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Para Meditar
La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo.
Catecismo de la Iglesia Católica 2708

Formas de penitencia: ayuno y abstinencia

 

La doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que es un componente del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye algunas formas de penitencia, sin las cuales al Cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado ( Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez que El partiera ( Lc 5:35 ). La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de Dios para el hombre.

La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia, para asegurarse de que los Católicos hagan algo, como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerle más fácil al Católico cumplir la obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 específica las obligaciones de los Católicos de Rito Latino ( Los Católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales ).
 

  • En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma (Canon 1250).
     
  • Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo(Canon 1251).
     
  • La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia(Canon 1252).
     
  • La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad(Canon 1253).

    La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales, -el ayuno y la abstinencia-, tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora antes de la Comunión.

    Abstinencia

    La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor a la Pasión de Jesús el Viernes Santo. La carne es considerada carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas y cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

    Los Viernes fuera de Cuaresma, algunas conferencias episcopales tienen permiso de la Santa Sede para que los Católicos en sus diócesis puedan sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su propia elección. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica de caridad o penitencia en estos Viernes. Para la mayoría de las personas la práctica más sencilla para cumplir con constancia, sería la tradicional de abstenerse de comer carne todos los Viernes del año. En Cuaresma la abstinencia de comer carne los Viernes es obligatoria en todas partes.

    Ayuno

    La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esto como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido que es considerado comida ( batidos, pero no leche ). Bebidas alcohólicas no rompen el ayuno; pero parecieran contrarias al espíritu de hacer penitencia.

    Aquellos excluidos del ayuno y la abstinencia Aparte de los ya excluidos por su edad, aquellos que tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a los bebés de acuerdo a la alimentación que necesitan para criar, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando enemistad u otras situaciones morales o imposibilidad física de mantener el ayuno.

    Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los Católicos son motivados a imponerse algunas penitencias personales a si mismos en ciertas oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y el ayuno. Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de la abstención. Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos ( en oposición de aquellos que lo hacen por razones de salud u otros ). Algunas ordenes religiosas nunca comen carne. Igualmente, uno pudiera hacer más ayuno que el requerido. La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y Sábados. Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más otras dos pequeñas) o aún más estricto, como pan y agua. Este ayuno libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta- dulces, refrescos, cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a cada individuo.

    Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir con nuestras obligaciones en la vida. Cualquier abstención que nos impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.

 

El don de la fe

Dios ofrece a todos mil pequeñas luces para recibir el don de la fe.

Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic.net

Hemos escuchado más de una vez frases como las siguientes: “No tengo fe. Reconozco que es hermoso creer, incluso a veces siento algo de envidia cuando veo que otros creen. Pero a mí Dios no me ha dado ese don”.

No es el caso de indagar cuál haya sido la trayectoria de un corazón que ha llegado a concluir que Dios “no le ha dado” el don de la fe. La historia de cada ser humano es muy particular; las convicciones se van construyendo sobre experiencias, reflexiones, lecturas, momentos buenos y malos. Al final quedan “fijadas” ciertas ideas fundamentales que resultan difícilmente modificables.

Son difícilmente modificables, sí, pero podrían cambiar. Como la frase de quien dice: “Dios no me ha dado el don de la fe”. El punto es: ¿cómo ayudar a una persona que dice no tener este don para que pueda recibirlo algún día?

Podríamos recordar, inicialmente, lo que es un don. La palabra “don” indica algo que se recibe así, sin más, como regalo, como señal de alguien que nos ama y nos quiere alegrar con un objeto concreto o con un gesto profundo de cariño.

La fe también es un don, un don que Dios da a quienes creen no porque los creyentes tengan méritos o sean mejores que los demás, sino porque han descubierto y acogido ese don simplemente como lo que es, algo inmerecido.

Entonces, ¿cualquiera puede creer? ¿También una mala persona, un criminal, un borracho, un egoísta, un explotador, un insincero, un cobarde, un mentiroso? Pues, en principio, sí. Todos, ante el don de Dios, se encuentran en la primera línea para dar el paso de la fe. Y a todos Dios les ofrece mil pequeñas luces para iniciar a dar ese paso, para recibir un don que no es sólo para unos pocos privilegiados, sino para todos.

¿Cuáles son esas pequeñas luces? Para miles de personas, la familia: los padres o abuelos, los hermanos o tíos, los primos u otros familiares. Muchos hemos encontrado en casa un testimonio fresco, alegre, entusiasta, luminoso de la fe. Desde ese testimonio, con esa ayuda, recibimos el don. Luego, cada uno es libre de acogerlo o no, pero ¡cuánto tenemos que agradecer a Dios el haber sido ayudados en la fe por nuestros padres y familiares!

Para otros, la “pequeña luz” habrá sido algún sacerdote, religioso o religiosa, catequista, educador. Miles de niños, adolescentes, jóvenes y adultos han conocido el don de Dios gracias a tantas y tantas personas dedicadas de por vida a susurrar, decir, explicar, el don tan maravilloso que Dios nos ha dado con la venida de Cristo.

Estas personas, transmisoras alegres del don, nos permiten descubrir la gran verdad: ¡es posible creer porque Dios mismo quiso venir a nuestro encuentro! ¡Es posible creer porque el mismo universo, la tierra, las plantas, los animales, los hombres y mujeres con los que vivimos, nos muestran la belleza de un Dios Padre que nos creó y nos cuida por amor!

Para otros, la “pequeña luz” fue un amigo, un compañero de trabajo, una persona encontrada en un viaje, en una sala de espera, en un consultorio médico, en un museo. Tal vez hubo un tropezón, o una curiosidad, o una petición de ayuda, e inició esa aventura que es poder dialogar sobre temas realmente importantes.

La oscuridad del corazón, las dudas, una mala experiencia del pasado, empiezan a ser iluminadas, con la ayuda de un creyente que ofrece inicios de respuestas, que invita a coger un Evangelio o a entrar en una iglesia para estar allí, simplemente, en ese ambiente de silencio y olor a cera, entre algunas personas mayores que rezan o en la soledad extraña de tantos templos casi abandonados pero vivos porque en ellos sigue presente Jesús sacramentado.

Para otros, la ayuda llegó a través de un libro, una fotocopia, una página de internet, un e-mail inesperado de esos que corren de lista en lista entre amigos y conocidos. Lo que al inicio era una lectura de curiosidad empezó a encender algo allá dentro, en la conciencia. Como si despertase un niño de ilusiones que anhelaba dar el paso de la fe; como si de repente el mundo empezase a vestirse de sentido porque descubríamos que hay un Dios que es Creador y Padre bueno, Redentor y Salvador en su Hijo Jesucristo, vivo y presente en la Iglesia católica con sus 2000 años de historia apasionante.

El don se ofrece, se desparrama, de mil modos. Es cierto que hay corazones que no pueden (o no quieren) abrir los ojos ni siquiera ante un torrente de luz, ni ante las palabras de un santo, ni ante la alegría de un creyente sincero que no deja de tender la mano. Pero también es cierto que muchos corazones que repetían, una y otra vez, que Dios no les daba a ellos el don de la fe, un día vieron. Cayeron las escamas de sus ojos, y entonces, llenos de asombro y de alegría, descubrieron un modo totalmente distinto de verlo todo.

Cada uno de los bautizados podemos convertirnos en ayuda, en instrumento, en luz para que otros descubran el don de la fe. Deberíamos sentirnos interpelados por lo que dice el Concilio Vaticano II cuando dedica un capítulo de la “Gaudium et Spes” a explicar el origen del ateísmo:

“En esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (“Gaudium et Spes”, n. 19).

Por lo mismo, valen para todos los cristianos las líneas que, en ese mismo documento del Concilio, nos invitan a ayudar a los no creyentes a dar el paso maravilloso de la fe:

“El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo.

Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado.

Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad” (“Gaudium et Spes”, n. 21).

Enseñar y testimoniar, especialmente con la caridad. Dos caminos maravillosos que están al alcance de todos los bautizados. Dos caminos que encenderán hogueras de esperanza, que mostrarán cómo el don es asequible a todos, sin distinciones de razas, edades, psicologías, clases sociales. Dos modos que no son sino reflejo de un Amor que se hizo Hombre y que nos reveló, con su entrega en la Cruz y su Resurrección, que el Padre se preocupa y quiere la paz y la alegría de todos y de cada uno de sus hijos muy amados.

 

¿Cuál es la Biblia correcta?

 

Los protestantes heredaron la Biblia de la Iglesia Católica que la conservó y protegió durante los 16 siglos anteriores, no solamente en lengua griega y latina sino, traducida a muchas otras lenguas vernáculas

Pero, hay siete libros de la Biblia católica que los protestantes no admiten, aparte de importantes diferencias de traducción en algunos de los textos; estos libro son: Tobías, Judit, 1 y 2 de Macabeos, Eclesiástico, Sabiduría y Baruc, más las adiciones en griego de Ester y Daniel. Los protestantes llaman apócrifos a estos libros y los católicos los llaman Deuterocanónicos.

La Iglesia primitiva utilizó una versión griega de la Biblia llamada “Septuaginta”, la “Biblia de los 70”, traducida del arameo y hebreo al griego 148 años antes de Jesucristo, en la que se encontraban estos siete libros.

Jesucristo y los Apóstoles emplean esta Biblia completa para sus referencias y predicación. Jesús cita frases de la Septuaginta en el 80% de sus referencias al Antiguo Testamento. De hecho, en el nuevo Testamento se citan 351 veces textos de estos siete libros (Ver Anexo) desechados por Lutero.

Cuando Pablo en 2 Tim 3, 16 dice que “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argumentar,…” se está refiriendo a esta escritura empleada por Cristo, los Apóstoles y por el propio Pablo: la Biblia de los 70.

Esta es la Biblia empleada por los judíos de la época y los cristianos del principio, y la que el Papa S. Dámaso, en el Concilio de Roma, vio necesario definir como el canon bíblico, en el año 382 d.c.

Martín Lutero, excluyó de su traducción bíblica esos libros, como intentó excluir, también, las cartas de Santiago y el Apocalipsis.

Estos libros que excluye Lutero son los mismos que excluyeron, en el Concilio de Jamnia, los judíos fariseos (anticristianos), año 90 d.c. por considerarlos de cultura griega e influencia cristiana. Eso mismo hacen los protestantes.

Por otro lado, los hallazgos más recientes en Mar Muerto o Rollos de Qumrán, prueban que esos siete libros también se encontraban en su original arameo o hebreo antes de ser traducidos al griego en la Biblia de los 70.

Hay que tener en cuenta que Jesucristo y los primerísimos cristianos, cuando hablan de la Sagrada Escritura no se refieren al Nuevo Testamento que se redactó posteriormente y cuyo contenido fue transmitido por la Tradición oral y escrita. “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14,26).

 

Anexo

351 citas del Nuevo Testamento a los siete libros Deuterocanónicos (que los protestantes llaman apócrifos y desechan) que prueban el uso de la Versión Septuaginta por parte de Jesús y los apóstoles:

 

Mateo

Mateo 4:4 Sabiduría 16:26
Mateo 4:15 1 Macabeos 5:15
Mateo 5:18 Baruc 4:1
Mateo 5:28 Eclesiástico 9:8
Mateo 5:2ss Eclesiástico 25:7-12
Mateo 5:4 Eclesiástico 48:24
Mateo 6:7 Eclesiástico 7:14
Mateo 6:9 Eclesiástico 23:1, 4
Mateo 6:10 1 Macabeos 3:60
Mateo 6:12 Eclesiástico 28:2
Mateo 6:13 Eclesiástico 33:1
Mateo 6:20 Eclesiástico 29:10s
Mateo 6:23 Eclesiástico 14:10
Mateo 6:33 Sabiduría 7:11
Mateo 7:12 Tobit 4:15
Mateo 7:12 Eclesiástico 31:15
Mateo 7:16 Eclesiástico 27:6
Mateo 8:11 Baruc 4:37
Mateo 8:21 Tobit 4:3
Mateo 9:36 Judit 11:19
Mateo 9:38 1 Macabeos 12:17
Mateo 10:16 Eclesiástico 13:17
Mateo 11:14 Eclesiástico 48:10
Mateo 11:22 Judit 16:17
Mateo 11:25 Tobit 7:17
Mateo 11:25 Eclesiástico 51:1
Mateo 11:28 Eclesiástico 24:19
Mateo 11:28 Eclesiástico 51:23
Mateo 11:29 Eclesiástico 6:24s
Mateo 11:29 Eclesiástico 6:28s
Mateo 11:29 Eclesiástico 51:26s
Mateo 12:4 2 Macabeos 10:3
Mateo 12:5 Eclesiástico 40:15
Mateo 13:44 Eclesiástico 20:30s
Mateo 16:18 Sabiduría 16:13
Mateo 16:22 1 Macabeos 2:21
Mateo 16:27 Eclesiástico 35:22
Mateo 17:11 Eclesiástico 48:10
Mateo 18:10 Tobit 12:15
Mateo 20:2 Tobit 5:15
Mateo 22:13 Sabiduría 17:2
Mateo 23:38 Tobit 14:4
Mateo 24:15 1 Macabeos 1:54
Mateo 24:15 2 Macabeos 8:17
Mateo 24:16 1 Macabeos 2:28
Mateo 25:35 Tobit 4:17
Mateo 25:36 Eclesiástico 7:32-35
Mateo 26:38 Eclesiástico 37:2
Mateo 27:24 Daniel 13:46
Mateo 27:43 Sabiduría 2:13
Mateo 27:43 Sabiduría 2:18-20

Marcos

Marcos 1:15 Tobit 14:5
Marcos 4:5 Eclesiástico 40:15
Marcos 4:11 Sabiduría 2:22
Marcos 5:34 Judit 8:35
Marcos 6:49 Sabiduría 17:15
Marcos 8:37 Eclesiástico 26:14
Marcos 9:31 Eclesiástico 2:18
Marcos 9:48 Judit 16:17
Marcos 10:18 Eclesiástico 4:1
Marcos 14:34 Eclesiástico 37:2
Marcos 15:29 Sabiduría 2:17s

Lucas

Lucas 1:17 Eclesiástico 48:10
Lucas 1:19 Tobit 12:15
Lucas 1:42 Judit 13:18
Lucas 1:52 Eclesiástico 10:14
Lucas 2:29 Tobit 11:9
Lucas 2:37 Judit 8:6
Lucas 6:35 Sabiduría 15:1
Lucas 7:22 Eclesiástico 48:5
Lucas 9:8 Eclesiástico 48:10
Lucas 10:17 Tobit 7:17
Lucas 10:19 Eclesiástico 11:19
Lucas 10:21 Eclesiástico 51:1
Lucas 12:19 Tobit 7:10
Lucas 12:20 Sabiduría 15:8
Lucas 13:25 Tobit 14:4
Lucas 13:27 1 Macabeos 3:6
Lucas 13:29 Baruc 4:37
Lucas 14:13 Tobit 2:2
Lucas 15:12 1 Macabeos 10:29 [30]
Lucas 15:12 Tobit 3:17
Lucas 18:7 Eclesiástico 35:22
Lucas 19:44 Sabiduría 3:7
Lucas 21:24 Tobit 14:5
Lucas 21:24 Eclesiástico 28:18
Lucas 21:25 Sabiduría 5:22
Lucas 24:4 2 Macabeos 3:26
Lucas 24:31 2 Macabeos 3:34
Lucas 24:50 Eclesiástico 50:20s
Lucas 24:53 Eclesiástico 50:22

Juan

Juan 1:3 Sabiduría 9:1
Juan 3:8 Eclesiástico 16:21
Juan 3:12 Sabiduría 9:16
Juan 3:12 Sabiduría 18:15s
Juan 3:13 Baruc 3:29
Juan 3:28 1 Macabeos 9:39
Juan 3:32 Tobit 4:6
Juan 4:9 Eclesiástico 50:25s
Juan 4:48 Sabiduría 8:8
Juan 5:18 Sabiduría 2:16
Juan 6:35 Eclesiástico 24:21
Juan 7:38 Eclesiástico 24:40, 43[30s]
Juan 8:44 Sabiduría 2:24
Juan 8:53 Eclesiástico 44:19
Juan 10:20 Sabiduría 5:4
Juan 10:22 1 Macabeos 4:59
Juan 14:15 Sabiduría 6:18
Juan 15:9s Sabiduría 3:9
Juan 17:3 Sabiduría 15:3
Juan 20:22 Sabiduría 15:11

Hechos

Hechos 1:10 2 Macabeos 3:26
Hechos 1:18 Sabiduría 4:19
Hechos 2:4 Eclesiástico 48:12
Hechos 2:11 Eclesiástico 36:7
Hechos 2:39 Eclesiástico 24:32
Hechos 4:24 Judit 9:12
Hechos 5:2 2 Macabeos 4:32
Hechos 5:12 1 Macabeos 12:6
Hechos 5:21 2 Macabeos 1:10
Hechos 5:39 2 Macabeos 7:19
Hechos 9:1-29 2 Macabeos 3:24-40
Hechos 9:2 1 Macabeos 15:21
Hechos 9:7 Sabiduría 18:1
Hechos 10:2 Tobit 12:8
Hechos 10:22 1 Macabeos 10:25
Hechos 10:22 1 Macabeos 11:30, 33 etc.
Hechos 10:26 Sabiduría 7:1
Hechos 10:30 2 Macabeos 11:8
Hechos 10:34 Eclesiástico 35:12s
Hechos 10:36 Sabiduría 6:7
Hechos 10:36 Sabiduría 8:3 etc.
Hechos 11:18 Sabiduría 12:19
Hechos 12:5 Judit 4:9
Hechos 12:10 Eclesiástico 19:26
Hechos 12:23 Judit 16:17
Hechos 12:23 Eclesiástico 48:21
Hechos 12:23 1 Macabeos 7:41
Hechos 12:23 2 Macabeos 9:9
Hechos 13:10 Eclesiástico 1:30
Hechos 13:17 Sabiduría 19:10
Hechos 14:14 Judit 14:16s
Hechos 14:15 Sabiduría 7:3
Hechos 15:4 Judit 8:26
Hechos 16:14 2 Macabeos 1:4
Hechos 17:23 Sabiduría 14:20
Hechos 17:23 Sabiduría 15:17
Hechos 17:24, 25 Sabiduría 9:1
Hechos 17:24 Tobit 7:17
Hechos 17:24 Sabiduría 9:9
Hechos 17:26 Sabiduría 7:18
Hechos 17:27 Sabiduría 13:6
Hechos 17:29 Sabiduría 13:10
Hechos 17:30 Eclesiástico 28:7
Hechos 19:27 Sabiduría 3:17
Hechos 19:28 Daniel 14:18, 41
Hechos 20:26 Daniel 13:46
Hechos 20:32 Sabiduría 5:5
Hechos 20:35 Eclesiástico 4:31
Hechos 21:26 1 Macabeos 3:49
Hechos 22.9 Sabiduría 18.1
Hechos 24:2 2 Macabeos 4:6
Hechos 26:18 Sabiduría 5:5
Hechos 26:25 Judit 10:13

Romanos

Romanos 1:19-32 Sabiduría 13-15
Romanos 1:21 Sabiduría 13:1
Romanos 1:23 Sabiduría 11:15
Romanos 1:23 Sabiduría 12:24
Romanos 1:28 2 Macabeos 6:4
Romanos 2:4 Sabiduría 11:23
Romanos 2:11 Eclesiástico 35:12s
Romanos 2:15 Sabiduría 17:11
Romanos 4:13 Eclesiástico 44:21
Romanos 4:17 Eclesiástico 44:19
Romanos 5:5 Eclesiástico 18:11
Romanos 5:12 Sabiduría 2:24
Romanos 9:4 Eclesiástico 44:12
Romanos 9:4 2 Macabeos 6:23
Romanos 9:19 Sabiduría 12:12
Romanos 9:21 Sabiduría 15:7
Romanos 9:31 Eclesiástico 27:8
Romanos 9:31 Sabiduría 2:11
Romanos 10.7 Sabiduría 16.13
Romanos 10:6 Baruc 3:29
Romanos 11:4 2 Macabeos 2:4
Romanos 11:15 Eclesiástico 10:20s
Romanos 11:33 Sabiduría 17:1
Romanos 12:15 Eclesiástico 7:34
Romanos 13:1 Eclesiástico 4:27
Romanos 13:1 Sabiduría 6:3s
Romanos 13.10 Sabiduría 6.18
Romanos 15:4 1 Macabeos 12:9
Romanos 15:8 Eclesiástico 36:20

1 Corintios

1 Corintios 1:24 Sabiduría 7:24s
1 Corintios 2:16 Sabiduría 9:13
1 Corintios 2:9 Eclesiástico 1:10
1 Corintios 4:13 Tobit 5:19
1 Corintios 4:14 Sabiduría 11:10
1 Corintios 6:2 Sabiduría 3:8
1 Corintios 6:12 Eclesiástico 37:28
1 Corintios 6:13 Eclesiástico 36:18
1 Corintios 6:18 Eclesiástico 23:17
1 Corintios 7:19 Eclesiástico 32:23
1 Corintios 9:19 Eclesiástico 6:19
1 Corintios 9:25 Sabiduría 4:2
1 Corintios 10:1 Sabiduría 19:7s
1 Corintios 10:20 Baruc 4:7
1 Corintios 10:23 Eclesiástico 37:28
1 Corintios 11:7 Eclesiástico 17:3
1 Corintios 11:7 Sabiduría 2:23
1 Corintios 11:24 Sabiduría 16:6
1 Corintios 15:29 2 Macabeos 12:43s
1 Corintios 15:32 Sabiduría 2:5s
1 Corintios 15:34 Sabiduría 13:1

2 Corintios

2 Corintios 5:1, 4 Sabiduría 9:15
2 Corintios 12:12 Sabiduría 10:16

Gálatas

Gálatas 2:6 Eclesiástico 35:13
Gálatas 4:4 Tobit 14:5
Gálatas 6:1 Sabiduría 17:17

Efésios

Efésios 1:6 Eclesiástico 45:1
Efésios 1:6 Eclesiástico 46:13
Efésios 1:17 Sabiduría 7:7
Efésios 4:14 Eclesiástico 5:9
Efésios 4:24 Sabiduría 9:3
Efésios 6:12 Sabiduría 5:17
Efésios 6:14 Sabiduría 5:18
Efésios 6:16 Sabiduría 5:19, 21

Filipenses

Filipenses 4:5 Sabiduría 2:19
Filipenses 4:13 Sabiduría 7:23
Filipenses 4:18 Eclesiástico 35:6

Colosenses

Colosenses 2:3 Eclesiástico 1:24s

1 Tesalonicenses

1 Tesalonicenses 3:11 Judit 12:8
1 Tesalonicenses 4:6 Eclesiástico 5:3
1 Tesalonicenses 4:13 Sabiduría 3:18
1 Tesalonicenses 5:1 Sabiduría 8:8
1 Tesalonicenses 5:2 Sabiduría 18:14s
1 Tesalonicenses 5:3 Sabiduría 17:14
1 Tesalonicenses 5:8 Sabiduría 5:18

2 Tesalonicenses

2 Tesalonicenses 2:1 2 Macabeos 2:7
1 Timoteo

1 Timoteo 1:17 Tobit 13:7, 11
1 Timoteo 2:2 2 Macabeos 3:11
1 Timoteo 2:2 Baruc 1:11s
1 Timoteo 6:15 2 Macabeos 12:15
1 Timoteo 6:15 2 Macabeos 13:4
2 Timoteo

2 Timoteo 2:19 Eclesiástico 17:26
2 Timoteo 2:19 Eclesiástico 23:10v1
2 Timoteo 2:19 Eclesiástico 35:3
2 Timoteo 4:8 Sabiduría 5:16
2 Timoteo 4:17 1 Macabeos 2:60

Tito

Tito 2:11 2 Macabeos 3:30
Tito 3:4 Sabiduría 1:6

Hebreos

Hebreos 1:3 Sabiduría 7:25s
Hebreos 2:5 Eclesiástico 17:17
Hebreos 4.12 Sabiduría 18.15s
Hebreos 4:12 Sabiduría 7:22-30
Hebreos 5:6 1 Macabeos 14:41
Hebreos 7:22 Eclesiástico 29:14ss
Hebreos 11:5 Eclesiástico 44:16
Hebreos 11:5 Sabiduría 4:10
Hebreos 11:6 Sabiduría 10:17
Hebreos 11.10 Sabiduría 13.1
Hebreos 11:10 2 Macabeos 4:1
Hebreos 11:17 1 Macabeos 2:52
Hebreos 11:17 Eclesiástico 44:20
Hebreos 11:27 Eclesiástico 2:2
Hebreos 11:28 Sabiduría 18:25
Hebreos 11:35 2 Macabeos 6:18-7:42
Hebreos 12:4 2 Macabeos 13:14
Hebreos 12:9 2 Macabeos 3:24
Hebreos 12:12 Eclesiástico 25:23
Hebreos 12:17 Sabiduría 12:10
Hebreos 12:21 1 Macabeos 13:2
Hebreos 13:7 Eclesiástico 33:19
Hebreos 13:7 Sabiduría 2:17

 

Santiago

Santiago 1:1 2 Macabeos 1:27
Santiago 1:13 Eclesiástico 15:11-20
Santiago 1:19 Eclesiástico 5:11
Santiago 1:2 Eclesiástico 2:1
Santiago 1:2 Sabiduría 3:4s
Santiago 1:21 Eclesiástico 3:17
Santiago 2:13 Tobit 4:10
Santiago 2:23 Sabiduría 7:27
Santiago 3:2 Eclesiástico 14:1
Santiago 3:6 Eclesiástico 5:13
Santiago 3:9 Eclesiástico 23:1, 4
Santiago 3:10 Eclesiástico 5:13
Santiago 3:10 Eclesiástico 28:12
Santiago 3:13 Eclesiástico 3:17
Santiago 4:2 1 Macabeos 8:16
Santiago 4:11 Sabiduría 1:11
Santiago 5:3 Judit 16:17
Santiago 5:3 Eclesiástico 29:10
Santiago 5:4 Tobit 4:14
Santiago 5:6 Sabiduría 2:10
Santiago 5:6 Sabiduría 2:12
Santiago 5:6 Sabiduría 2:19

1 Pedro

1 Pedro 1:3 Eclesiástico 16:12
1 Pedro 1:7 Eclesiástico 2:5
1 Pedro 2:25 Sabiduría 1:6
1 Pedro 4:19 2 Macabeos 1:24 etc.
1 Pedro 5:7 Sabiduría 12:13

2 Pedro

2 Pedro 2:2 Sabiduría 5:6
2 Pedro 2:7 Sabiduría 10:6
2 Pedro 3:9 Eclesiástico 35:19
2 Pedro 3:18 Eclesiástico 18:10

1 Juan

1 Juan 5:21 Baruc 5:72

Apocalipsis

Apocalipsis 1:18 Eclesiástico 18:1
Apocalipsis 2:10 2 Macabeos 13:14
Apocalipsis 2:12 Sabiduría 18:16 [15]
Apocalipsis 2:17 2 Macabeos 2:4-8
Apocalipsis 4:11 Eclesiástico 18:1
Apocalipsis 4:11 Sabiduría 1:14
Apocalipsis 5:7 Eclesiástico 1:8
Apocalipsis 7:9 2 Macabeos 10:7
Apocalipsis 8:1 Sabiduría 18:14
Apocalipsis 8:2 Tobit 12:15
Apocalipsis 8:3 Tobit 12:12
Apocalipsis 8:7 Eclesiástico 39:29
Apocalipsis 8:7 Sabiduría 16:22
Apocalipsis 9:3 Sabiduría 16:9
Apocalipsis 9:4 Eclesiástico 44:18 etc.
Apocalipsis 11:19 2 Macabeos 2:4-8
Apocalipsis 17:14 2 Macabeos 13:4
Apocalipsis 18:2 Baruc 4:35
Apocalipsis 19:1 Tobit 13:18
Apocalipsis 19:11 2 Macabeos 3:25
Apocalipsis 19:11 2 Macabeos 11:8
Apocalipsis 19:16 2 Macabeos 13:4
Apocalipsis 20:12s Eclesiástico 16:12
Apocalipsis 21:19s Tobit 13:17

 

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¿Cómo saber si una Biblia es católica?

 

La Biblia es uno de los libros más traducidos en el mundo, existen muchas versiones distintas, unas muy buenas y otras pésimas, unas que transmiten el mensaje original y otras que lo traicionan. Por eso hoy te dejo estas 5 características para distinguir si una Biblia es católica.

 

  1. La Biblia Vulgata

Antes de Cristo, había dos versiones de los textos sagrados: el texto masorético (textos en hebreo y arameo) y posteriormente su traducción al griego que vino a llamarse la Biblia de los LXX. Esto es lo que constituía el Antiguo Testamento. Con Cristo, se escriben otros textos (en griego), lo que conocemos como Nuevo Testamento. Sin embargo, se vio la necesidad de traducirlo a la lengua de todo el imperio, el latín.

En el año 382, el Papa san Dámaso le pidió a san Jerónimo una traducción de los textos de la Sagrada Escritura al idioma latín. Y así lo hizo. Fue lo que vino a conocerse como la Biblia Vulgata. Esta versión fue entonces la “primera Biblia”, pues contenía los textos del A.T como del N.T, y esta será la Biblia base desde la cuál se tomarán todas las futuras traducciones.

 

  1. Traducción de la Biblia

Dice el Código de derecho canónico: “Los libros de la sagrada Escritura sólo pueden publicarse si han sido aprobados por la Sede Apostólica o por la Conferencia Episcopal; asimismo, para que se puedan editar las traducciones a la lengua vernácula, se requiere que hayan sido aprobadas por la misma autoridad…”. Es decir que toda versión de la Biblia a cualquier idioma debe ser revisada y aprobada por una autoridad eclesial.

 

  1. Aprobación de la Biblia

Después de que una versión de la Biblia ha sido revisada, se procede a su aprobación, y esta se da a través de dos elementos: el Nihil obstat (que indica que no hay ningún obstáculo para proceder) y el imprimatur (que indica que ya se puede divulgar sin ningún problema). Esto se da después de una revisión seria de los textos, y lo hace una autoridad competente, como vimos en el punto anterior. Las que tienen estos dos elementos, son católicas; las que no, serían de dudosa procedencia.

 

  1. Principales traducciones 

Hay distintas traducciones de la Sagrada Escritura, aprobadas por la Iglesia: la Nacar-Colunga (1944), la Biblia de Jerusalén (1967), la Biblia Latinoamericana (1972), la Bilbia del Peregrino, la Biblia de Navarra, etc. Estos son ejemplos de versiones de Biblia aprobadas por la Iglesia, todas ellas (entre otras) tienen los dos elementos que mencionamos en el punto anterior.

 

  1. Diferencias entre Biblias

Hay muchas diferencias entre una Biblia católica y una protestante, y quizás la más notoria es la cantidad de libros. Toda Biblia católica, además de las características antes mencionadas, tiene los 73 libros ya presentes en la Biblia Vulgata, mientras que toda biblia protestante sólo posee 66 libros, excluyendo entonces 7 libros (los así llamados libros deuterocanónicos). Curiosamente, los libros que excluyen, contienen doctrinas muy importante, como la de rezar por los difuntos, el purgatorio, etc.

 

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21 Razones Bíblicas por las cuales Dios no escucha nuestra oración.

¿Por qué si hay fe, no somos escuchados?

 

Aunque Dios es un Padre Amoroso y su misericordia sobrepasa aún nuestros pecados. (Sal 86, 15 ) y Jesús nos dice “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá . Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y Al que llama se le abre” (Mt 7, 7-8). De la misma manera el Pbro. Juan del Rizzo atinadamente (Famoso por su Devoción al Divino Niño) dice que hay que “Pedir milagros, aunque no seamos santos, porque lo que obtiene milagros no es la santidad sino la fe”. Y esto es cierto, ya que el primer elemento de la oración : es la FE , y muchas veces se da, por ello entre el Pueblo de Dios se oye decir “Yo tengo mucha fe… pero Dios no me escucha” ¿Por qué si hay fe, no somos escuchados? Sencillo porque la Fe se traduce en la Obediencia (Mat 7, 21; Stg 2, 24).

La Biblia menciona que hay mínimo 21 casos donde el Señor no responde la Oración:

1) Si en nuestra oración pedimos mal o tiene motivos personales y egoístas: “Si piden algo, no lo consiguen porque piden mal; y no lo consiguen porque lo derrocharían para divertirse”. (Santiago 4,3) Muchos pedimos cosas malas: la amante o el amante “la muerte del esposo(a), el violador encontrar una víctima, el delincuente que no sea descubierto” Dios NUNCA responderá eso, porque Él da lo mejor. “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará espíritu santo a los que se lo pidan” (Lucas 11, 13).

2) Porque no es el tiempo oportuno. Abraham tuvo que esperar 40 años, para recibir la promesa que Dios le había dado. Génesis 18; 14; “Pues hay para cada cosa un tiempo y un criterio” (Ecle 8,6)

3) Cuando oramos sin fe. “Pero hay que pedir con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar que están a merced del viento. Esa gente no puede esperar nada del Señor, son personas divididas y toda su existencia será inestable.” (Santiago 1, 6-8).

 

 

4) Si al pedir oramos guardando maldad en nuestros corazones: “Si hubiere visto maldad en mi corazón, el Señor no me habría escuchado”. (Salmo 66, 18).

5) Porque oramos, pero permaneciendo en el pecado: “Sino que los pecados de ustedes han cavado un abismo entre ustedes y su Dios. Sus pecados han hecho que Él vuelva su cara para no atenderlos” (Isaías 59,2); Jn 9, 31 dice: “Es sabido que Dios no escucha a los pecadores, pero al que honra a Dios y cumple su voluntad, Dios lo escucha”.

6) La oración de los que NO obedecen o niegan la Ley de Dios: “El que se niega a escuchar la Ley, hasta su oración indispone a Dios” (Pro 28,9) “Pero ellos no quisieron que les hablara, me volvieron la espalda y se tapaban los oídos para no escucharme;” endurecieron el corazón como el diamante. Rechazaron la Ley y los mensajes que Yahvé de los Ejércitos les mandaba por medio de los antiguos profetas, a los cuales inspiraba. Yahvé se enojó mucho con esto, y se les dijo: Si ustedes no le hacen caso cuando él los llama, también ustedes gritarán sin que Él los atienda” (Zacarías 7, 11-13).

7) Si cuando oramos, servimos indignamente a Dios: “Miren, ustedes presentan sobre mi altar alimentos impuros. Ustedes seguramente replicarán: “¿En qué te hemos profanado?” Lo han hecho cuando han pensado que la mesa de Yahvé no merece respeto. Cuando ustedes traen para sacrificarla una bestia ciega, o cuando presentan una coja o enferma, ¿creen que actúan bien? Llévasela al gobernador a ver si queda contento o si te recibe bien, dice Yahvé de los ejércitos. Así es como ustedes piden a Dios sus favores. Pero, ¿creen ustedes que los atenderá?” (Malaquías 1, 7-9)

8) La Oración de los que se han apartado de Dios: “Esto dice Yahvé respecto de este pueblo: ¡Cómo les gusta correr de acá para allá, si no paran un momento! Yahvé no los quiere, pues se acuerda ahora de sus crímenes y del castigo que merecen. Y añadió Yahvé: No ruegues por la felicidad de este pueblo. Aunque ayunen, no escucharé su súplica; aunque me presenten holocaustos y ofrendas, no los aceptaré. Al contrario, me preparo para acabar con ellos por la espada, el hambre y la peste” (Jeremías 14, 10-12) También el Señor en el Libro de los Proverbios nos dice: “¿Se van a rehusar cuando los llamo, no van a poner atención cuando les tiendo la mano?, ¿No quieren hacer caso de mis consejos y rechazan mis advertencias?. Yo también me reiré de su miseria, me burlaré cuando el miedo los domine, cuando les llegue el huracán del terror y se los lleve el torbellino de las desdichas, cuando queden bajo el peso de la miseria y de la angustia. Entonces me llamarán pero no responderé, me buscarán pero no me hallarán” (Proverbios 1,24-25.28).

 

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9) La oración de los que hacen sus oídos sordos al clamor del pobre o del que sufre: “El que pone oídos sordos al grito del afligido, cuando llame no le responderán” (Proverbios 21, 13).

10) La oración de los que son violentos , asesinos, mentirosos y calumniadores: “Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para no verlos; aunque multipliquen sus plegarias, no las escucharé, porque veo la sangre en sus manos”. (Isaías 1,15) o porque “Los pecados de ustedes han cavado un abismo entre ustedes y su Dios. Sus pecados han hecho que él vuelva su cara para no atenderlos. Pues las manos de ustedes están manchadas de sangre, y sus dedos, de crímenes, sus labios pronuncian la mentira y su lengua murmura la falsedad”. (Isaías 59, 2-3)

11) Porque la persona que ora, está bajo juicio. Las personas que están bajo juicio, van de problema en problema, de dificultad en dificultad hasta que Dios les levanta el juicio, cuando tienen un arrepentimiento sincero delante de Dios; todo esto no fue castigo de Dios, sino consecuencias de su pecado. “No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado” (Gálatas 6,7a). Las consecuencias del pecado de David, la sufrieron sus hijos, lo que les trajo muerte y violencia, por más que digamos: “Señor, escucha mi oración, atiende a mis plegarias, respóndeme, tú que eres fiel y justo. No llames a juicio a tu siervo pues no hay quien sea justo en tu presencia” (Salmo 143, 1-3) pero el Señor no la responderá.

12) Porque la persona que ora, está bajo prueba. “Busqué al Señor en el momento de la prueba, de noche sin descanso hacia él tendí mi mano y mi alma se negó a ser consolada” (Salmo 77, 2) ¿Por qué Dios nos prueba? “Se prueba la plata en el fuego, se coloca el oro en el crisol: cada uno debe probar a los que lo aman” (Proverbios 27, 21)

13) La oración de los que le rinden culto a los ídolos o a Satanás (Brujerías): “Por eso, así habla Yavé: Les voy a mandar una catástrofe de la cual nadie podrá escapar. Y aunque me pidan auxilio, no los ayudaré. ¡Que vayan, entonces, las ciudades de Judá y los habitantes de Jerusalén a clamar a los dioses a los que quemaban incienso! Estos dioses no les darán ningún socorro cuando les pase la desgracia. ¡Porque tan numerosos como tus ciudades son tus dioses, Judá! E igual al número de las calles de Jerusalén es la cantidad de altares que ustedes han levantado para ofrecer incienso a Baal. En cuanto a ti, no ruegues por este pueblo, ni eleves por él súplicas ni oraciones; porque no los voy a oír cuando me llamen en el momento de la desgracia” (Jeremías 11, 11-14) “Me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre? Todavía verás abominaciones mayores que éstas.» Me condujo luego al atrio interior de la Casa de Yahveh. Y he aquí que a la entrada del santuario de Yahveh, entre el vestíbulo y el altar, había unos veinticinco hombres que, vuelta la espalda al santuario de Yahveh y la cara a oriente, se postraban en dirección a oriente hacia el sol. Y me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre? ¿Aún no le bastan a la casa de Judá las abominaciones que cometen aquí, para que llenen también la tierra de violencia y vuelvan a irritarme? Mira cómo se llevan el ramo a la nariz. Pues yo también he de obrar con furor; no tendré una mirada de piedad, no perdonaré. Con voz fuerte gritarán a mis oídos, pero yo no les escucharé” (Ezequiel 8,15-18)

14) Las oraciones con hipocresía o sólo por cumplimiento: “Entre tanto se habían reunido miles y miles de personas, hasta el punto de que se aplastaban unos a otros. Entonces Jesús se puso a decir, especialmente para sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Lucas 12,1.

15) Las oraciones de los Soberbios u Orgullosos: “Pero Dios tiene mejores cosas que dar. Y la Escritura añade: Dios resiste a los orgullosos, pero hace favores a los humildes”.(Santiago 4,6).

16) Las oraciones donde falta perdonar. “Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas” (Marcos 11, 25-26)

17) Las oraciones de los que no se sujetan a los presbíteros (sacerdotes): “También ustedes, los más jóvenes, sean sumisos a la autoridad de los Presbíteros. Traten de rivalizar en sencillez y humildad unos con otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes”. (1 Pedro 5, 5)

18) Las oraciones de los que maldicen a sus padres: “¿Ha maldecido a su padre y a su madre? Su lámpara se apagará en el lugar más oscuro” (Proverbios 20,20) y “El que deja sin nada a su padre y echa a su madre es un hijo infame y desnaturalizado” (Proverbios 19, 26). ¡Y vea Marcos 7,10!

19) Cuando el marido no da honor a la mujer: “Y ustedes, maridos, sean a su vez comprensivos en la vida en común. Sabiendo que sus compañeras son seres más delicados, y que ambos comparten la gracia que lleva a la vida, eviten las amenazas. Este será un buen medio para que Dios escuche lo que ustedes le pidan” (1 Pedro 3,7).

20) Los que oran auto justificándose: “El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano, Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”. Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado y el que se humilla será enaltecido.” (Lucas 18, 11-14).

21) La oración de los que maltratan el Pueblo de Dios: “Haces que mis enemigos den la espalda, y a cuantos me odiaban aniquilo. Aunque griten, nadie los salvará, claman al Señor, pero no les responde” (Salmo 18, 40-41) “Ustedes descueran vivos a los de mi pueblo y les arrancan la carne de sus huesos. Ustedes pueden comerse la carne de mi pueblo, partir sus huesos y echarlos a la olla, pero cuando me llamen no les haré caso, sino que les ocultaré mi cara por sus malas acciones” (Miqueas 3, 2-4).

 

Fuente: ApologeticaSiloe.net

 

¿Cómo alcanzar la paz interior?

 

A veces nos sentimos insatisfechos con nosotros mismos. Tenemos la sensación de que no encajan las piezas del rompecabezas; que no están bien ensambladas mi identidad, mi vida íntima y mi comportamiento. La conciencia reclama y dice que algo anda mal.
Esto puede tener diversas causas. Entre otras, sucede cuando una persona se comporta de una manera que no corresponde a la propia verdad, sea por incoherencia, sea para dar una apariencia falsa de sí mismo.

Para tener armonía, el ser y el obrar deben encajar

Para ser una persona en armonía, de una sola pieza, es necesario que encajen el ser y el obrar. Una persona madura es aquella que se comporta conforme a lo que es. Y cuando hablo de ser y de identidad me refiero a lo básico, a lo más profundo de nosotros mismos: nuestra condición de creaturas, de hijos de Dios, de cristianos.
Conversando sobre este tema con un hermano sacerdote, el P. John Hopkins, L.C., me hizo un dibujo que me gustó y al que luego hice ciertas adaptaciones:

* La fachada es aquello que queremos que los demás vean y piensen de nosotros.

* La puses aquello que si bien es verdad, preferimos esconderlo, pues reconocemos que estamos mal.

* El corazón es nuestra identidad, nuestra verdad más profunda. Lo que somos a los ojos de Dios.

Leí hace tiempo un cuento:
Un viejo indio Cherokee le habló a su nieto sobre una batalla que se libra en el interior de las personas. Le dijo: “Hijo mío, la batalla es entre dos lobos que llevamos dentro. Un lobo es el pecado: la rabia, la impaciencia, la decepción, el rencor, el resentimiento, el odio, el orgullo, el deseo de venganza, el ego, el orgullo. El otro lobo es el bien: es el perdón, la misericordia, la paz, el respeto, la esperanza, la bondad, la compasión, la confianza, la humildad, el amor…” El niño se quedó pensando y luego le preguntó a su abuelo: “Abuelo, ¿cuál lobo gana la batalla?” El anciano le respondió: “Aquél al que tú alimentas.”
Si queremos vivir en armonía, ser personas de profunda paz interior y que irradien paz a su alrededor, debemos alimentar el corazón.

¿Con qué? Con los sacramentos y la oración. Cuidar la vida de gracia para que sea la presencia de Dios en nosotros la fuente de paz interior. Y cuidarla significa buscarla y dejarla actuar. Dejar actuar a Dios dentro del corazón, dar espacio a la labor silenciosa de la gracia divina, que vence nuestras resistencias y cura nuestras llagas.

“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel”. (Mt 13, 44)
Así es la gracia en nuestra vida. Un tesoro escondido por el que valdría la pena venderlo todo, porque todo nos lo da. La semana pasada celebramos la fiesta de la conversión de San Pablo. El recuerdo de Saulo de Tarso nos anima a confiar en el poder de la gracia acogida, consentida y correspondida por nuestra voluntad libre. En las vísperas celebradas por S.S. Benedicto XVI en la basílica de San Pablo Extramuros, el Santo Padre decía:
“Tras el evento extraordinario que sucedió en el camino de Damasco, Saulo, quien se distinguía por el celo con que perseguía a la Iglesia naciente, fue transformado en un apóstol incansable del evangelio de Jesucristo. En la historia de este extraordinario evangelizador, es claro que tal transformación no es el resultado de una larga reflexión interior y menos el resultado de un esfuerzo personal. Es, ante todo, obra de la gracia de Dios que ha actuado conforme a sus inescrutables caminos. Por esto Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto unos años después de su conversión, dice, como hemos escuchado en la primera lectura de estas Vísperas: “Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí.” (I Corintios 15:10). Por otra parte, examinando cuidadosamente la historia de san Pablo, se comprende cómo la transformación que ha experimentado en su vida no se limita al plano ético –como una conversión de la inmoralidad a la moralidad–, ni al nivel intelectual –como cambio del propio modo de entender la realidad–, sino más bien se trata de una renovación radical de su ser, similar en muchos aspectos a un renacimiento. Tal transformación tiene su base en la participación en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, y se presenta como un proceso gradual de configuración con Él. A la luz de esta conciencia, san Pablo, cuando luego sea llamado a defender la legitimidad de su vocación apostólica y del evangelio por él anunciado, dirá: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20).”
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos confirma que:
“Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Flp 2,13). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque “sin el Creador la criatura se diluye”; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia”. (CIC, 308)
Como escribía al inicio del artículo, las causas de nuestro desasosiego interior pueden ser muchas. Sabemos que existen asimismo elementos humanos que contribuyen a la paz interior y que si Dios quiere podremos tratar más adelante. Quedémonos hoy con el gusto de haber reflexionado en lo que Dios puede hacer con nosotros, por medio de su gracia, si sabemos alimentarnos de ella.

 

¿Eres un buen cristiano?

5 preguntas que puedes hacerte si te crees muy bueno

 

Parece fácil ser cristiano; no matarás, no mentirás, no robarás y tienes el cielo ganado.

Los 10 mandamientos nos los enseñan desde que somos pequeños (¿al preparar la primera comunión?), y desde entonces intentamos cumplir con ellos para ser las buenas personas que queremos ser. La verdad es que querer ser buena persona es un gran comienzo, y querer cumplir con los mandamientos aún más.

Recordando el pasaje del joven rico, cuando este va al encuentro del Señor y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, Jesús le responde “Tú sabes los mandamientos: ‘no mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”». A primera vista parece que lo estamos haciendo bien.

Traduciendo ese pasaje a nuestra vida, no solo se trata de atender a los 10 mandamientos –que a veces pueden sonar un poco arcaicos– («no codiciarás a la mujer de tu prójimo»), sino que se trata de cumplir con los deberes de tu estado (tu situación cotidiana actual). Por ejemplo, si soy estudiante de la universidad y contextualizo dichos mandamientos a mí día a día: voy a misa los domingos, separo un espacio para mi oración, hablo con mis padres regularmente y nunca les alzo la voz; intento (al menos intento), no hablar mal de nadie y hago mis deberes de forma diligente.

Ahora bien, ¿y si siempre he sido responsable y virtuosa?, ¿si como el joven rico todo esto lo he cumplido bien? ¿Ahora qué?, ¿ya soy buena?  No debemos  olvidar que a la pregunta del joven el Señor también le responde: «¿Por qué Me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios».

 

 

La mayor tentación de un cristiano comprometido con su fe está en que podemos llegar a creernos buenos. Creer que hemos hecho suficiente. Entender la vida cristiana como un catálogo de reglas que tenemos que cumplir para «ser bueno» es un error que conlleva una profunda tristeza. Quien se gana el cielo y quien vive con esa alegría en la tierra, no es la persona que concibe la vida como un continuo poner vistos en una to-do-list. Claro está que cumplir con los mandamientos es necesario (no me malinterpreten) pero esto no es  suficiente  para ser llenar el corazón del hombre.

Entonces, ¿cómo se es santo y se gana el cielo?

El joven rico se pregunta lo mismo y le dice al Señor : «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud” a lo que Jesús responde  “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y Me sigues».

¿Cómo entender estas palabras tan exigentes del Señor en nuestra día a día? Estas 5 preguntas te pueden ayudar:

 

  1. ¿Me he puesto hoy al servicio de los demás?

El Señor nos invita a vivir nuestra vida desde una perspectiva distinta, la de dejar todo a los demás por Él, por amor.

Ese «vende todo lo que tienes» hoy en día es una forma de vaciar el corazón de prejuicios contra los demás, de dar demasiada importancia a las apariencias, de preocuparse excesivamente de uno mismo; y de darle la oportunidad de llenarse de Cristo.

Un amor que «da a los pobres» es aquel que se entrega por completo a los demás para vivir con una apertura radical a los demás. Ya lo decía San Agustín «Ama y haz lo que quieras», ¡y no se equivoca! El amor es el auténtico fin del hombre y lo único que puede colmar su corazón con anhelos de eternidad.

 

  1. ¿He buscado hoy ser instrumento de Dios para que los demás le conozcan?

Como hemos dicho arriba, no se trata solo de ser buenos. El «nuevo» mandamiento del amor renueva la vivencia de las enseñanzas que Dios nos ha dejado (cumplir con los mandamientos) de manera que engrandece la vida del hombre al no dejarla circunscrita a la constatación de «buenas obras», a conformarse con «ser bueno», sino que lo lleva a ilusionarse con «ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mateo 5:48), perfectos en el amor. Y este amor, para que sea perfecto, es expansivo, busca siempre transmitirse a los demás.

 

  1. ¿He procurado cuidar algún momento de oración hoy para poder encontrarme con Dios?

Sin oración no somos nada. Para subir un poco más arriba del escalón de «ser buenos», necesitamos de la gracia. Nadie puede  ser santo por sus propios medios.

«Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada» (San José María Escrivá).

 

  1. ¿He sido agradecido hoy con Dios por todo lo que me ha regalado?

Una de las condiciones más importantes para la santidad es el agradecimiento. Todo lo bueno que tenemos proviene de Dios y es a Él a quien primero debemos agradecer. Vivir en un constante agradecimiento nos ayuda a crecer en la humildad y la alegría.

«El saber agradecer a los hermanos es signo de que se tiene un corazón agradecido para con Dios nuestro Señor y un corazón agradecido es siempre fuente de gracia» (Papa Francisco).

 

  1. ¿He sabido hoy apreciar lo que los demás han hecho por mí?

No solo se trata de ser agradecidos con Dios, es bueno también serlo con los demás. Ir más allá de «ser buenos» implica ese ponernos siempre en disposición, en apertura hacia los otros, y esto no se trata solo de servirlos, se trata también de buscar valorar al otro por quién es, aprender a ver en cada persona una oportunidad para vivir el encuentro, la alegría y el agradecimiento.

 

¿Por qué nos persignamos al pasar frente a una Iglesia?

 

Entre los católicos se acostumbra que cada vez que pasamos frente a una Iglesia nos santiguamos haciendo la señal de la cruz. Pero ¿Qué significa hacer este signo? ¿Es obligación hacerla o no?

Es curioso observar cómo la gente al pasar por una Iglesia católica tiene diversas reacciones, desde aquellos que se detienen por un momento y hacen la señal de la cruz, otros que parecen hacer ciertas muecas como si se avergonzaran de que los vieran y tratan de disimular haciéndolo de manera rápida y sin sentido, finalmente, están los que pasan de largo sin hacer ningún signo.

Hacer la señal de la cruz o santiguarse de manera consciente es una forma de saludo a Dios, de quien decimos que todo templo es su casa, porque allí habita en la forma del pan, en el Santísimo Sacramento del Altar.

Pero no solamente nos santiguamos cuando pasamos frente a un templo, también lo hacemos al levantarnos en las mañanas, al salir de casa, al empezar la jornada de trabajo diaria, antes de recibir los alimentos y al acostarnos por el día que termina.

El Catecismo de la Iglesia Católica refiere en su numeral 2157 que: “El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades”.

 

 

Por tanto, hacemos este signo para recordar nuestra fe en Cristo Jesús que murió por nosotros en la cruz aun siendo pecadores; asimismo, nos reconocemos hijos de Dios a quien invocamos en el misterio de la Santísima Trinidad para ponernos bajo su protección y ayuda.

Cuando nos persignarnos retomamos una tradición apostólica muy antigua. El escritor Tertuliano, escribía: “En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz”.

Para nosotros los católicos la cruz no es símbolo de muerte, sino de salvación, pues ésta es la llave por la que nosotros podemos entrar al Reino. Ya lo dijo Jesús: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8, 34). Por tanto, más que el signo de la cruz y el acto de persignarse, nos recuerdan que queremos ser seguidores de Jesús de una manera total y comprometida.

Hay que decir que fuera de la Misa y de las oraciones, no es obligatorio hacer la señal de la cruz, pero sí es necesario y bueno ya que nos hace ser coherentes con nuestra fe en vida, palabra y actos.

No perdamos esta costumbre de reconocimiento a Dios que se encuentra vivo y presente en el Sacramento del Altar en cada Iglesia que hay en el mundo. ¡No te avergüences! Hagamos la señal de la cruz con amor, devoción y orgullo de sabernos hijos amados por Dios. Recuerda las palabras de Jesús: “Yo les aseguro: Si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la Gloria de su Padre rodeado de sus santos ángeles” (Mc 8, 38).

 

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¿Qué es la conversión?

Es el paso incluso de ese tipo día

 

Dice el Diccionario de la Real Academia que convertir es “hacer que alguien o algo se trasforme en algo distinto de lo que era”. Este significado amplio bien se puede aplicar al más específico sentido religioso.

 

“Convertirse significa cambiar de vida, tomar un rumbo diferente del que se venía siguiendo, como hicieron los ninivitas ante la predicación de Jonás”, afirma Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en Lo Inédito sobre los Evangelios. Recordemos. Dios había decretado la destrucción de Nínive -“ciudad entregada a los vicios y con conceptos religiosos desviados” – y mandó a Jonás a profetizar, lo que hizo de mala gana, y hasta con gusto del cumplimiento de los castigos anunciados, pues los ninivitas eran enemigos de los judíos.

 

Entretanto, “el rey y el pueblo se tomaron en serio su palabra, ‘creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor’ (Jon 3, 5). ¿Por qué actuaron así? Porque el Señor les enseñó sus caminos y los instruyó en sus sendas”. Los ninivitas, pues, se convirtieron.

 

 

 

Convertirse significa salir de una situación materialista, naturalista y humana, para adoptar una actitud angélica, sobrenatural y divina; olvidar los problemas banales para ponerse en una nueva perspectiva, no más la del tiempo, sino la de la eternidad, es decir, la del Reino de Dios”, puntualiza Mons. Clá.

 

Es decir, lo humano es el pecado, que tiende al materialismo y al naturalismo, o sea, al olvido de Dios y al olvido del recurso a Dios para enfrentar los problemas de nuestra vida. Puede ser un ateísmo profeso, explícito, o mucho más comúnmente el ‘ateísmo práctico’ que practican en demasía los cristianos. Lo contrario de esto es la actitud de los ángeles que están en el cielo, siempre en presencia de Dios y adorando a Dios, algunos actuando poderosamente aquí en la Tierra o rigiendo el Cosmos, pero siempre con el pensamiento y el corazón vuelto hacia el Creador, viviendo de su gracia y de sus dones.

 

Es a asumir esa posición de espíritu a la que el autor llama conversión.

 

Quiere decir, el cambio de vida, el cambio de comportamiento, en la focalización de Mons. João Clá, es la consecuencia de un cambio de mentalidad, del paso de una mentalidad naturalista y mundana, a una mentalidad sobrenatural y con los ojos puestos en la eternidad.

 

Es el paso de una mentalidad de ‘super-yo’ egoísta, cerrada sobre sí, ensimismada y tendiente a la satisfacción sólo de los propios caprichos, a una mentalidad abierta a Dios, sabedora de lo dependientes que somos de él, contenta con esta dependencia y fortalecedora de esta dependencia. Una nueva mentalidad que a todo momento se reporta al Creador, y de Él implora la fuerza para la faena de todos los días.

 

Es el paso incluso de ese tipo día “con momentos para Dios”, con instantes “para la oración”, a pasar todo el día casi que en una contemplación constante del Creador y sus misterios, a un día en que se piensa comúnmente en Dios, en su Palabra, en la Virgen, y se vive en función de ellos.

 

Lo que ocurrió en Nínive fue un milagro de la gracia. Cambiar el egoísmo, cambiar la mente es algo muy complicado, pues es una construcción que se ha ido desarrollando con el paso de los años, especialmente con las justificaciones tontas que hemos ido haciendo de nuestra vida de pecado. Pero justamente cuando la solución es el milagro, pues ahí está el Hacedor de los milagros para que nos haga el nuestro. Pidámoslo, para que con nuestra conversión tengamos el destino feliz de Nínive y no el trágico final que se le había anunciado.

 

 

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Condiciones para seguir a Jesús

 

Jesús al estar entre tanta gente pasa a la otra orilla del lago, no para apartarse, sino para estar también con los del otro lado, para que todos le puedan escuchar, pues cuando Jesús habla, su corazón arde con el deseo de glorificar a su Padre, arde por mostrar el amor que Dios nos tiene. Un amor que no es masificado, sino personal, un amor que se dirige a cada uno por nuestro nombre y apellido.

Apenas llega Jesús a la otra orilla, e inmediatamente un escriba le dice: “Te seguiré adondequiera que vayas”, y Jesús le da esa respuesta que nadie se esperaba, seguramente que el escriba quedó helado ante esta respuesta, pues ya no supo ni que decir.

¿Cómo Jesús siendo Dios no tiene dónde reclinar la cabeza? Jesús es quien invita, “Llama” pero no encuentra generosidad de parte de aquellos a quienes Él llama. Muchas veces encuentra temor, egoísmo, búsqueda de propias realizaciones y proyectos… por eso no tiene dónde reclinar la cabeza. Pero Él también ha dicho: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”

Jesús sigue caminando, dirige su mirada a un discípulo, y todavía no le lanza la pregunta, es más ni le dice nada, el discípulo se adelanta diciéndole “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”, hasta parecería un poco fuera de contexto. Sin embargo Jesús, con esa mirada serena, llena de paz, le mira a los ojos, le pone su mano en el hombro y le dice: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Señor si tú tienes palabras de vida eterna ¿Por qué me hago sordo a tu voz?  Jesús nos llama a todos, Él nos pide algo a cada uno. Hay a quienes llama a un mayor amor y comprensión en el matrimonio, en el noviazgo, a otros a un mayor compromiso concreto para ser mejores cristianos, vivir la caridad en la familia como expresión de Su amor, o una mayor entrega de nuestra vida, quizá me pide seguirle más de cerca en la vida religiosa o consagrada.

En fin, Dios nos está llamando y Él Espíritu Santo inspira a cada uno.

 

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Superando la Depresión

 

“El corazón alegre mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos”  Prov 17, 22

 

Todas las personas estamos llamados a vivir con alegría, plenitud, gozo. Pero hay cosas que llevan al hombre a sentirse triste momentáneamente, esto es natural y parte de la vida del hombre.

Cuando la tristeza que se presenta es profunda, permanece todo el día y se prolonga en el tiempo, haciendo sentir a la persona que se encuentra en un  pozo profundo sin salida aparente,  ha llegado, con querer y sin querer, a un estado de depresión.

 

 

Este momento, en muchas de las veces, va acompañado de sentimientos de angustia, soledad, de poca valía y de culpabilidad, desgano, agitación, fatiga, dificultad para concentrarse, insomnio o sueño excesivo, pérdida o aumento de apetito, irritabilidad, llanto frecuente, baja autoestima, desesperanza. Esta es una enfermedad que de manera segura afecta los pensamientos, sentimientos, conducta y salud física.

Cuando la depresión proviene de cambios químicos cerebrales se le llama endógena. Por ejemplo cuando hay cambios en los neurotransmisores, la serotonina provoca insomnio. Los cambios o la baja en la noradrenalina, que es la que nos da energía, causan desgano, cansancio, fatiga. Si disminuye la dopamina, que es la que regula el dolor y produce placer, la persona se hace más susceptible al dolor y las actividades normales ya no le ilusionan. Esta depresión, sin duda, debe ser tratada con medicamentos.

La exógena tiene que ver con los eventos externos en la vida de las personas como son: pérdidas de seres queridos, reveses económicos, de trabajo, enfermedad, divorcios, violencia intrafamiliar, traiciones, etc.

La depresión en el varón se da más por pérdida de status o laboral. En la mujer por pérdidas emocionales.

 

Cómo se supera

 

Si es endógena la solución casi segura llega a través de medicamentos y psicoterapia, la dosis y duración dependen del grado de depresión.
Tanto si es exógena o endógena la persona con ayuda espiritual y de psicoterapia debe buscar resolver los problemas de raíz. Quien se somete a este tratamiento tendrá en cuenta que hay mucho trabajo personal.

 

Trabajo personal

La labor de quien se encuentra en un estado de depresión es tener paciencia y acciones concretas para lograr salir de esta situación. Los siguientes puntos que ayudan son:

-Tomar conciencia del precio que se está pagando por permitir pensamientos negativos y cambiarlos por positivos, para evitar que afecten su salud.

-Importante fortalecer la autoestima, valorarse, hacer un recuento de las propias  fortalezas, de las cosas positivas que haces o has hecho.
-Atender las necesidades personales tales como  alimentación rica en vitamina B 12 y folato, deportes, descanso, momentos de recreación.

-Evitar el consumo de drogas y alcohol.

-Reconocer y expresar de forma constructiva sus sentimientos, pensamientos y necesidades.

– Apoyo familiar y social.

-Poner límites para evitar el abuso de los demás o de uno mismo.

-Cambiar lo que se pueda cambiar de la situación y manejar en forma positiva lo imposible de cambiar.

-Recordar si es posible qué evento desencadenó la depresión. Si se toma conciencia se puede re-significar el evento, es decir verlo desde un enfoque positivo para salir de la depresión.

-Tener la convicción de que con la ayuda necesaria, se puede manejar la propia depresión.

-La percepción de uno mismo es de gran importancia para la salud emocional y física. Si es positiva habrá más probabilidad de responder de forma adecuada y asertiva a situaciones externas.

-Ver la depresión como una oportunidad de crecer  facilita la tarea.

-Centralizar o ubicar el problema y no totalizarlo pensando que todo está mal, que la vida es un desastre.

-Ver de lejos el problema, para lograr ser objetivo en la observación de la realidad, enfatizar las cosas positivas, lo que si se tiene.

-Evitar hacer recuento permanente de la (s) experiencia (s) dolorosa (s) del pasado; traumas, desilusiones, injusticias.

-Realizar acciones concretas en el aquí y ahora realistas, alentadoras.

-No tomar las cosas a nivel personal, pensando por ejemplo que esa persona quería hacerte daño.

-Agradecer las cosas positivas de cada día, la salud, la vista, el amanecer, etc.

-Buscar motivaciones, sentido de vida. Quien vive con fe y trasciende los hechos no puede sufrir depresión de manera permanente.

-Aunque por el momento sienta que no hay mejora, es necesario perseverar en el sentido contrario al que se venía caminando.

-Es importante cambiar la forma en que manejas el origen de la depresión, para prevenir que te lleven de nuevo a la depresión.
 
Finalmente recordar que si tenemos fe y creemos en Dios, si nos dejamos abrazar por su amor estamos seguros. “Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú estás conmigo; tu vara y tu bastón me dan seguridad”. Sal 23, 4

 

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¿Por qué hacer novenas?

 

¿Qué es una novena?
Del latín “novem”, nueve.
La novena es una devoción de oración privada o pública de nueve días para obtener alguna gracia o intención especial.

Hay novenas dedicadas a Nuestro Señor, al Espíritu Santo, como también a la Virgen María y a muchos santos. La sucesión de nueve puede referirse a días consecutivos (ej.:nueve días previos a una fiesta) o a nueve días específicos de la semana o del mes (ej.: nueve primeros viernes). Algunas novenas tienen una larga tradición asociada con la devoción a un santo o a una promesa recibida en revelación privada.

Muchas novenas tienen recomendación eclesiástica pero no un lugar propio y establecido en la liturgia. No son parte de la oración oficial de la Iglesia. Las novenas nos ayudan en nuestra oración cuando están adecuadamente valoradas en el contexto de una sólida doctrina.

Al pedir la intercesión de un santo debemos desear imitar sus virtudes. Para ello es necesario conocerlo. La novena puede convertirse en superstición si se limita a buscar un deseo personal sin abrir el corazón a Dios y someterse a su voluntad. Una novena bien hecha es un medio para intensificar la intercesión.

Mientras las octavas tienen un carácter festivo, las novenas generalmente se hacen para lograr una intención o para orar por los difuntos.

Aunque las novenas son muy antiguas, no fue hasta el siglo XVII que la Iglesia formalmente concedió la primera indulgencia a una novena en honor a San Francisco Javier, otorgada por el papa Alejandro VII.

ORIGENES

Jesucristo nos enseñó a orar con insistencia. El le pidió a los Apóstoles que se prepararan en oración para la venida del Espíritu Santo. De aquí se inspira la novena de Pentecostés.

Los judíos no tenían celebraciones religiosas de nueve días ni novenarios de difuntos. Para ellos, el número siete era el mas sagrado. Pero la novena hora en la Sinagoga era una de las horas especiales de oración, como lo ha sido la hora nona en la Iglesia desde el principio. Es una de las horas de oración en la Liturgia de las Horas. (cf. Acts, iii, 1; x, 30; Tertullian, “De jejuniis”, c. x, P.L., II, 966; cf. “De oratione”, c. xxv, I, 1133).

Los romanos y griegos tenían novenas. Una de ellas, descrita en Livy (I, xxxi). se trata de una fiesta pagana para apaciguar a los dioses. También hacían nueve días de duelo por los difuntos. Aunque los primeros cristianos siguieron la costumbre en cuanto al número de días, ya no lo hacían con superstición sino fundamentados en Cristo.

PADRES DE LA IGLESIA
San Agustín, escribiendo sobre las novenas (P.L., XXXIV, 596), advierte a los cristianos el peligro de imitar esta costumbre pagana, ya que no se encuentra en la Biblia. El peligro no está en la novena sino en como se entiende esa oración.

Según algunos Padres de la Iglesia y los monjes de la Edad Media, el nueve denota imperfección y se refiere a los hombres. El diez es el mas alto y perfecto y por eso se refiere a Dios.

La novena simboliza la imperfección humana que busca a Dios. (cf. Jerome, loc. cit.; Athenagoras, “Legat. pro Christian.”, P.G., VI, 902; Pseudo-Ambrosius, P.L., XVII, 10 sq., 633; Rabanus Maurus, P.L., CIX, 948 sq., CXI, 491; Angelomus Monach., In Lib. Reg. IV, P.L., CXV, 346; Philo the Jew, “Lucubrationes”, Basle, 1554, p. 283).

Según San Jerónimo, el Padre de la Iglesia que tradujo la Biblia al Latín, “El número nueve en la Santa Biblia indica sufrimiento y dolor” (Ezech., vii, 24; — P.L., XXV, 238, cf. XXV, 1473). II Reyes 25:3 “El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del pueblo”.

EDAD MEDIA

Se deciá que Cristo murió en la novena hora.(cf. Schmitz, “Die Bussbucher und die Bussdisciplin”, II, 1898, 539, 570, 673) y que por la Santa Misa, en el noveno día, el difunto sería elevado a los nueve coros de ángeles en el cielo. (cf. Beleth, loc. cit.; Durandus, loc. cit.).

España y Francia introdujeron la “novena de preparación” para la Navidad. para recordar los nueve meses de embarazo de la Virgen. En España el Concilio de Toledo en el año 656 transfirió la fiesta de la Anunciación al 18 de Diciembre (dentro de la novena). Por eso la novena tomó un sentido de anticipación y preparación a una fiesta. Los mejores modelos de preparación son Jesús y María, preparándose para el nacimiento. Nosotros nos preparamos en este mundo para la vida eterna.

De la novena de preparación, surgió la costumbre (Francia y Bélgica) de hacer novenas a la Virgen y a los santos por diversas intenciones.

EFICACIA DE LAS NOVENAS
Las novenas requieren humildad, confianza y perseverancia, tres importantes cualidades de la oración eficaz. Innumerables santos rezaban novenas con gran devoción y a travez de los siglos muchos milagros se han logrado con la oración de novenas.

Un ejemplo del origen milagroso de algunas es la novena en honor a San Francisco Javier de que hablamos al principio. Es conocida como la “novena de gracia”. Comenzó en 1633 cuando el Padre Mastrilli, S.J., estaba mortalmente herido por causa de un accidente. San Francisco Javier, a quien tenia gran devoción, se le apareció y le exhortó a dedicarse a las misiones de las Indias. El Padre Mastrilli hizo un voto ante su provincial de que iría a las Indias si Dios le salvaba la vida. En otra aparición (3 Enero, 1634) San Francisco Javier le pidió que renovase la promesa, le anticipó su martirio y le restauró la salud tan plenamente que esa misma noche el padre pudo escribir los hechos y la mañana siguiente celebró la Misa en el altar del santo y volvió a su vida comunitaria. Pronto se fue a las misiones del Japón donde fue martirizado el 17 Octubre de 1637. El milagro se propagó por toda Italia e inspiró confianza en la intercesión de San Francisco Javier. Los fieles pedían su ayuda en la novena llamada “novena de gracia”

Jesucristo mismo, en la revelación a Santa Margarita Alacoque recomendó la celebración de nueve primeros viernes de mes consecutivos (cf. Vermeesch, “Pratique et doctrine de la dévotion au Sacré Coeur de Jésus”, Tournai, 1906, 555 sqq.).

Promesa de Jesucristo a Santa Margarita María Alacoque:

Yo les prometo, en el exceso de la infinita
misericordia de mi Corazón, que Mi amor
todopoderoso le concederá a todos aquellos que
comulguen nueve primeros viernes de mes
seguidos, la gracia de la penitencia final; no
morirán, en Mi desgracia ni sin recibir los
sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio
seguro en este último momento.

 

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10 consejos imprescindibles para mantener la salud espiritual

 

Alimentación orgánica saludable, centros de salud física, tomar varios suplementos vitamínicos, escapadas de vacaciones a hoteles exóticos, y muchos otros son todos intentos por mantener una buena salud corporal.

Sin duda, todo esto puede ser bueno por una simple razón: nuestro cuerpo es el templo del espíritu santo. Por consiguiente, debemos ser guardianes y custodios responsables del regalo de nuestro cuerpo que Dios en su generosidad nos dio.

Sin embargo, a menudo existe este error: ponemos las necesidades de nuestro cuerpo por encima de la de nuestra alma y esto es una errónea jerarquía de valores.

La palabra de nuestro señor y salvador Jesucristo nos enseña la siguiente verdad:

“Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?  Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (Marcos 8,36-37)

 

 

Evitar el daño

En un nivel humano y natural, debemos hacer un esfuerzo común para evitar lo que podría dañar nuestro cuerpo. Los buenos padres le han enseñado esto a sus hijos desde el comienzo: no juegues con fuego, mira dos veces antes de cruzar la calle, no estés con  malas compañías, come tus vegetales, duerme temprano, limpia tus dientes antes de acostarte, lava tus manos antes de comer, limpia tu cuarto.

En definitiva, la limpieza es próxima a la santidad.

Todo lo anteriormente mencionado son consejos comunes que los padres han dado a sus hijos durante años. Debemos elevar esto a un plano sobrenatural más alto y dar consejos de cómo evitar lo que puede perjudicar a nuestra alma inmortal, que tiene más valor que todo el universo creado.

En efecto, podemos pecar mediante pensamiento, palabra, obra y omisión; al no hacer lo que Dios nos exige hacer.  

 

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Evitar ocasiones cercanas al pecado es una cualidad indispensable en nuestra búsqueda de la santidad y a la adquisición de nuestra corona de gloria que llamamos vida eterna.

1.- Evite los chismes y a los chismosos

Jesús dijo claramente que seremos juzgados por cada palabra que sale de nuestra boca, y también dijo que de la abundancia del corazón habla la boca.

Si tenemos el hábito de frecuentar a individuos que son unos chismosos incorregibles, entonces debemos hacer un cambio y no frecuentarlos más.

Leer el capítulo 3 de la Carta al apóstol Santiago, es un excelente capítulo en las escrituras acerca de los pecados de la lengua.  

2.- Vístase apropiadamente

No debemos ser ocasión de pecado para los demás. Nuestro cuerpo es un templo sagrado desde el bautismo.

San Pablo nos recuerda que somos embajadores de Cristo, eso significa representantes del señor de señores y rey de reyes. Debemos vestirnos de acorde a esto.

Cuando decimos vestirse apropiadamente no solamente es en la iglesia, como si este fuera el único lugar para vestirse con decoro y modestia, debemos hacerlo a todo hora y en todo lugar. Nunca debemos olvidar que somos cristianos 24/7 y eso significa siempre.

3.- Evite las malas compañías

San Pablo decía que las malas compañías corrompen la moral. Este proverbio expresa concisamente la siguiente verdad:

“Dime con quién andas y te diré quién eres”.

No tenemos que ser genios para saber que tendemos imitar a nuestros amigos y a nuestros compañeros.

Oremos por la gracia de encontrar uno o dos amigos que sean realmente nobles, honestos, puros, cristianos trabajadores y habrás descubierto un verdadero tesoro.  La sabiduría del viejo testamento nos enseña que encontrar un buen amigo es encontrar un tesoro.

4.- Cuide su mirada

Otro proverbio es oportuno para este concepto: “La curiosidad mató al gato”. Peor aún, la mirada pícara del Rey David resultó en el adulterio con Betsabé, y eventualmente en el asesinato de su marido, el valiente y honesto soldado Urías de hitita (2 Samuel 11).

El santo hombre Job afirmó:

“Yo establecí un pacto con mis ojos para no fijar la mirada en ninguna joven” (Job 31,1)

Finalmente, Jesús lo deja por sentado en una de sus Bienaventuranzas:

“Benditos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5,8)

En un mundo colmado con imágenes impuras, humanas y digitales, más que nunca necesitamos tener estricta custodia de nuestros sentidos, en especial nuestra vista.

5.- Evitar ser impulsivo

Otra actitud o disposición que debemos evitar es rendirnos a nuestra impulsividad, en todos los sentidos, pero especialmente al hablar.

Un buen proverbio indica: “Piensa antes de hablar”. Otro proverbio, que de algún modo hace caer en cuenta a aquellos que hablan y después piensan es el siguiente: “No digas algo de lo que te puedas arrepentir”. 

A un nivel espiritual más elevado Santiago nos advierte:

“Debemos estar listos para escuchar y lentos para hablar”.

Santo Tomás de Aquino ofrece esta interesante perspectiva:

“Dios nos ha dado dos orejas y una boca para así escuchar el doble de lo que hablamos”.

¡Medita sobre esto antes de hablar!

6.- Medios electrónicos

De suma importancia para todos los que ahora vivimos en este universo electrónico es la extrema necesidad de prestar atención acerca del uso de los medios electrónicos actuales.

Como dijo el Venerable Fulton Sheen:

“Obviamente nunca abriremos la boca para escarbar en la basura”.

También estableció que: podemos fácilmente ser embebidos y absorbidos por la basura moral con nuestros ojos.

Un buen vomito puede liberarnos de la basura física consumida. Sin embargo, puede llevar años borrar o eliminar una imagen que hemos visto de una de las muchas fuentes del moderno mundo de los medios electrónicos.

Nuestra mente es un gran archivo que guarda todas nuestras experiencias, todo lo que hemos hecho, al igual que todo lo que hemos visto.  or consiguiente, debemos ser estrictos con nosotros mismos y con nuestros hijos acerca de lo que traemos a nuestras mentes y nuestros corazones a través de lo que vemos.

7.- Síndrome de teleadicto

La ociosidad es el taller del diablo, es otro proverbio a tomar en cuenta. En otras palabras, si no tenemos nada que hacer, entonces el diablo nos dará muchas cosas por hacer.

San Juan Bosco tenía un miedo mortal de la época de vacaciones para la juventud y adolescentes.

El trabajo es bueno para todos nosotros. El trabajo perfecciona nuestro carácter y ayuda a cultivar nuestros talentos. El trabajo sirve como medio para ayudar a los demás. El trabajo fue lo que Dios le ordenó a Adán después del pecado original:

“Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado”. (Génesis 3,19)

8.- Pereza mental

Para darle seguimiento al punto siete el síndrome del teleadicto, está la pereza mental. Otro eslogan juvenil es: “Si no lo usas lo pierdes”.

Dios nos ha dotado a todos con una mente que él desea cultivemos. Un jardín que no se cultiva bien rápidamente le crece maleza. Una mente que no se cultiva permite el crecimiento de maleza en el cerebro.

Esta pereza mental puede ser prevenida o corregida a través del excelente hábito de la buena lectura.

Nunca hemos vivido en un mundo con tanta confusión. Sin embargo, nunca habíamos vivido en un mundo con tan buena literatura. Depende de nosotros encontrar buena literatura y formar el hábito de la lectura.

Algunos de nuestros mejores amigos pueden ser los buenos libros. San Ignacio recibió la gracia de su conversión a través de la lectura de buenos libros: La vida de los Santos.

9.- Evitar comer demasiado

La gula es uno de los siete pecados capitales. La definición de la glotonería es: Un deseo desordenado de comer y beber. Muchos problemas de salud son resultado de malos hábitos alimenticios.

También la glotonería, la lujuria y la pereza a menudo trabajan juntas como un equipo para llevarnos al pecado. ¿Cuál es el remedio? Aquí lo tienes: Orar por un autentica hambre de Jesús, el pan de vida (Leer a Juan, capítulo 6:22-71, la palabra del pan de vida).

En el Padre Nuestro rezamos: “Danos hoy el pan nuestro de cada día”. Esto puede ser interpretado de una manera sacramental, el hábito de ir a misa y recibir a Jesús en la sagrada comunión, el verdadero pan de vida. Esto nos ayudará a subordinar los deseos del cuerpo al dominio de la voluntad.

10.- Evitar opiniones contrarias a nuestra madre María

Muchos protestantes rechazan vehementemente el poder de la intercesión de María, para su propio detrimento espiritual.

María nunca, y digo nunca, nos distancia de Jesús. Por el contrario, como afirma San Luis de Montfort:

“María es el camino más rápido, seguro y más corto hacia Jesús”.

María es el ATAJO a la Unión con Jesús, si te gusta verlo así. Las últimas palabras de María grabadas en la Sagrada Escritura fueron pronunciadas en la fiesta de la boda de Caná:

“Hagan lo que Él les diga”. (Juan 2,5)

¡Sin duda, el mejor consejo en todo el mundo! Nuestra señora sirve como puente a la unión con Jesús.

A continuación las palabras del Cura de Ars, San Juan María Vianney:

“Todo lo que el Hijo pide al Padre se lo concede. Todo aquello que la Madre pide al Hijo le es igualmente concedido”.

San Efrén, con su mística y destello poético  exclama:

“La incomparable Madre de Dios es el más puro incensario de oro. En sus oraciones se ofrece al Dios eterno”.

Por último, medita en oración sobre las palabras de San Maximiliano Kolbe:

“Colocaos en las manos de María; ella pensará en todo y proveerá las necesidades de tu cuerpo y alma. Por lo tanto, está en paz, en paz total, con confianza ilimitada en ella”.

CONCLUSIÓN

Es muy cierto que debemos evitar todos los peligros que pueden comprometer tan fácilmente la salud de nuestro cuerpo, aquello que pertenece a nuestra vida natural. Sin embargo, debemos tomar una decisión más firme por nuestra parte, y por el beneficio de quienes nos han confiado a nuestro cuidado, para evitar todo el veneno moral que puede posiblemente matar la vida espiritual en nuestras almas.

¡Que nuestra señora logre para nosotros la gracia de amar a Dios con todos nuestros corazones, mentes y almas para que un día el cielo sea nuestro hogar y lugar de perpetuo reposo!

Santa María, ruega por nosotros los pobres pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

 

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Creer para Ver

 

El relato de la conversación de la mujer Samaritana con Jesús, nos deja pensando frente a la capacidad de conversión de una persona que, sólo mediante palabras, logra creer en el verdadero Mesías (Juan 4,1-26).

Nos deja pensando hoy, tras 2000 años de historia. Contamos con una historia revelada en una recopilación de libros de distintos autores de diferentes épocas, lo que conocemos como la Sagrada Escritura. Tenemos la certeza de ciertos hechos verídicos que la ciencia no ha podido refutar y que incluso ha confirmado. Nos apoyamos de una congregación cristiana encargada de custodiar e interpretar la Palabra de Dios, nuestra Iglesia Católica. Sin embargo, aún no creemos porque lo que necesitamos es ver.

Nos toma demasiado trabajo reconocer a Dios Padre como el Creador de todo el Universo, a Jesucristo su hijo, como nuestro Salvador y al Espíritu Santo como Santificador.

¿Por qué? ¿Será que la razón ha superado al sentimiento? Incapaces somos de sentir, pues lo que necesitamos es comprender. Y así es como buscamos textos, artículos, videos, libros, papers, en definitiva toda fuente de información posible que nos pruebe que Dios existe, que Jesús fue un hombre que vivió entre nosotros y más aún, (aunque complejo de seguir entendiendo) que murió y resucitó.

Buscamos con la inteligencia, lo que encontraremos con el corazón. Y no está demás citar la historia de San Agustín y el niño junto al mar, quién le da una hermosa lección respecto a que no es posible que el hombre logre comprender el misterio de Dios. A Dios no se estudia, a Dios se ama. A Dios no se comprende, a Dios se siente.

 

 

San Juan relata la incredibilidad de Tomás cuando Jesús resucitado se aparece entre los discípulos: “… Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. (Juan 20,25).

Y “Jesús dijo: Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan 20,29).

En nuestra condición de debilidad humana, todos tenemos algo de Tomás. Todos hemos buscado cómo poder ver o comprender para lograr creer. Ciertamente, si nuestra fe fuera lo suficientemente grande, sólo pronunciando la palabra “Jesús”, tendríamos todo cuanto quisiéramos y necesitáramos. Sólo podemos lograr creer mediante la fe: ese Don maravilloso que nos abre las puertas del cielo.

Desanimo, desaliento, cansancio, desilusión tal vez, pues no logramos sentir verdaderamente la presencia de Dios en nuestras vidas. Decimos tener fe, somos cristianos activos también, pero aún no lo logramos. No logramos sentirlo…

Me refiero a esa presencia majestuosa de sentirnos acompañados por alguien… o por algo. No sucumbir en el temor, pues estamos abandonados a la voluntad del Padre. No preocuparnos por el mañana, pues Dios nos proveerá todo lo que necesitemos. No caer en la angustia, pues la esperanza de la vida eterna deja de ser esperanza y pasa a ser promesa de nuestro amado Señor.

 

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Pero, no lo creemos. ¿Por qué nos cuesta tanto creer si incluso para la tranquilidad del intelecto, todo lo anterior está escrito en la Santa Biblia?

“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”. (Mateo 28,20)

“No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas”.  (Mateo 6,34)

“Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré”. 
(Mateo 11,28)

No se trata de sólo creer que Jesús existe sino también creer que Jesús vive dentro de nosotros. Justamente la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no vemos. Si podemos confiar en el diagnóstico de un Médico, en la gestión de un Abogado, ¡cuánto más podemos confiar en la Palabra de Jesucristo, nuestro salvador! Se trata de entender que nuestro verdadero propósito en nuestras vidas, no es precisamente trabajar, comer, dormir; sino conocer, amar y servir a Dios.

Y por último, me refiero a esa presencia majestuosa que nos hace sentir enamorados de alguien… o de algo. Una razón de existir que trasciende a lo terreno y a todo lo que tenga relación con el mundo. Dormir y despertar pensando en ello y vivir un día con alegría por cualquier cosa, o simplemente por nada. Conversar con alguien… o con algo y decirle… te amo.

Ocurre el milagro de escuchar en el silencio y de sentirnos escuchados en la nada. Confiar hasta lo más profundo de nuestros secretos, entregarse por entero a ese alguien, pero ya no con la mente, pues la inteligencia ha perdido importancia. Sólo sentir, sólo corazón.

El ¿Alfa y el Omega? (Apocalipsis 22,13), sí. Es Jesús. Un Dios vivo cuya presencia lo hace casi palpable. Eso es fe, eso es creer para ver.

 

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Año Nuevo en cristiano

 

Es posible que muchas personas, en el ambiente de crisis en que estamos viviendo, diga este año con más intención: “Feliz salida y entrada de Año”.

En todo caso yo os invito, queridos hermanos, a que nosotros busquemos el sentido cristiano de esta fiesta que, sin duda alguna, nos hará caminar hacia la felicidad y ser constructores de paz.

Es evidente que todo lo que supone de “fiesta” se debe a lo que hemos conseguido hasta este momento: un año que acaba, éxitos y superaciones de dificultades y problemas…

En cristiano, lo hacemos, dando gracias a Dios.

Este día de año nuevo los cristianos comenzamos fijando la mirada en María. Esta fiesta rememora la declaración del Concilio de Éfeso, en el siglo V. La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia occidental. A la Virgen María la vemos como la primera creyente, la que siempre muestra y hace ver a Jesús. Hoy, ella nos lo muestra como el “Dios que salva”, y nos invita a tomar este camino que constantemente está empezando.

En este primer día del Año Nuevo,

¿Qué pienso que haría falta para que también fuese “Feliz”?

¿Qué incertidumbres, preocupaciones, inquietudes… continúan?

¿Las medito en mi corazón, las llevo a la oración?

Una semana después de Navidad,

¿Sigo contemplando su Misterio, sigo meditando en mi corazón lo que significa para mí, para todos, el Nacimiento del Hijo de Dios?

María saca vida de lo cotidiano, descubre la presencia de Dios escondida en lo ordinario. Y dejando reposar los sucesos, al meditarlos, descubre las pistas de su salvación por las que el propio Dios nos conduce.

Que Santa María Madre de Dios y Madre nuestra, nos proteja en este año de gracia de la fe, para que descubriendo a su Hijo, nos identifiquemos con Él y obremos ya desde este momento no según la carne sino según el espíritu.

Es mi deseo para este nuevo año que el Señor nos regala.

¡Os felicito a todos!

 

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Una forma realmente católica de despedir el año

 

Una de las cosas más divertidas de la despedida del año viejo –o el recibimiento del nuevo, depende de cómo se mire– es ver la cantidad de rituales que hace la gente. Que si andar con una maleta… o darse un baño de rosas… o vestirse de tal o cual color… o comer 12 uvas… o poner una moneda dentro de tu calzado… todo esto para “despojarse” de la mala suerte y “atraer” la “energía” positiva. ¡Hay que ver las cosas que cree la gente…!!!

Lamento darte la noticia, pero esto no funciona… y, encima de eso, en lugar de comenzar el año “despojado”, lo que haces es añadirle a tu alma el pecado de poner tu confianza en supersticiones en lugar de ponerla en Dios.

Lo sé, el año que termina ha estado duro. Mucha gente perdió sus trabajos y la economía anda por el piso. La violencia y la criminalidad nos arropan. Los gobiernos, en lugar de aliviar la crisis, parecen agravarla. Y la actitud general de la mayoría va desde la desesperanza hasta la desesperación. Ante tal panorama, no en balde se busca algo de qué aferrarse.

 

Por eso quiero darte la receta del mejor ritual para despedir este año que termina y comenzar el nuevo:

  • Comienza por ir a visitar al Señor… Muchas Iglesias tienen hoy una Hora Santa para dar gracias por el año que pasó. También puedes ir a visitarlo al Sagrario, Él siempre está allí esperándonos. Si puedes asistir a Misa y recibirlo en la Eucaristía, ¡mejor!
  • Un examen de conciencia exhaustivo te vendría bien. Si puedes completarlo con una buena Confesión, ¡perfecto! Así comienzas el próximo año en gracia y con el alma limpiecita. (Recuerda que si estás en pecado, la Confesión debe venir primero que la Comunión.)
  • Ten fe… y junto con la fe vienen la confianza, la esperanza y la caridad. Cree en Dios y, sobre todo, créele a Dios. Las Escrituras están llenas de Palabras maravillosas que van dirigidas a ti. ¡Créelas! Dios te ama, te conoce desde el vientre de tu madre, te tiene tatuado en la palma de su mano, no cae uno de tus cabellos sin que Él lo permita… abandónate en Él y proponte hacer su Voluntad. Te prometo que todo marchará sobre ruedas si lo haces.
  • Abraza a tu esposa/o, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos… abrázales y diles que los amas. Que tus palabras broten del fondo de tu corazón, que sean tan sólidas que casi puedan cogerse con la mano. Y no olvides sonreír. La alegría es contagiosa y si tú estás alegre, las personas a tu alrededor también lo estarán.
  • Hazte el propósito de ser mejor en el próximo año… pero, al contrario de la sociedad que nos rodea, este próximo año no será mejor si progresamos económicamente, sino si hemos crecido en el amor a Dios… si hemos sido mejores esposos, mejores padres, mejores hijos, mejores amigos: en fin, será un año bueno si al final podemos decir que somos mejores seres humanos.

 

¡Muchas felicidades… y que Dios te bendiga!

 

 

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Tanta prisa y al final ¿qué?

Sembrando Esperanza I. Estamos tan preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y estresada vida, que no nos damos cuenta de las cosas que son realmente importantes.

 

 Conversando con un padre de familia, me hizo el siguiente comentario: Padre, parece que hoy vivimos en un estado de guerra, en estado de sitio continuo; presiones, preocupaciones, ¿la vida tiene que ser así, será lo que Dios había pensado para el hombre? Yo pensé para mis adentros, ¡qué sensato cuestionamiento!
Nosotros los humanos, estamos tan preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y estresada vida, que no nos damos cuenta de las cosas que son realmente importantes. Pasamos los días como máquinas de computadora, pasamos toda o parte de nuestra vida conviviendo con las mismas personas y ni siquiera sabemos quiénes son en realidad, no sabemos qué sienten, cómo piensan; simplemente nos limitamos a juzgarlos por lo que dice la gente y por la imagen que proyectan. Vamos tan a prisa que no nos damos cuenta siquiera lo que se está derrumbando a nuestro alrededor, quién necesita nuestra ayuda, nuestra mano amiga, nuestro hombro para apoyarse.
Por la mañana nos levantamos corriendo, queremos hacer todo tan deprisa. El amor se esfuma como el humo, la sonrisa la ocultamos entre los dientes, las caricias las dejamos para nuestras mascotas, ¿a dónde se fue lo que da sentido a la vida? Vamos tan frenéticamente, que nos despertamos y olvidamos darle gracias a Dios por el nuevo sol; no nos damos tiempo para disfrutar lo mejor de la vida, preferimos perder el tiempo y nuestras vidas en cosas vanas, como tener dinero, poder, buena posición social; y cuando al fin lo tenemos, ¡vaya sorpresa! nos damos cuenta de que ahí no estaba la felicidad, ¡qué desengaño nos damos!
Aprendamos a dedicar tiempo a lo esencial. Creo que no existe mejor sensación en el mundo que recibir el abrazo de un ser querido, acompañarle en el dolor y experimentar en la brisa o en el amanecer, la presencia amorosa y eterna de Dios.
Bien lo decía el Papa Benedicto XVI en su última encíclica sobre la esperanza: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor”. “No es el progreso quien da la solución a los interrogantes del hombre, es Dios”. “Es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas y proyectos, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Sir 33,14). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento”» (cf. Jn 13,1; 19,30). (Spe Salvi Nº 27). ¡Qué fácil es caer en el vacío, qué fácil es no encontrarle sentido a la vida!
Se cuenta que un niño se perdió de su caravana en pleno desierto y fue encontrado por unos mercaderes. Le preguntaron: ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde te diriges? A cada pregunta respondía invariablemente el pobre niño: “Yo no sé”. Él se había vuelto loco en aquella soledad.
De tales locos, por desgracia, está lleno el mundo. Uno de ellos tuvo un momento de lucidez y dictó el siguiente epitafio para su tumba: “Aquí yace un loco que se fue de este mundo sin saber si quiera por qué había venido”.
Dediquemos el tiempo necesario para QUERER, AMAR, SONREIR, SER FELIZ. ¿Nos cuesta tanto trabajo dedicar unos minutos al día para mirar al cielo y decirle a Dios ¡GRACIAS! y mirar a nuestro ser querido a los ojos y decirle te quiero? Algo tan sencillo como eso es capaz de convertir un día gris en uno de los mejores. Tenemos que querer, pero no aferrarnos; disfrutar el momento, sonreír, abrazar, mirar hacia el futuro con confianza y esperanza, porque la vida es sólo eso, momentos, oportunidades que pasan y que no se vuelven a repetir, la certeza de un mundo futuro mejor. La vida es corta, el tiempo se acaba, y no estás sintiendo realmente lo que es estar vivo.

 

Por: P. Dennis Doren L.C. | Fuente: Catholic.net

 

 

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Orar…

lo que es y lo que no es:

 

La oración es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios.

Orar es llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.

Santa Teresa dijo en una ocasión: “Orar es hablar de amor con alguien que nos ama”.

La oración no la hacemos nosotros solos, es el mismo Dios (sin que nos demos cuenta) el que nos transforma, nos cambia. Podemos preguntarnos, ¿cómo? Aclarando nuestro entendimiento, inclinando el corazón a comprender y a gustar las cosas de Dios.

La oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza.

Orar es ponerse en la presencia de Dios que nos invita a conversar con Él gratuitamente, porque nos quiere. Dios nos invita a todos a orar, a platicar con Él de lo que más nos interesa.

La oración no necesita de muchas palabras, Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo digamos. Por eso, en nuestra relación con Dios basta decirle lo que sentimos.

Se trata de “hablar con Dios” y no de “hablar de Dios” ni de “pensar en Dios”. Se necesita hablar con Dios para que nuestra oración tenga sentido y no se convierta en un simple ejercicio de reflexión personal.

Cuanto más profunda es la oración, se siente a Dios más próximo, presente y vivo. Cuando hemos “estado” con Dios, cuando lo hemos experimentado, Él se convierte en “Alguien” por quien y con quien superar las dificultades. Se aceptan con alegría los sacrificios y nace el amor. Cuanto más “se vive” a Dios, más ganas se tienen de estar con Él. Se abre el corazón del hombre para recibir el amor de Dios, poniendo suavidad donde había violencia, poniendo amor y generosidad donde había egoísmo. Dios va cambiando al hombre.

Quien tiene el hábito de orar, en su vida ve la acción de Dios en los momentos de más importancia, en las horas difíciles, en la tentación, etc.

En cambio, si no oramos con frecuencia, vamos dejando morir a Dios en nuestro corazón y vendrán otras cosas a ocupar el lugar que a Dios le corresponde. Nuestro corazón se puede llenar con:

el egoísmo que nos lleve a pensar sólo en nosotros mismos sin ser capaces de ver las necesidades de los que nos rodean,

el apego a las cosas materiales convirtiéndonos en esclavos de las cosas en lugar de que las cosas nos sirvan a nosotros para vivir,

el deseo desordenado hacia los placeres, apegándonos a ellos como si fueran lo más importante.

el poder que utilizamos para hacer nuestra voluntad sobre las demás personas.

Lo que no es la oración

Algunas veces podemos desanimarnos en la oración, porque creemos que estamos orando, pero lo que hemos hecho no es propiamente oración. Para distinguirlo podemos ver unos ejemplos:

Si no se dirige a Dios, no es propiamente oración.

En la oración nos comunicamos con Dios. Si no buscamos una comunicación con Dios, sino únicamente una tranquilidad y una paz interior, no estamos orando, sino buscando un beneficio personal. La oración no puede ser una actividad egoísta, debe siempre buscar a Dios. Debemos estar pendientes en nuestra oración de buscar a Dios y no a nosotros mismos, porque podemos caer en este error sin darnos cuenta.

Si no interviene la persona con todo su ser (afectos, inteligencia y voluntad) no es oración. Las personas nos entregamos y nos ponemos en presencia de Dios con todo nuestro ser. Orar no es “pensar en Dios”, no es “imaginar a Dios”, no es una actividad intelectual sino del corazón que involucra a la persona entera.

Si no hay humildad y esfuerzo no es oración. Para orar es necesario reconocer que necesitamos de Dios.

Si no hay un diálogo con Dios, no es oración. Si únicamente hablamos y hablamos sin escuchar, nuestra oración la reducimos a un monólogo, que en lugar de hacernos crecer en el amor nos encerrará en el egoísmo. Cuando dejamos de mirar a Dios y nos centramos en nuestros propios problemas, no estamos orando.

Cuando retamos o exigimos a Dios tampoco estamos orando, pues nos estamos confundiendo de persona. Dios es infinitamente bueno y nos ama. No podemos dirigirnos a Él con altanería.

Si no nos sentimos más identificados con Jesucristo no hemos hecho oración. Se trata de poco a poco en la oración identificarnos con Cristo para poder actuar como Él actuaba.

Si no tenemos un fruto de más amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no hemos hecho oración. La oración debe verse reflejada en nuestras vidas.