.

 
 

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10 sencillos consejos a poner en práctica que servirán para vivir la mejor Cuaresma de tu vida

 
 
Es un tiempo de preparación, de oración y de penitencia que empieza con el Miércoles de Ceniza.
 
El padre Ed Broom, oblato de la Virgen María, es un sacerdote experto en comunicación recuerda en Catholic Exchange que “la Cuaresma es tanto un regalo como un tiempo de abundantes gracias”.

“¡Vivamos estos cuarenta días de gracias y bendiciones como si fuera la última Cuaresma de nuestras vidas! Nuestra vida es corta y el tiempo pasa volando y el reloj no vuelve atrás”.

Para poder vivir así este tiempo ofrece diez sencillas prácticas para que “esta Cuaresma sea la mejor de nuestra vida”:
1. Oración
En lugar de ser Marta en esta Cuaresma, ¿por qué no tratar de imitar a María de Betania? ¿Qué hizo María, mientras Marta nerviosa y frenética corría de un lado a otro? María simplemente se sentó a los pies de Jesús, le miraba y escuchaba atentamente sus palabras. En la Cuaresma, ¿por qué no hacer el propósito, a imitación de María de Betania, de rezar un poco más y mejor? ¡La oración deleita el Corazón de Jesús!”.
2. Reconciliación y paz
Si hay una persona en tu vida a la que le tengas inquina, resentimiento o incluso odio, entonces la Cuaresma es el momento más propicio para reconciliarse. ¡Construye un puente y derriba el muro! El sacerdote recuerda que en las homilías matrimoniales suele decir a los novios que las tres frases cortas más importantes que las parejas deben aprender son: “Te amo”, “lo siento” y “te perdono”.
3. Penitencia
Jesús dijo inequívocamente que “el que no se arrepienta, perecerá”. Renuncia a algo que te guste por amor a Dios y por la salvación de las almas. Al decir “no” a uno mismo, se dice “sí” a la entrada de Dios en el corazón.
4. La Biblia, la Palabra de Dios
En el Adviento y la Cuaresma, la Iglesia exhorta a tener un hambre real de la Palabra de Dios. Jesús, en respuesta a la primera tentación del diablo respondió: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Que este tiempo de Cuaresma esté motivado por una meditación diaria de la Palabra de Dios. Usa un método de oración sugerido por Benedicto XVI llamado Lectio Divina: leer, meditar, contemplar, orar y actuar para poner en práctica las buenas ideas inspiradas. Esto dará como resultado un cambio de vida.
5. Limosna
La Cuaresma es un tiempo para dar, especialmente a los pobres, enfermos, marginados y rechazados de la sociedad. Recuerda los numerosos gestos del Papa Francisco con los pobres o su besos a personas rechazadas por su aspecto físico. “Lo que sea que hagas a uno de estos mis pequeños, conmigo también lo hiciste”, afirma Jesús en el Evangelio.
6. Las tres T (Tiempo, Talentos, Tesoros)
Siguiendo con la limosna, por qué no examinar estas tres áreas en tu vida y ver dónde y cómo puedes cumplir lo que dijo Santa Teresa de Calcuta: “Da hasta que duela”.
La primera es el Tiempo: Da tu tiempo a otros, comienza en casa porque la caridad comienza en casa.
Después están los Talentos: Todo el mundo tiene talentos y la Cuaresma es un tiempo para vencer la pereza y trabajar para cultivar los talentos dados por Dios.
Y por último los Tesoros. Si tienes un exceso de comida, ropa, dinero u otras cosas materiales, da y da. ¡Se lo estás dando a Jesús a través de los pobres!
7. Alegría
¡Sé alegre! Si ponemos primero a Jeús, luego a los demás y finalmente a nosotros mismos, entonces experimentaremos la alegría del Espíritu Santo, que además se desbordará en la personas que nos rodean.
8. Misa diaria y comunión
La mejor manera de vivir el tiempo de Cuaresma es acercarse lo más posible a Jesús. En la Misa y a través de la comunión no solo se acerca uno a Cristo sino que lo recibe en las profundidades de su ser, en el santuario interior que es el alma. Sin embargo, hay que ir a misa con intenciones, para reparar y prevenir el pecado.
¿Por qué sufrió Jesús tanto en su Pasión? San Ignacio de Loyola da dos razones fundamentales:
  1. Para mostrar al hombre la malicia y el mal del pecado.
  2. Para mostrar la inmensidad de su amor por la humanidad y por cada uno individualmente.
 
 
  1. Conquista a tu propio demonio
    Todos tenemos al demonio que nos ataca, a menudo buscando el punto más débil. Piensa por dónde el diablo te ataca más: ¿gula? ¿lujuria? ¿codicia? ¿pereza?… En Cuaresma, somos soldados de Cristo Rey. Es hora de luchar contra nuestro demonio personal con la fuerza de Jesús, el Rey. Somos débiles, pero Dios es fuerte. ¡Nada hay imposible para Dios!
    10. María y la Cuaresma
    Intenta vivir una Cuaresma fuertemente mariana. Reza los misterios dolorosos del Rosario. Es buen momento para ver La Pasión de Mel Gibson, donde el papel de María es significativo. Haz el Vía Crucis caminando con Nuestra Señora de los Dolores. Hay que esforzarse en la Cuaresma para vivir estos días a través de los ojos de María y con su Corazón Doloroso e Inmaculado.
 
 

El vacío físico que se experimenta en el ayuno nos ayuda a darnos cuenta de nuestro vacío interior.

Fundamentos bíblicos del ayuno

 
 
El Ayuno es una disciplina espiritual por la que voluntariamente se renuncia a ciertos alimentos por un tiempo definido con el fin de liberarse de los apegos carnales y poner todo el corazón en Dios.
 
El ejemplo principal es el de Jesucristo, quién preparó su ministerio público retirándose al desierto para orar y ayunar por cuarenta días (Lucas 4 y Mateo 4). Basado en Su ejemplo podemos entender que Su crítica al ayuno de los fariseos se fundamenta en la falta de sinceridad con que la hacían y no en el ayuno en sí mismo. El ayuno auténtico debe siempre estar unido a la conversión, la sinceridad y la conducta moral.
 
“Más ahora todavía – oráculo de Yahvé – volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos”. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahvé vuestro Dios, porque Él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se ablanda ante la desgracia. – Joel 2,12-13
 
Los profetas enseñan que la compasión y la conducta ética es más aceptable que el ayuno mezclado de contiendas (Cf Is 58, 4-7; Zacarías 7, 5-10). No se rechazan el ayuno sino que lo sitúan en contexto.
 

El ayuno es necesario como forma de vida para estar listo y saber descubrir la presencia de Dios. Lucas 2,37: “(Ana) no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayuno y oraciones

 

 
 

La Biblia nos presenta numerosos ejemplos de ayuno en diferentes situaciones:

 
 

Intercesión general para lograr auxilio del Señor

Salmo 109,24 – ayuno hasta debilitarse las rodillas.

 
 

En arrepentimiento y para evitar castigo:

La ciudad de Nínive ayuna colectivamente al escuchar la predicación de Jonás (Jonás 3,4-7)

Joel 2,12 “volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con lamentos”

 
 

En caso de peligro:

Deuteronomio 10,10 “en cuanto a mí, me estuve en el Monte, como la primera vez, cuarenta días y cuarenta noches, en ayuno. También esta vez me escucho Yahveh y renuncio a destruirte”.

Saúl ayunó ante la batalla con los filisteos (Cf. I Samuel 28, 20-22)

Ajab ayunó al escuchar la profecía de desgracia pronunciada por Elías (I Reyes 21, 27)

Josafat ayunó cuando las naciones le hicieron la guerra (II Crónicas 20, 3-4)

David ayunó ante la persecución injusta. Ayuna y hace penitencia (Salmo 35,13)

Ante la amenaza de Nabucodonosor, los Israelitas ofrecen alabanzas, intercesión, penitencia y ayuno. El Señor oyó sus voces y vio su angustia. (Judit 4, 9-15)

En Ester 4,16 ella le dice a Mardoqueo: “vete a reunir a todos los judíos que hay en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis siervas ayunaremos. Y así, a pesar de la ley, me presentare ante el rey; y si tengo que morir, moriré“. (Ester va a ir ante el rey a defender a su pueblo que estaba condenado a morir. Va a desenmascarar al enemigo)

 
 

Ante decisiones y actos importantes:

Éxodo 34,28 –Moisés está cuarenta días y cuarenta noches, si comer pan, ni beber agua. Y escribió las nuevas tablas de la ley.

Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: “Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado.” Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron. (Hechos 13, 2-3)

“Designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”. (Hechos 14,23)

 
 

En la batalla contra el demonio:

Mc 9, 29 “esta clase de demonio solo puede ser expulsado por la oración y el ayuno”

El beneficio del ayuno en la batalla se deduce también de estos pasajes:

Col 1, 24 “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”

1 Cor 9, 25 “los atletas se privan de todo y eso por una corona corruptible, nosotros, en cambio, por una incorruptible.”

Gal 5, 17 “pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne, como entre si antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais”

 
 

En caso de duelo:

Los hombres de Yabes de Galaad ayunaron por siete días después de enterrar a Saúl y sus hijos
(I Samuel 31,13)

David ayunó al conocer la muerte de Saúl y Jonatán (II Samuel 1, 12) y al enterarse que Abner había muerto (II Samuel 3, 35)

 
 

Después de un desastre:

Los israelitas ayunaron cuando fueron derrotados por los benjamitas (Jueces 20, 26)

El profeta Joel proclama el ayuno público tras una plaga. (Joel 1, 14)

Día de expiación: Era día anual de ayuno para los israelitas. (Levítico 16, 29-30: “ayunareis..porque en ese día se hará expiación por vosotros para purificaros”. Además de ese día, los reyes o profetas podían llamar a un día especial de ayuno.

Después de la destrucción del Templo y del exilio en Babilonia se instituyeron al menos cuatro días de ayuno: el ayuno en el cuarto mes (el día noveno de Tammuz, cuando las murallas de Jerusalén fueron tomadas por los babilonios); el ayuno del quinto mes (cuando el Templo fue incendiado del séptimo al décimo día del mes); el ayuno del séptimo mes (en memoria del asesinato de Guedalías en el año nuevo) Jer 41, 1-2; y el ayuno del décimo mes (el noveno día cuando Jerusalén fue sitiado por los Babilonios (Zac 8,19).

 
 

Ayuno personal

Los salmos invitan frecuentemente al ayuno personal en ocasiones de dificultad: salmos 35, 69, 109. Ver también: Daniel 9,3s.; 10,3; Esdras 10,6; Nehemías 1,4.

La práctica del ayuno era frecuente en el judaísmo del primer siglo y aparece en el NT, especialmente con los discípulos de Juán Bautista (Mc 2,18). Jesús ayunaba (Cf Mt 4) y su advertencia a no manipular esta práctica para atraer atención (Cf Mt 6,17; Lc 18,12) no debe interpretarse como un rechazo. Como los profetas, Jesús enfatizó la contrición y el arrepentimiento como la esencia del ayuno.

El A.T. nos revela el poder del ayuno sobre los enemigos exteriores, el N.T., nos revela además, el poder que tiene para vencer los enemigos del alma: carne, demonio y mundo.

 
 

Frutos del ayuno:

No es un fin en sí mismo, sino medio de conversión.

  • conduce a libertad de corazón y mente. Proceso por el cual nos liberamos de todos los apegos terrenales y de todas las cosas que nos atan: caprichos, gustos, excesivo auto cuidado. Y nos encaminamos hacia la Paz.
  • fortalece, estabiliza y desarrolla el auto control (fruto del ES)
  • reconocer debilidad y dependencia en Dios.
  • pobreza de espíritu
  • edifica la vida interior
  • elimina los excesos de nuestra vida a fin de hacer más espacio para Dios.

El ayuno permite llevar más fácilmente una vida interior unida a Dios y al mundo celestial; el ayuno libera de la pesantez de la materia. Los santos recomiendan el ayuno a todo aquel que quiere llegar a una mayor interioridad. El ayuno apaga poco a poco la concupiscencia.

 
 

El ayuno y la Palabra de Dios.

Mateo 4,4  “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”

Juan 4,32: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”

El día de ayuno, debe ser un día de profunda oración, meditación de las Escrituras y del magisterio de la Iglesia. Alimentar nuestras mentes encontrando en la verdad nuestro alimento, nuestra satisfacción. Permitirle a nuestras almas que sean llenadas de la Palabra que es vida, que nos libera, que nos eleva y nos enseña a pensar, sentir y obrar según la voluntad de Dios. En los días de ayuno, por alguna razón, he descubierto que es más fácil penetrar las Escrituras, escudriñarlas y captar el mensaje más profundo, que se esconde detrás de las palabras.. Damos prioridad al alma.

 
 

El ayuno y la Eucaristía

Juan 6, 27: “Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre”.

Vacío terreno y alimento verdadero. El vacío físico que se experimenta en el ayuno nos ayuda a darnos cuenta de nuestro vacío interior y nuestra necesidad de las realidades espirituales.

El día de ayuno, debe ser eminentemente un día Eucarístico: adoración, reparación, etc.

 
 

¿A pan y agua?

Pan es comida de pobre. La disposición de vivir a pan y agua durante un día demuestra la buena voluntad de ser pobre ante Dios y bien dispuesto a su voluntad.

 
 

Pan y agua: dos símbolos importantes en las Escrituras:

  • Pan: símbolo de vida, de nutrición (Pan, alimento – Eucaristía)
  • Agua: purificación (de su corazón traspasado fluye el agua, símbolo del bautismo)

Para dar al pueblo pan y agua mientras caminaban en el desierto el Señor hizo milagros.

El ayuno busca la verdadera vida a través de la purificación. Ayunar a pan y agua es un llamado a crecer en dependencia de la Eucaristía. Es también un llamado a adentrarnos en una vida de purificación, de conversión, de arrancar de nosotros todo lo que nos separa del Señor o no nos deja ser sus hijos adoptivos, ni su imagen y semejanza.
 

Juan 6,34: “yo soy el pan de vida, el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed”

San Juan Pablo II nos habla sobre la necesidad de ayunar para aplacar el “espíritu de muerte y la cultura de la muerte”.
 

Evangelium Vitae #100: “es urgente…que desde cada comunidad, cada familia, cada individuo se eleve una súplica apasionada a Dios. Jesús mismo nos reveló con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y más eficaces contra las fuerzas del mal y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo. Por lo tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor.”

 
 
El ayuno aplaca la gula
 

Con el ayuno estamos aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos y sobre todo a liberarnos del pecado de gula, que no solo se manifiesta en la glotonería, sino en formas más refinadas y más espirituales.

  1. Gula intelectual: gula en el terreno de conocimientos (curiosidad), de la ciencia. Esta es muy peligrosa pues el pecado primero de Eva fue la curiosidad. De ahí se deriva el ocultismo, los psíquicos, los astrólogos, leer cartas…etc. Querer saber el futuro.
  2. Gula espiritual: busca los sentimientos que provocan lecturas piadosas, el placer sensible. No perderse ninguna experiencia espiritual.
  3. Gula de placer, de honor, de fama: se hace lo que sea por sobresalir, por ser reconocidos, etc.
 
 
Ayunar no solo de comida
 

San Juan Crisóstomo dijo:

El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de el. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.

Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Sería inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.

Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros.

Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?

¿Qué nos dice San Juan Crisóstomo con esta reflexión?

Que los días de ayuno deben de ser especialmente días de abstenernos del uso desordenado o incluso exagerado de los otros sentidos: No fijarme en lo que no debo, no hablar lo que no debo, no oír lo que no debo, no desear lo que no debo, no buscar satisfacer todas mis necesidades emocionales, espirituales; no buscar saciar mi soledad, buscando inmediatamente compañía; no querer saberlo todo; no requerir respuestas inmediatas a todo lo que se me ocurre en la mente, etc.

Ayunamos buscando conversión. Por lo tanto, ayunemos de todas esas actitudes contrarias a la virtud. Quizás tu ayuno va a consistir de ser más servicial, (ayuna de tu pereza, comodidad), pues así como la Virgen nos pide que recemos con el corazón, debemos de ayunar con el corazón. Puede ser que tengamos que ayunar de nuestra ira, siendo los días de ayuno, más amables, más dulces, más dóciles. Quizás tengo que ayunar de la soberbia, buscando activamente ser humillada, o hacer actos concretos de humildad, etc.

 
 
Ayuno y pureza corporal
 

Escuchemos al otora Cardenal Ratzinger (quien luego sería el Papa Benedicto XVI):

Ayunar significa aceptar un aspecto esencial de la vida cristiana. Es necesario descubrir de nuevo el aspecto corporal de la fe: la abstención de la comida es uno de estos aspectos. Sexualidad y alimentación son los elementos centrales de la dimensión física del hombre: hoy, a una menos comprensión de la virginidad corresponde una menor comprensión del ayuno. Y una y otra falta de comprensión proceden de una misma raíz: el actual obscurecimiento de la tensión escatológica, es decir, de la tensión de la fe cristiana hacia la vida eterna. Ser vírgenes y saber practicar periódicamente el ayuno es atestiguar que la vida eterna nos espera; más aún, que ya está entre nosotros. Sin virginidad y sin ayuno, la Iglesia no es ya Iglesia; se hace intrascendente, sumergiéndose en la historia.

Hoy más que nunca, la penitencia, mortificación es necesaria para expiar por nuestros pecados y reparar por los del mundo entero. A través de los siglos, la humanidad siempre ha sido pecadora, pero lo reconocía y hacia penitencia por ello. Hoy no es así, se vive en pecado, no se le llama pecado sino que al contrario se vive orgulloso de ello. Se están rechazando todos los principios morales y éticos, y por ello la humanidad ha perdido la libertad interior y ha llegado a ser víctima del peor tirano: el propio “yo” y el demonio.

El ayuno como acto común y público de la Iglesia, me parece hoy tan necesario como en tiempos pasados; es un testimonio público tanto de la primacía de Dios y de los valores del espíritu como de nuestra solidaridad con todos aquellos que padecen hambre. Si no ayunamos no conseguimos librarnos de ciertos demonios de nuestro tiempo”

Por eso el catecismo de la Iglesia, #2015, nos dice: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (2Tim 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas.”

 
 
Ayuno y Caridad
 

El ayuno no puede separarse de la caridad fraterna. Si un cristiano se priva de algo es para darlo a sus hermanos y dar testimonio con ello de su amor a Dios.

Pío XII (1950): “lo que sustraiga a la vanidad, el cristiano lo dará a la caridad y subvendrá misericordiosamente a la Iglesia de los pobres. Así lo hacían los fieles de la Iglesia primitiva: alimentaban las fuentes de la caridad con el ayuno y abstinencia de las cosas permitidas”.

San Agustín: “tus privaciones serán fecundas si muestras largueza con otro”. Las privaciones son cristianas si nos hacen crecer en santidad, en caridad y generosidad.

En las primeras comunidades cristianas cuando había un pobre entre ellos ayunaban durante dos o tres días y acostumbraban a enviarle los alimentos que tenían preparados para ellos. Podemos apreciar por que la Iglesia primitiva observaba dos días de ayuno a la semana: miércoles y viernes.

 
 
Tipos de ayuno en la actualidad:
 

Ayuno Eucarístico: Anteriormente era costumbre ayunar desde la medianoche antes de recibir la Eucaristía. Es curioso que la palabra “desayuno” significa romper el ayuno. En la actualidad se requiere un ayuno de una hora antes de recibir la Eucaristía. (Ni medicinas, ni agua, rompen el ayuno).

Ayuno de Cuaresma: Una sola comida al día, las otras siendo algo ligero. La Iglesia requiere ayuno y abstinencia (no comer carne) los días: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo de cada año.

Además requiere abstinencia todos los viernes de cuaresma. ¿Para quién?, para todos los mayores de edad (18 años), hasta cumplir los 59 años. Los enfermos están excluidos. (Canon 1251)

Oración, ayuno y limosna los Padres de la Iglesia explican que debe unirse estas tres. La Iglesia recomienda el ayuno (cf. Canon 1249) como ayuda al dominio de las pasiones y como reparación de los pecados. El ayuno siempre ha sido y es parte de la ascética católica.
 
 

Lo que debes saber sobre el Miércoles de Ceniza

A pocos días del inicio de la Cuaresma, que sirve de preparación para la Pascua y que comienza este miércoles 26 de febrero, recordamos algunas cosas esenciales que todo católico debe saber para poder vivir intensamente este tiempo litúrgico.

  1. Es el primer día de la Cuaresma

Con el Miércoles de Ceniza inician los 40 días en los que la Iglesia llama a los fieles a la conversión y a prepararse verdaderamente para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la Semana Santa.

El Miércoles de Ceniza es una celebración contenida en el Misal Romano. Este explica que en la Misa se bendice e impone en la frente de los fieles la ceniza hecha de las palmas bendecidas en el Domingo de Ramos del año anterior.

  1. La imposición de las cenizas surge en los primeros siglos del cristianismo

La tradición de imponer la ceniza se remonta a la Iglesia primitiva. Por aquel entonces las personas se colocaban la ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad con un “hábito penitencial” para recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo.

La Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos casi 400 años D.C. y a partir del siglo XI, la Iglesia en Roma impone las cenizas al inicio de este tiempo.

  1. La ceniza recuerda la necesidad de la misericordia de Dios

La ceniza es un símbolo. Su función está descrita en un importante documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, más precisamente en el artículo 125 del “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia”:

“El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual”.

  1. Las cenizas tienen varios significados

La palabra ceniza, que proviene del latín “cinis”, representa el producto de la combustión de algo por el fuego. Esta adoptó tempranamente un sentido simbólico de muerte, caducidad, pero también de humildad y penitencia.

La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin: “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2,7); “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19).

  1. Las cenizas se producen de las palmas del Domingo de Ramos

Para la ceremonia se deben quemar los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. Estas son rociadas con agua bendita y luego aromatizadas con incienso.

  1. Las cenizas se imponen en la frente al término de la homilía

Este acto tiene lugar en la Misa al término de la homilía y está permitido que los laicos ayuden al sacerdote. Las cenizas son impuestas en la frente, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras bíblicas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o «Conviértete y cree en el Evangelio».

Luego, quien recibe las cenizas debe retirarse en silencio meditando la frase o invitación que la acaban de hacer.

  1. Las cenizas también pueden imponerse sin Misa

Cuando no hay sacerdote la imposición de cenizas puede realizarse sin Misa, de forma extraordinaria. Sin embargo, es recomendable que al acto se preceda con una liturgia de la palabra.

Es importante recordar que la bendición de las cenizas, como todo sacramental, solo puede realizarla un sacerdote o diácono.

  1. Las cenizas pueden ser recibidas por no católicos

Puede recibir este sacramental cualquier persona, inclusive no católica. Como especifica el Catecismo (1670 y siguientes) los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo como sí lo hacen los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia estos «preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella».

  1. No es obligatorio recibir las cenizas

El Miércoles de Ceniza no es día de precepto y por lo tanto la imposición de ceniza no es obligatoria. No obstante, ese día concurre una gran cantidad de personas a la Santa Misa, algo que siempre es recomendable.

  1. No existe tiempo exacto para llevar las cenizas en la frente

Cuanto uno desee. No existe un tiempo determinado.

  1. En Miércoles de Ceniza es obligatorio el ayuno y la abstinencia

El Miércoles de Ceniza es obligatorio el ayuno y la abstinencia, como en el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y menores de 60. Fuera de esos límites es opcional. Ese día los fieles pueden tener una comida “fuerte” una sola vez al día.

La abstinencia de comer carne es obligatoria desde los 14 años. Todos los viernes de Cuaresma también son de abstinencia obligatoria. Los demás viernes del año también, aunque según el país puede sustituirse por otro tipo de mortificación u ofrecimiento como el rezo del rosario.

 

MIÉRCOLES DE CENIZA
 
En este día los buenos cristianos asisten a las iglesias a que les impongan la ceniza, al mismo tiempo que escuchan unas palabras: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. Esas palabras explican el sentido de ese rito tan atrevido con el que da inicio la cuaresma. ¡Arrepiéntete!, se nos dice.
Hay tiempo de pecar y tiempo de convertirse. El tiempo de pecar suele ser muy largo. Todos pasamos por momentos malos, en que abandonamos el buen camino y nos adentramos en la mala vida. Incluso, podemos observar, cuando miramos hacia atrás, que hay un período en la vida en que nos hemos alejado mucho de Dios, de la Iglesia, de las buenas costumbres. Son esos días negros a los que no queremos mirar.
Pero hay también épocas buenas, en las que hemos sido capaces de hacer el bien, hemos estado en paz con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
Si pudiéramos observar en una película nuestro mejor día vivido y nuestro peor día, nos asombraríamos de dos cosas: Primero: de cómo hemos bajado tanto. Quizá tendríamos que decir: “Nunca me imaginé que podía llegar a hacer lo que he hecho”. Pero también nos asombraríamos de lo bien que nos hemos portado en nuestro mejor día; de tal forma que si todos los días de nuestra vida hubieran sido como ese día, podríamos ser contados entre los hombres verdaderamente buenos y honrados de este mundo.
De aquí podemos sacar la siguiente conclusión: el hombre puede, si se esfuerza, subir mucho, mejorar; o, por el contrario, bajar, corromperse, destruirse. El ser humano puede llegar a ser un ángel o un demonio.
Se cuenta que a la hora de buscar a un personaje que representara a Cristo en una película, eligieron a un joven que, por su vida y costumbres reflejadas en el rostro, parecía ser el más idóneo. Al pasar el tiempo se trató de buscar a alguien que representara el papel de Judas, y después de mucho buscar, encontraron por fin a un hombre que, por la expresión de su cara parecía el más acertado. Era el mismo hombre que un día representó el papel de Cristo. ¿Tanto había cambiado…?
En la cuaresma se nos invita a un cambio. Dios nos da la oportunidad de arrepentirnos. Es un tiempo de gracia en que Dios nos ofrece su perdón con especial generosidad.
Aún sabiendo que lo tenemos que hacer, preferimos seguir lo mismo, dejando para más adelante esa conversión, ese cambio de vida que nos cuesta tanto.
Un hombre dejó hasta los 31 años su cambio. Una vez cuando sus compañeros decían: “vamos a cambiar la vida, pero más adelante”, el convertido les contestó: “Si alguna vez lo vas a hacer, ¿por qué no ahora?, y, si no lo haces ahora ¿por qué dices que lo harás más adelante? ¿Podrás? ¿Querrás hacerlo? ¿Tendrás tiempo?”
También de él es esta frase significativa: “Teme a Dios que pasa y que no vuelve”. Dios suele pasar una y varias veces por nuestra vida, pero no tiene obligación de volver apasar. Por eso decía respetuosamente aquél, que primero no tenía ningún miedo ni respeto: “Teme a Dios que pasa y que puede no volver a pasar en tu vida”.
¿Cambio, conversión? Vuelva usted mañana. El que deja las cosas para mañana, se encontrará con que un día no tendrá mañana.
 
 
 
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Decálogo Cuaresmal
 
 

 

El tiempo de Cuaresma es un momento de especial preparación interior este decálogo cuaresmal que puede ser una buena guía para cumplir con este propósito

 

  1. Romperás de una vez por todas con lo que tú bien sabes que Dios no quiere, aunque te agrade mucho, aunque te cueste “horrores” dejarlo. Lo arrancarás sin compasión como un cáncer que te está matando. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36)
  2. Compartirás tu pan con el hambriento, tus ropas con el desnudo, tus palabras con el que vive en soledad, tu tiempo y consuelo con el que sufre en el cuerpo o en el alma, tu sonrisa con el triste, tu caridad con TODOS. Examinarás esto con cuidado cada noche. “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25, 40)
  3. Dedicarás un buen tiempo todos los días para estar a solas con Dios, para hablar con Él de corazón a Corazón. Será un tiempo de agradecer, de pedir perdón, de alabarle y adorarle, de suplicar por la salvación de TODOS. Este tiempo no es negociable. “Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6, 12)
  4. Confiarás en Dios a pesar de tus pecados y miserias. Creerás que Dios es más fuerte que todo el mal del mundo. No permitirás que ni dolor, ni pesar alguno, ni “tu negra suerte”, ni las injusticias y traiciones sufridas te hagan dudar ni por un momento del amor infinito que Dios te tiene. Él ha muerto en cruz para salvarte de tus pecados. “Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan.” (Sal 23, 4)
  5. Mirarás sólo a Dios y a tus hermanos. Mirarte tanto te hace daño, porque te envaneces viendo los dones que nos son tuyos o te desalientas viendo sin humildad tus miserias. Mira a Jesús y habrá paz en tu corazón. Mira las necesidades de tus hermanos y ya no tendrás tiempo de pensar en ti; te harás más humana, más cristiana. “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra.” (Col 3, 1-2)
  6. Ayunarás de palabras vanas: serás benedicente. Ayunarás de malos pensamientos: serás pura de corazón. Ayunarás de acciones egoístas: serás una mujer para los demás. Ayunarás de toda hipocresía: serás veraz. Ayunarás de lo superfluo: serás pobre de espíritu. “¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo?” (Is 58, 6)
  7. Perdonarás una y mil veces a quien te ha herido, con causa o sin ella, justa o injustamente, esté arrepentido o no. Un perdón que no será sólo tolerar o soportar sino que ha de brotar del amor sincero y sobrenatural. Los perdonarás uno por uno, primero en tu corazón y luego, si te es posible, también con tus palabras. No permitirás que el rencor ni el resentimiento envenenen tu corazón. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)
  8. Ofrecerás sacrificios agradables al Señor. Los harás en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Buscarás con ello reparar por tus pecados y los de TODOS los hombres. Querrás con ello desprenderte de las cosas materiales, que tanto te agradan, para poder hacerte más libre y ser una mujer para Dios. Pero sobre todo ejercerás el sacrificio de vivir con perfección la caridad en todo momento con TODOS tus hermanos. “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios.” (Heb 13, 16)
  9. Amarás la humildad y procurarás vivirla de la siguiente manera: reconocerás tus pecados; considerarás a los demás mejores que tú; agradecerás las humillaciones sin dejarte arrastrar por el amor propio; no buscarás los honores, ni los puestos, ni el poder, ni la fama, que todo eso es de Dios; te harás servidora de todos. “el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos”. (Mc 10, 43-44)
  10. Anunciarás a los hombres la verdad del Evangelio. Les dirás sin temor que Dios los ama, que se ha hecho hombre por ellos y ha muerto en la cruz para salvarlos. Les mostrarás que sólo Él los puede hacer plenamente felices. Les harás ver que la vida que tiene su origen en Dios, es muy corta, se pasa rápido y que Dios es su destino final; vivir por Dios, con Dios y en Dios es lo sensato y seguro. “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» “ (Mc 16, 15)