Soy todo tuyo Oh María,
y todo cuanto tengo, tuyo es”. 
San Luis María Grignon de Montfort (1673 – 1716)
 
 
 
 
Advocaciones Marianas de América
 
 

La historia de María

Para nuestra Madre el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que se consigue en el Cielo.
Por: Antonio Orozco | Fuente: Catholic.net

En la Natividad de Nuestra Señora
– ¡Es una niña!¡es una niña!, se oye al fondo de la casa de Nazaret. Y el eco salta por la callejuelas estrechas, hasta la plaza. -¡Mirad, mirad qué ojos, son los de su padre…! – Y la barbilla, de su madre… Alborozado desorden en los comentarios. La Niña encantaba nada más verla. Le pondrían por nombre María, y llegaría a ser -a la sazón nadie lo sospechaba- Madre de Dios y Madre nuestra.

En la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, celebramos aquel acontecimiento maravilloso, de trascendental sencillez para la Humanidad.

Al levantarnos e invocarla -como todos los días-, cada uno le habrá dicho palabras distintas, pero todas expresivas del profundo cariño que, en este día, adquiere una carga de amor más intenso. Nuestro corazón se ha alzado en acción de gracias a Dios por haberla creado como es: Llena de gracia. El mundo se hallaba en tinieblas. La sombra del pecado lo oscurecía todo. Pero aquel día en que nació la Inmaculada, despuntaba la Aurora anunciando el gran Día, la gran Luz que había de nacer de Ella, para disipar toda tiniebla y alumbrar a los hombres el camino que conduce al infinito Amor eterno.

Una eterna juventud
¿Cuántos años cumple hoy la Virgen? Mil novecientos… y muchos. No le importa -al contrario- que sus hijos le recordemos que cumple tantos. Para nuestra Madre el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que se consigue en el Cielo, donde se participa de la juventud de Dios, quien, al decir de San Agustín, «es más joven que todos»1, porque es inmutable y eterno, ¡no puede envejecer! ¡No tiene barbas blancas, por más que la imaginación acuda a ellas para representar la eternidad!. Si Dios hubiera comenzado a existir, ahora sería como el primer instante de su existencia. Pero, no. Dios no tiene comienzo ni término, «es» eternamente, pero no «eternamente viejo», sino «eternamente joven», porque es eternamente Vida en plenitud. Él es la Vida. Como María es la criatura que goza de una unión con Dios más íntima, es claro que también es la más joven de todas las criaturas, la más llena de vida humana y divina. Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando andamos hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría 2. Las limitaciones y deterioros biológicos han de verse con los ojos de la Fe, como medios para la humildad que nos dispone al gran salto a la vida plena en la eternidad de Dios.

Desde su adolescencia –y quizá antes-, la Virgen gozó de una madurez interior maravillosa. Lo observamos en cuanto aparece en los relatos evangélicos, «ponderando» todas las cosas en su corazón, a la luz de su agudo entendimiento iluminado por la Fe. Ahora posee la madurez de muchos siglos de Cielo -casi veinte-, con una sabiduría divina y una sabiduría materna que le permite contemplarnos con un mirar profundo, amoroso, recio, tierno, que alcanza los entresijos de nuestro corazón, nos conoce y comprende a las mil maravillas, mucho más que cualquier otra criatura. Ella es -después de Dios- la que más sabe de la vida nuestra, de nuestras fatigas y de nuestras alegrías. Por eso la sabemos siempre cerca, muy cerca, muy apretada a nuestro lado, confortándonos con su sonrisa indesmayable, disculpándonos cuando nos portamos de un modo indigno de hijos suyos. Sus ojos misericordiosos nos animan -qué bien lo sabe- a ser más responsables, a estar más atentos al querer de Dios.

Comprende también ahora que no hallemos palabras adecuadas para expresarle nuestro cariño y no seamos capaces de hacer cosas espectaculares en su fiesta de Cumpleaños. Le bastan nuestros deseos grandes, nuestros corazones vueltos hacia el suyo, nuestra mirada en la suya y nuestros propósitos -firmes y concretos- de tratarla más asiduamente y quererla así cada día con mayor intensidad.

Nunca se sabe…
Todos los padres se equivocan cuando les parece que el hijo que les nace o ven crecer a su lado es la criatura más graciosa del universo. Pero Joaquín y Ana no se equivocaban al pensarlo y decirlo. La casa, humilde; los pañales, humildes, como humilde fue -en el amplio y recio sentido de la palabra- la vida entera de María. Pero ahora la Iglesia nos invita a ontemplarla «vestida de sol, la luna a sus pies, y en su cabeza corona de doce estrellas» 3. Todas las generaciones la llaman bienaventurada…

No podían sospechar Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto tan sabroso de su amor. ¡Nunca se sabe!. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe. Sólo Dios lo sabe.

Un asunto grave
Quizá por eso, porque nunca se sabe, nunca se sospecha que algo grande, más grande que el universo sucede cuando una persona –niño o niña- llega a la existencia. El nihilista no lo sabe, el egoísta tampoco. Los que eliminan por cualquier razón vidas humanas, ni lo sueñan. Cometen crímenes como quien se bebe un vaso de agua o de whisky. ¿Y los tristes? Se les hunde el ánimo (el alma) porque hay sufrimientos en la tierra. No saben que la vida en este mundo es pasajera: «Una mala noche en una mala posada», decía Teresa de Jesús. Sólo se fijan en «la parte mala» sin pensar o sin saber que hay eternidad, que hay resurrección de la carne, en aquellos «cielos nuevos y nueva tierra» de que habla la Escritura, donde Dios mismo «enjugará toda lágrima de nuestros ojos, y ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá pasado» 4.

Cuando Dios crea el alma humana se compromete a acabar la obra buena que comenzó. Sólo nos pide el concurso de nuestra libertad, porque no quiere esclavos, sino hijos. «Quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él» 5. Los que ahora padecen hambre –o cualquier otra cosa-, serán hartos 6. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros»7. Una persona que crea en todo eso sabe que vale la pena pasar aunque sea cien años de sufrimientos, hambre, frío, calor, enfermedad, por llegar un día a gozar de la inefable contemplación de la Esencia divina.

Por eso, y por muchas otras razones, siempre –siempre, siempre, siempre- el nacimiento de un ser humano es una gran fiesta. Jesús enseña que, por encima de cualquier otra razón debemos alegrarnos siempre, si somos fieles, de que nuestros nombres «estén escritos en los Cielos», es decir, en el corazón de Dios, en el manantial de la vida.

Posible eficacia de nuestro paso por la tierra

Los padres de la Niña recién nacida no podían sospechar que, desde la eternidad, Dios la había escogido como Madre suya y Corredentora. Hubieran quedado atónitos si les hubiera sido dado contemplar la eficacia de aquel corazoncito que comenzaba a latir por cuenta propia entre sus brazos. Dios, por primera vez desde el pecado de origen, sonreía abiertamente ante un ser humano absolutamente puro. Era el preludio de un nuevo zarpar de la humanidad hacia Dios.

Tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra, si somos fieles a nuestra vocación cristiana: si luchamos por alcanzar la santidad en el lugar y situación en que Dios nos ha puesto. Si cada uno en su sitio, nos esforzamos por vivir con el corazón y la mente en Dios Uno y Trino. Veremos una nueva primavera para la humanidad. Ese mundo nuestro que se nos presenta tan ajado y achacoso, lleno de violencias de toda guisa, rejuvenecerá. La clave está en acercarlo a Aquel que es «el único Joven» (el único esencial y eternamente Joven), por medio de la más joven de las criaturas, María: «Un secreto. Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada actividad humana. Después pax Christi in regno Christi- la paz de Cristo en el reino de Cristo» 8. No hay que darle más vueltas.

Santidad, pues, unión con Dios, juventud de espíritu, espíritu abierto al futuro; futuro tan amplio como todo el tiempo, tan amplio como la eternidad sin tiempo. ¡Cuánto puede hacerse en un breve espacio vivido cara a la eternidad!. Porque «eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un primer círculo…, y éste, otro…, y otro, y otro… Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?» 9.

¿Qué puedo hacer yo para tener la eficacia de esa piedra? De momento algo importante: acercarme más a María, tratarla y aprender. La Virgen nos alumbra el misterio de nuestra vida personal -quizá oscura, corriente, y sin duda oculta a la superficial curiosidad de las gentes- que puede tener una eficacia colosal si la vivimos su modo, con un fiat permanente en el corazón. Poco importa lo que somos delante de las gentes: lo relevante es lo que somos ante de Dios.

Rosa Mística
Si, con la gracia de Dios que recibimos abundantemente en los Sacramentos, en la oración y en el trabajo hecho cara a Dios, nos vamos asemejando a Cristo, pasaremos por el mundo de un modo parecido al de la Virgen, a quien llamamos Rosa Mística. Tal vez porque la rosa nos parece la más noble entre las flores, ya que goza de una prestancia singular; reclama nuestra mirada ávida de sencilla belleza y desprende un gratísimo aroma. Pero la rosa que admiramos no es la silvestre. Nadie siente especial interés al mirar o al coger una rosa silvestre. Se ha requerido un arte laborioso y refinado para obtener la rosa blanca o roja, o polícroma, que embellece los jardines. Ésta sigue vinculada a las otras rosas inferiores y poco observadas, pero destaca por su encanto. La Virgen ha nacido del seno de la humanidad; su origen no es otro que el nuestro; su sangre es nuestra sangre; nos resulta en extremo familiar. Pero su dignidad nos supera infinitamente. Se diría que durante una eternidad y luego durante siglos, el Creador ha ido preparándolo todo, cultivando una rama determinada de la humanidad, para que de la raíz de Jesé naciera este brote, esta Rosa delicada, sencillísima, noble y humilde.

El buen aroma de Cristo
Es una Rosa que exhala, ya desde su nacimiento, el buen aroma de Cristo, del que habla san Pablo; el delicioso perfume que vendrá después y que habrá de inundar hasta el más recóndito lugar del universo. Es el aroma que, sin saberlo, está pidiendo a gritos el mundo enrarecido, contaminado de intenciones sórdidas que quieren inundarlo todo con su pestilente olor. No es exageración. Basta pensar en los millares de crímenes legalizados que se cometen cada día. ¿Qué significa esto sino que detrás de esa «civilización» o cultura de la muerte, se agazapa -con máscara de humanitarismo- una perversión moral tan honda que quienes la integran ya no son capaces de discernir lo hediondo del aire puro, parecen no conocer otra cosa que el vaho de la putrefacción. Y esto ¿no es grave, muy grave? Han perdido el punto de referencia y de contraste. No se dan cuenta de que el aire que respiran y difunden es letal, ante todo para ellos mismos

Pero tenemos el Evangelio para salvar al mundo si, pegados a Cristo, con María, nos impregnamos de su aroma. No debe importarnos -al contrario- que nuestra vida contraste con la de los paganos o paganizados. Es cuestión de vida o muerte. El futuro temporal y eterno de la humanidad está, de hecho, en buena medida, en nuestras manos. Como estuvo -todo lo remotamente que se quiera- en el amor de los padres de la Virgen. Como estuvo en los labios de nuestra Madre antes de decir su fiat; como estuvo en las manos de aquel puñado de doce hombres que siguieron tan de cerca a Jesucristo.
La mujer podrá entender mejor lo siguiente: el Señor te ha tenido en su mente desde la eternidad. Ha pensado en ti como en una rosa semejante a su Madre; como una rosa plantada en su jardín, nacida no al azar como las flores silvestres, sino por voluntad expresa y amorosa de Dios, por una secreta esperanza divina. Todos los padres guardan una secreta y gran esperanza cuando les nace un hijo. Dios no es menos. El Señor espera de ti que en medio de la muchedumbre, siendo enteramente igual a los demás, despidas un aroma purificador: el aroma de Cristo. Para que cuando alguien pase por tu lado o se cruce en tu camino, se encuentre respirando aire limpio y generoso, y sepa lo que es bueno, y se sienta confortado y ya no quiera aspirar otro aire, y abandone los ambientes sórdidos y se convierta él en difusor de aire puro y vivificante. Hay que ir infundiendo bocanadas de ese aire puro que oxigene el ambiente, que lo vaya purificando y que, por lo menos, el contraste pueda ser advertido.

¡Qué grande es el poder de una rosa!

¡Qué grande puede ser la eficacia de tu paso por la tierra!

Para eso has de hundir tus raíces en Cristo; tienes que vivir de Cristo, como el Apóstol; como las rosas viven de las sustancias que obtienen de la tierra buena. La Confesión sacramental, ¡cómo purifica! Y la Eucaristía, cómo nos arraiga –nos encarna- en Cristo. Ahí sí que podemos impregnarnos de su aroma. Y luego, ¿quién podrá enseñarnos mejor a vivir de Cristo, por Cristo y con Cristo, que María, Rosa Mística, que tal día como hoy nació para nosotros? Dios la quiso como Madre suya. También para dárnosla como Madre nuestra. «He ahí a tu madre», nos dijo desde la Cruz. «Y desde aquel momento el discípulo [Juan, todos nosotros] la recibió en su casa» 10. Palabras que ahora encienden luz intensa y poderosa en nuestra mente, y nos permite entender que si nos llamamos discípulos de Jesús, hemos de acoger en nuestra casa, en nuestro corazón, a Santa María. Ella purificará y pulirá nuestro corazón como joya de muchos quilates, y conseguirá meter a Jesús en nuestros pensamientos, en nuestros afectos y quereres, en nuestras palabras y en nuestras obras. «Con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria» 11.

El valor de una vida
La Virgen nos enseña el valor inmenso de una sola vida humana. Porque es siempre Virgen y siempre Madre. Madre del Verbo de Dios, Asiento de la Sabiduría divina. Y por ser la más madre de todas las madres, sabe que un hijo, entre trillones, permanece siempre único y vale tanto como todos los demás juntos. Como solía decir André Frossard, «Dios sólo sabe contar hasta uno». Y esa sabiduría divina la posee como nadie la Madre de Dios, porque en cada hijo ve el Rostro de su Unigénito y Primogénito y tiene siempre presente su parto singular, más que en Belén, en el Calvario.

¡Lo que vale una persona humana! ¡Lo que vale traer al mundo una persona más o una persona menos! ¡Lo que vale cuidarla hasta el último aliento de su vida en la tierra! ¡Muchísimo!. Dios hubiera creado el universo por una sola. Dios se hubiera hecho hombre por una sola. El Hijo de Dios hecho hombre ha derramado por cada una –por tanto, «por cada una, sola»- toda su Sangre, Sangre que procede entera de María Santísima. Ella bien lo sabe.

¡Felicidades, Madre de Dios!¡Felicidades, Madre Nuestra! En esta época de pensamiento débil y, en consecuencia, de voluntades débiles y de vínculos débiles, de vidas leves, descafeinadas, que no sacian, que no valen la pena; ayúdanos a vivir un pensamiento profundo, una voluntad fuerte, unos vínculos inquebrantables, una vida intensa, plena, eterna!: tu vida, la de Cristo en el Espíritu hacia el Padre.

 

Notas:

1. SAN AGUSTÍN, De Genesi, VIII, 26, 48.
2. Salmo 42.
3. Apc 12, 1.
4. Apc 21, 4.
5. 2 Cor 4, 14.
6. Cfr. Le 6, 21.
7. Rom 8, 18.
8. Camino, n. 301.
9. Ibídem, n. 831.
10. lo 19, 27.
11. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Madre de Dios, Madre nuestra,

 

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

 

La fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la asunción de su cuerpo al cielo.

“En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)

Existe también una gran incertidumbre respecto al origen de esta fiesta. Probablemente se trate del aniversario de la dedicación de alguna Iglesia, más que la fecha real del aniversario de la muerte de Nuestra Señora. Que se originara en tiempos del Concilio de Éfeso, o que San Dámaso la introdujera en Roma, son sólo hipótesis.

 

De acuerdo a la vida de San Teodosio (m. 529) se celebraba en Palestina antes del año 500, probablemente en Agosto (Baeumer, Brevier, 185). En Egipto y Arabia, por otra parte, se mantuvo en Enero, y dado que los monjes de las Galias adoptaron muchos usos de los monjes egipcios (Baeumer, Brevier, 163), hallamos esta fiesta en las Galias en el siglo sexto, en Enero [mediante mense undecimo (Greg. Turon., De gloria mart., I, ix)]. La Liturgia Gala la fija el 18 de Enero, bajo el título: Depositio, Assumptio, or Festivitas S. Mariae (confrontar las notas de Jean Mabillon en la Liturgia Gala, P. L., LXXII, 180). Esta costumbre permaneció en la Iglesia de las Galias hasta el momento de la introducción del Rito Romano. En la Iglesia Griega, parece que algunos mantuvieron la fiesta en Enero, como los monjes egipcios; otros en Agosto, con aquellos de Palestina; por lo cual el Emperador Mauricio (m. 602), si es correcto el relato de “Liber Pontificalis”(II, 508), fijó la fiesta para el Imperio Griego el 15 de Agosto.

 

En Roma (Batiffol, Brev. Rom., 134) la única y más antigua fiesta de Nuestra Señora era el 1 de Enero, la octava del nacimiento de Cristo. Celebrada primeramente en Santa María la Mayor, más tarde en Santa María de los Mártires. Las otras fiestas son de origen Bizantino. Louis Marie Olivier Duchesne piensa (Origines du culte chr., 262) que antes del séptimo siglo ninguna otra fiesta se guardaba en Roma, y en consecuencia, la Fiesta de la Asunción, hallada en los sacramentales de Gelasio y Gregorio, es un agregado apócrifo hecho en el siglo séptimo u octavo. De todos modos, Probst brinda (Sacramentarien, 264 sqq) fuertes y buenos argumentos que prueban que la Misa de la Santísima Virgen María, hallada el 15 de Agosto en el rito Gelásico, es genuina, desde el momento que no hace mención a la Asunción corporal de María; esto muestra, por lo tanto, que la fiesta era celebrada en la Iglesia de Santa María la Mayor en Roma, por lo menos en el siglo sexto. Él prueba, más aún, que la Misa Sacramental Gregoriana, tal como la tenemos, es de origen Gálico (dado que la creencia en la Asunción corporal de María, bajo la influencia de los escritos apócrifos, es más antigua en Galia que en Roma), y que ésta suplantó la antigua Misa Gelásica. Para la época de Sergio I (700) esta fiesta era una de las principales festividades en Roma; la procesión comenzaba en las puertas de la Iglesia de San Adrián. Siempre fue un doble de la primera clase y un Día Sagrado de precepto.

 

La octava fue agregada en 847 por León IV; en Alemania esta octava no se celebraba en varias diócesis en la época de la Reforma. La Iglesia de Milán no la aceptó hasta la actualidad (Ordo Ambros., 1906). La octava es privilegiada en la diócesis de las provincias de Sienna, Fermo, Michoacán, etc.

 

La Iglesia Griega continua esta fiesta hasta el 23 de agosto inclusive, y en algunos monasterior del Monte Athos se prolonga hasta el 29 de agosto (Menaea Graeca, Venice, 1880), o así lo era antiguamente. En la diócesis de Bavaria el día treintavo de la Asunción (una especie de recuerdo del mes) se celebraba durante la Edad Media, el 13 de septiembre, con el Oficio de la Asunción (doble); en la actualidad, sólo la Diócesis de Augsburgo ha mantenido esta vieja costumbre.

 

Algunas de las diócesis de Baviera y las de Brandenburgo, Mainz y Frankfort mantienen el 23 de septiembre como la “Fiesta de la Segunda Asunción”, o los “Cuarenta Días de la Asunción” (doble) creyendo, de acuerdo a las revelaciones de Santa Elisa de Schönau (m. 1165) y de San Bertrand, O. C. (m. 1170), que la Santísima Virgen María fue llevada al cielo a los cuarenta días luego de su muerte (Grotefend, Calendaria 2, 136). Las Brigidinas guardan la fiesta de la “Glorificación de María” (doble) el 30 de agosto, desde que Santa Brígida de Suecia dijo (Revel., VI, l) que María fue llevada al cielo quince días después de su partida (Colvenerius, Cal. Mar., 30 Aug.). En América Central, se celebra una fiesta especial, “La Coronación de María en el Cielo” (doble mayor) el 18 de agosto. La ciudad de Gerace, en Calabria mantiene 3 días sucesivos el rito de doble de primera clase, conmemorando el 15 de agosto la muerte de María, y el 16 de agosto, su Coronación.

 

En Piazza, en Sicilia, hay una conmemoración de la Asunción de María (doble de segunda clase) el 20 de febrero, que es el aniversario del terremoto de 1743. Una fiesta similar (doble mayor con octava) se sigue en Martano, Diócesis de Otranto, en Apulia, el 19 de Noviembre.

 

Tomado de la Enciclopedia Católica (www.enciclopediacatolica.com)

 

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Oración a la Virgen

Pidiéndole nos enseñe la virtud de ser pacientes

 

La paciencia es una actitud

Que todos debemos tener

Para soportar día tras día

Las dificultades con alegría.

Nadie mejor que Ella, María

 

 

Fue capaz de comprender

Que hay que tener calma

Porque así nuestras almas

A Dios pueden entender.

Nos protege y nos ayuda

 

Aquí y en cualquier lugar.

Con su infinita paciencia

Nos enseña siempre a amar

A ella vamos todos nosotros

La tenemos que admirar.

Por su fe e infinita bondad,

Porque es nuestra Madre

Y nunca nos va a olvidar.

Dedicaremos  nuestra vida

A pensar  en los demás

Y como Tú nos enseñas

A llenar todo  de bondad.

No nos dejes Virgen mía.

Sin ti yo no sé qué haría

Pero contigo… a la eternidad.

 

Hoy venimos todos a rezar

A la Virgen, nuestra Madre.

Nos enseñe que con calma

Con esfuerzo y con bondad

casi todo se puede alcanzar.

 

Ella  siempre  sabe escuchar,

Así nos invita a transformar

Al mundo y a la humanidad.

 

Te damos  mil gracias María

Es mucho lo que nos das

Sin tu ayuda de nada serviría.

 

Concédenos  a nuestras familias,

Y a todas las personas del mundo

Que no nos falte amor y alegría.

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8 razones por las que los Católicos honramos y veneramos a la Santísima Virgen María

 

Todos los que nos hacemos llamar seguidores de Jesús, estamos llamados a amar lo que Jesús amó y también a aborrecer lo que Jesús aborreció (el pecado).

La Sagrada Escritura no nos dice directamente que debemos honrar a la Virgen María ¿Por qué los católicos la honramos y la veneramos?

Estamos llamados a imitar a Jesús porque Él es el Camino, la Verdad, y la Vida. María fue la primera imitadora y seguidora de Jesús. También estamos llamados honrar a quienes son dignos de admiración y respeto y han vivido bajo la ley de Dios con amor y entrega plena. Jesús honró a su Madre, de lo contrario habría roto el cuarto mandamiento (honrarás a padre y madre).

El Papa Francisco consagró su papado a la Virgen María, bajo el título de Nuestra Señora de Fátima, y de la misma manera invitó a todo el pueblo católico a consagrarse a su tierno y amoroso cuidado, pues ella es nuestra Madre también, por lo que debe ser natural para nosotros, que María interceda por cada uno de sus hijos.

“Del mismo modo que un niño se dirige a su madre buscando consuelo y protección, así también nos dirigimos nosotros a María, con total confianza, pensando que, con seguridad, ella presentará nuestras oraciones al Señor”.

 

 

Aquí, hay 8 razones por las que los Católicos honramos y veneramos a la Santísima Virgen María:

 

1.- Jesús honró a María

Honramos a María porque Jesús la honró. Jesús dijo: “Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre”, y además: “El que maldiga al padre o a la madre, morirá. (Mateo 15,4) Sí José y María eran fieles cumplidores de la Ley (Lucas 2,39) y Jesús vivía sujeto a ellos (Lucas 2,51), entonces ¿crees que Jesús rompería algún mandamiento, sobre todo el de “Honrar a Padre y Madre?

 

2.- Bienaventurada por siempre

Según el Evangelio de Lucas, María dijo: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada (Lucas 1,48). Los católicos estamos cumpliendo con este versículo venerando a la Santísima Virgen, dando gracias a Dios por ser pieza clave en la obra salvadora de Dios

 

3.- La nueva Eva

María es la madre de todos los hombres. Jesús la llamó “mujer”, que significa “la madre de todos los que tienen la vida en Jesucristo”. Eva fue llamada mujer, porque ella era la madre de todos los vivientes. María, la nueva Eva, se convirtió así, en la madre de todos los que son salvados por Jesús.

 

4.- El “Sí” de María

Honramos a María porque sin aquel “Sí”, sin esa entrega absoluta y definitiva de todo su ser a la voluntad de Dios, no tendríamos a Jesús, no hubiésemos tenido al amor de los amores pisando nuestro mundo, aún estuviésemos inmersos en una oscuridad.

 

5.- María nos trajo la Luz

Honramos a María porque ella es la madre de la Luz, una Luz que es el Camino, la Verdad y la Vida. Una Luz única que disipa toda tormenta y oscuridad

 

6.- Madre de Dios

Ninguna otra mujer había sido, fue, ni nunca será la madre de Dios, excepto este pequeña Virgen que quedó grabada en la historia de la eternidad. Si decimos menos de María, entonces estaremos diciendo menos de Jesús. Si no estamos dispuestos a confesar que ella es la madre de Dios, entonces ¿Cómo podríamos confesar que Jesús es Dios?

 

7.- María es la Reina del Cielo:

“Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. (Apocalipsis 12,1)

 

8.- María, modelo de escucha de la «Palabra»

Cuando el arcángel Gabriel se apareció a María para decirle que llegaría a ser la madre del Mesías, ella respondió: “He aquí, yo soy la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1,38). Ella no puso adelante una serie de argumentos racionales contra algo que parecía realmente difícil de creer, Ella simplemente reconoció su lugar como sirviente del Señor. Ella sabe que Dios no puede mentir a través de un mensajero celestial, así que cualquier cosa que promete es digno de confianza, aunque le parezca absolutamente irracional a la mente humana.

María es un modelo oyente de la Palabra de Dios. Ella nos muestra cómo hemos de recibir el mensaje divino. Dios habla, oímos, creemos, confesamos con María: “Soy un servidor del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

 

¿Adoradores de María?

Algunos, nos acusan de ser adoradores de María, que cometemos un pecado grave al honrarla que sólo Dios debe ser adorado y hasta utilizan la Escritura para afirmar falsamente esa acusación: “No habrá para ti otros dioses fuera de mí” (Éxodo 20,3) Pero muy lejos de Adorarla, cuando oramos, cantamos, o hablamos de María, no la estamos adorando, ni creemos que es una diosa, por el contrario, la honramos según las razones que ya hemos dado, porque también es nuestra Madre espiritual.

 

Oración de Confianza a María

Cuando somos apartados o segregados por seguir fiel a la Palabra de Dios. María está allí con nosotros. Cuando somos perseguidos y azotados a causa de la Fe, María permanece fiel para fortalecernos. Cuando nos sentimos deprimidos, tristes o solos, María está allí para consolarnos, para aliviarnos el dolor. Cuando todo el mundo nos abandona y estamos a merced del enemigo malo, María está allí, a los pies de la cruz de nuestro Señor, rogando por nosotros para rescatarnos y no dejarnos caer.

Oh amada Madre, ven y mira la pequeñez de este humilde hijo tuyo y condúceme a los brazos de Jesús, sé mi auxilio divino en las tormentas de mi vida y ayúdame a nunca perder la calma, por el contrario, que pueda verme fortalecido por tu presencia que me rescata y me lleva a la fuente de salvación.
Amén

“Si surgen los vientos de las tentaciones… mira a su estrella, invoca a María… En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María”. (San Bernardo)

 

La historia de María

 

En la Natividad de Nuestra Señora
– ¡Es una niña! ¡es una niña!, se oye al fondo de la casa de Nazaret. Y el eco salta por las callejuelas estrechas, hasta la plaza. -¡Mirad, mirad qué ojos, son los de su padre…! – Y la barbilla, de su madre… Alborozado desorden en los comentarios. La Niña encantaba nada más verla. Le pondrían por nombre María, y llegaría a ser -a la sazón nadie lo sospechaba- Madre de Dios y Madre nuestra.

En la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, celebramos aquel acontecimiento maravilloso, de trascendental sencillez para la Humanidad.

Al levantarnos e invocarla -como todos los días-, cada uno le habrá dicho palabras distintas, pero todas expresivas del profundo cariño que, en este día, adquiere una carga de amor más intenso. Nuestro corazón se ha alzado en acción de gracias a Dios por haberla creado como es: Llena de gracia. El mundo se hallaba en tinieblas. La sombra del pecado lo oscurecía todo. Pero aquel día en que nació la Inmaculada, despuntaba la Aurora anunciando el gran Día, la gran Luz que había de nacer de Ella, para disipar toda tiniebla y alumbrar a los hombres el camino que conduce al infinito Amor eterno.

Una eterna juventud

¿Cuántos años cumple hoy la Virgen? Mil novecientos… y muchos. No le importa -al contrario- que sus hijos le recordemos que cumple tantos. Para nuestra Madre el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que se consigue en el Cielo, donde se participa de la juventud de Dios, quien, al decir de San Agustín, «es más joven que todos», porque es inmutable y eterno, ¡no puede envejecer! ¡No tiene barbas blancas, por más que la imaginación acuda a ellas para representar la eternidad!. Si Dios hubiera comenzado a existir, ahora sería como el primer instante de su existencia. Pero, no. Dios no tiene comienzo ni término, «es» eternamente, pero no «eternamente viejo», sino «eternamente joven», porque es eternamente Vida en plenitud. Él es la Vida. Como María es la criatura que goza de una unión con Dios más íntima, es claro que también es la más joven de todas las criaturas, la más llena de vida humana y divina. Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando andamos hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría. Las limitaciones y deterioros biológicos han de verse con los ojos de la Fe, como medios para la humildad que nos dispone al gran salto a la vida plena en la eternidad de Dios.

Desde su adolescencia –y quizá antes-, la Virgen gozó de una madurez interior maravillosa. Lo observamos en cuanto aparece en los relatos evangélicos, «ponderando» todas las cosas en su corazón, a la luz de su agudo entendimiento iluminado por la Fe. Ahora posee la madurez de muchos siglos de Cielo -casi veinte-, con una sabiduría divina y una sabiduría materna que le permite contemplarnos con un mirar profundo, amoroso, recio, tierno, que alcanza los entresijos de nuestro corazón, nos conoce y comprende a las mil maravillas, mucho más que cualquier otra criatura. Ella es -después de Dios- la que más sabe de la vida nuestra, de nuestras fatigas y de nuestras alegrías. Por eso la sabemos siempre cerca, muy cerca, muy apretada a nuestro lado, confortándonos con su sonrisa indesmayable, disculpándonos cuando nos portamos de un modo indigno de hijos suyos. Sus ojos misericordiosos nos animan -qué bien lo sabe- a ser más responsables, a estar más atentos al querer de Dios.

Comprende también ahora que no hallemos palabras adecuadas para expresarle nuestro cariño y no seamos capaces de hacer cosas espectaculares en su fiesta de Cumpleaños. Le bastan nuestros deseos grandes, nuestros corazones vueltos hacia el suyo, nuestra mirada en la suya y nuestros propósitos -firmes y concretos- de tratarla más asiduamente y quererla así cada día con mayor intensidad.

Nunca se sabe…

Todos los padres se equivocan cuando les parece que el hijo que les nace o ven crecer a su lado es la criatura más graciosa del universo. Pero Joaquín y Ana no se equivocaban al pensarlo y decirlo. La casa, humilde; los pañales, humildes, como humilde fue -en el amplio y recio sentido de la palabra- la vida entera de María. Pero ahora la Iglesia nos invita a contemplarla «vestida de sol, la luna a sus pies, y en su cabeza corona de doce estrellas». Todas las generaciones la llaman bienaventurada…

No podían sospechar Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto tan sabroso de su amor. ¡Nunca se sabe!. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe. Sólo Dios lo sabe.

Un asunto grave

Quizá por eso, porque nunca se sabe, nunca se sospecha que algo grande, más grande que el universo sucede cuando una persona –niño o niña- llega a la existencia. El nihilista no lo sabe, el egoísta tampoco. Los que eliminan por cualquier razón vidas humanas, ni lo sueñan. Cometen crímenes como quien se bebe un vaso de agua o de whisky. ¿Y los tristes? Se les hunde el ánimo (el alma) porque hay sufrimientos en la tierra. No saben que la vida en este mundo es pasajera: «Una mala noche en una mala posada», decía Teresa de Jesús. Sólo se fijan en «la parte mala» sin pensar o sin saber que hay eternidad, que hay resurrección de la carne, en aquellos «cielos nuevos y nueva tierra» de que habla la Escritura, donde Dios mismo «enjugará toda lágrima de nuestros ojos, y ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá pasado».

Cuando Dios crea el alma humana se compromete a acabar la obra buena que comenzó. Sólo nos pide el concurso de nuestra libertad, porque no quiere esclavos, sino hijos. «Quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él». Los que ahora padecen hambre –o cualquier otra cosa-, serán hartos. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros». Una persona que crea en todo eso sabe que vale la pena pasar aunque sea cien años de sufrimientos, hambre, frío, calor, enfermedad, por llegar un día a gozar de la inefable contemplación de la Esencia divina.

Por eso, y por muchas otras razones, siempre –siempre, siempre, siempre- el nacimiento de un ser humano es una gran fiesta. Jesús enseña que, por encima de cualquier otra razón debemos alegrarnos siempre, si somos fieles, de que nuestros nombres «estén escritos en los Cielos», es decir, en el corazón de Dios, en el manantial de la vida.

Posible eficacia de nuestro paso por la tierra

Los padres de la Niña recién nacida no podían sospechar que, desde la eternidad, Dios la había escogido como Madre suya y Corredentora. Hubieran quedado atónitos si les hubiera sido dado contemplar la eficacia de aquel corazoncito que comenzaba a latir por cuenta propia entre sus brazos. Dios, por primera vez desde el pecado de origen, sonreía abiertamente ante un ser humano absolutamente puro. Era el preludio de un nuevo zarpar de la humanidad hacia Dios.

Tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra, si somos fieles a nuestra vocación cristiana: si luchamos por alcanzar la santidad en el lugar y situación en que Dios nos ha puesto. Si cada uno en su sitio, nos esforzamos por vivir con el corazón y la mente en Dios Uno y Trino. Veremos una nueva primavera para la humanidad. Ese mundo nuestro que se nos presenta tan ajado y achacoso, lleno de violencias de toda guisa, rejuvenecerá. La clave está en acercarlo a Aquel que es «el único Joven» (el único esencial y eternamente Joven), por medio de la más joven de las criaturas, María: «Un secreto. Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada actividad humana. Después pax Christi in regno Christi- la paz de Cristo en el reino de Cristo». No hay que darle más vueltas.

Santidad, pues, unión con Dios, juventud de espíritu, espíritu abierto al futuro; futuro tan amplio como todo el tiempo, tan amplio como la eternidad sin tiempo. ¡Cuánto puede hacerse en un breve espacio vivido cara a la eternidad!. Porque «eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un primer círculo…, y éste, otro…, y otro, y otro… Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?».

¿Qué puedo hacer yo para tener la eficacia de esa piedra? De momento algo importante: acercarme más a María, tratarla y aprender. La Virgen nos alumbra el misterio de nuestra vida personal -quizá oscura, corriente, y sin duda oculta a la superficial curiosidad de las gentes- que puede tener una eficacia colosal si la vivimos su modo, con un fiat permanente en el corazón. Poco importa lo que somos delante de las gentes: lo relevante es lo que somos ante de Dios.

Rosa Mística

Si, con la gracia de Dios que recibimos abundantemente en los Sacramentos, en la oración y en el trabajo hecho cara a Dios, nos vamos asemejando a Cristo, pasaremos por el mundo de un modo parecido al de la Virgen, a quien llamamos Rosa Mística. Tal vez porque la rosa nos parece la más noble entre las flores, ya que goza de una prestancia singular; reclama nuestra mirada ávida de sencilla belleza y desprende un gratísimo aroma. Pero la rosa que admiramos no es la silvestre. Nadie siente especial interés al mirar o al coger una rosa silvestre. Se ha requerido un arte laborioso y refinado para obtener la rosa blanca o roja, o polícroma, que embellece los jardines. Ésta sigue vinculada a las otras rosas inferiores y poco observadas, pero destaca por su encanto. La Virgen ha nacido del seno de la humanidad; su origen no es otro que el nuestro; su sangre es nuestra sangre; nos resulta en extremo familiar. Pero su dignidad nos supera infinitamente. Se diría que durante una eternidad y luego durante siglos, el Creador ha ido preparándolo todo, cultivando una rama determinada de la humanidad, para que de la raíz de Jesé naciera este brote, esta Rosa delicada, sencillísima, noble y humilde.

El buen aroma de Cristo

Es una Rosa que exhala, ya desde su nacimiento, el buen aroma de Cristo, del que habla san Pablo; el delicioso perfume que vendrá después y que habrá de inundar hasta el más recóndito lugar del universo. Es el aroma que, sin saberlo, está pidiendo a gritos el mundo enrarecido, contaminado de intenciones sórdidas que quieren inundarlo todo con su pestilente olor. No es exageración. Basta pensar en los millares de crímenes legalizados que se cometen cada día. ¿Qué significa esto sino que detrás de esa «civilización» o cultura de la muerte, se agazapa -con máscara de humanitarismo- una perversión moral tan honda que quienes la integran ya no son capaces de discernir lo hediondo del aire puro, parecen no conocer otra cosa que el vaho de la putrefacción. Y esto ¿no es grave, muy grave? Han perdido el punto de referencia y de contraste. No se dan cuenta de que el aire que respiran y difunden es letal, ante todo para ellos mismos

Pero tenemos el Evangelio para salvar al mundo si, pegados a Cristo, con María, nos impregnamos de su aroma. No debe importarnos -al contrario- que nuestra vida contraste con la de los paganos o paganizados. Es cuestión de vida o muerte. El futuro temporal y eterno de la humanidad está, de hecho, en buena medida, en nuestras manos. Como estuvo -todo lo remotamente que se quiera- en el amor de los padres de la Virgen. Como estuvo en los labios de nuestra Madre antes de decir su fiat; como estuvo en las manos de aquel puñado de doce hombres que siguieron tan de cerca a Jesucristo.

La mujer podrá entender mejor lo siguiente: el Señor te ha tenido en su mente desde la eternidad. Ha pensado en ti como en una rosa semejante a su Madre; como una rosa plantada en su jardín, nacida no al azar como las flores silvestres, sino por voluntad expresa y amorosa de Dios, por una secreta esperanza divina. Todos los padres guardan una secreta y gran esperanza cuando les nace un hijo. Dios no es menos. El Señor espera de ti que en medio de la muchedumbre, siendo enteramente igual a los demás, despidas un aroma purificador: el aroma de Cristo. Para que cuando alguien pase por tu lado o se cruce en tu camino, se encuentre respirando aire limpio y generoso, y sepa lo que es bueno, y se sienta confortado y ya no quiera aspirar otro aire, y abandone los ambientes sórdidos y se convierta él en difusor de aire puro y vivificante. Hay que ir infundiendo bocanadas de ese aire puro que oxigene el ambiente, que lo vaya purificando y que, por lo menos, el contraste pueda ser advertido.

¡Qué grande es el poder de una rosa!

¡Qué grande puede ser la eficacia de tu paso por la tierra!

Para eso has de hundir tus raíces en Cristo; tienes que vivir de Cristo, como el Apóstol; como las rosas viven de las sustancias que obtienen de la tierra buena. La Confesión sacramental, ¡cómo purifica! Y la Eucaristía, cómo nos arraiga –nos encarna- en Cristo. Ahí sí que podemos impregnarnos de su aroma. Y luego, ¿quién podrá enseñarnos mejor a vivir de Cristo, por Cristo y con Cristo, que María, Rosa Mística, que tal día como hoy nació para nosotros? Dios la quiso como Madre suya. También para dárnosla como Madre nuestra. «He ahí a tu madre», nos dijo desde la Cruz. «Y desde aquel momento el discípulo [Juan, todos nosotros] la recibió en su casa» 10. Palabras que ahora encienden luz intensa y poderosa en nuestra mente, y nos permite entender que si nos llamamos discípulos de Jesús, hemos de acoger en nuestra casa, en nuestro corazón, a Santa María. Ella purificará y pulirá nuestro corazón como joya de muchos quilates, y conseguirá meter a Jesús en nuestros pensamientos, en nuestros afectos y quereres, en nuestras palabras y en nuestras obras. «Con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria».

El valor de una vida

La Virgen nos enseña el valor inmenso de una sola vida humana. Porque es siempre Virgen y siempre Madre. Madre del Verbo de Dios, Asiento de la Sabiduría divina. Y por ser la más madre de todas las madres, sabe que un hijo, entre trillones, permanece siempre único y vale tanto como todos los demás juntos. Como solía decir André Frossard, «Dios sólo sabe contar hasta uno». Y esa sabiduría divina la posee como nadie la Madre de Dios, porque en cada hijo ve el Rostro de su Unigénito y Primogénito y tiene siempre presente su parto singular, más que en Belén, en el Calvario.

¡Lo que vale una persona humana! ¡Lo que vale traer al mundo una persona más o una persona menos! ¡Lo que vale cuidarla hasta el último aliento de su vida en la tierra! ¡Muchísimo!. Dios hubiera creado el universo por una sola. Dios se hubiera hecho hombre por una sola. El Hijo de Dios hecho hombre ha derramado por cada una –por tanto, «por cada una, sola»- toda su Sangre, Sangre que procede entera de María Santísima. Ella bien lo sabe.

¡Felicidades, Madre de Dios!¡Felicidades, Madre Nuestra! En esta época de pensamiento débil y, en consecuencia, de voluntades débiles y de vínculos débiles, de vidas leves, descafeinadas, que no sacian, que no valen la pena; ayúdanos a vivir un pensamiento profundo, una voluntad fuerte, unos vínculos inquebrantables, una vida intensa, plena, eterna!: tu vida, la de Cristo en el Espíritu hacia el Padre.

Mes de Mayo dedicado a María,

Madre de Dios

 

Treinta días de oración a la Reina del Cielo.

Flores del 1 al 5 de mayo

 

La Iglesia ha dedicado el mes de mayo a María, a la dulce Reina de nuestras vidas, es por eso que comenzando con una simple oración le regalamos nuestro corazón:

Oh María, oh dulcísima, oh dueña mía!. Vengo a entregarte lo poco que poseo yo, pues sólo tuyo soy para que lo pongas en oblación ante el Trono de nuestro Señor. Te doy mi voluntad, para que no exista más y sea siempre la Voluntad del Padre Celestial.

Cada día del mes de mayo tiene que ser una flor para María. Por eso le regalaremos en cada jornada de su mes una meditación, una oración, una decena del Santo Rosario y una florecilla. De este modo iremos formando un ramo de flores para nuestra Reina del Cielo que nuestros ángeles custodios le llevarán en actitud de veneración.

Flor del 1 de mayo: Santa María
Fiesta de San José Obrero, su castísimo esposo.

Meditación: “El nombre de la Virgen era María” (Lucas 1,27). Según la tradición cristiana a la Santísima Virgen le impusieron ese nombre por especial designio de Dios, significando en arameo Señora, en hebreo Hermosa y en egipcio Amada de Dios.

Oración: ¡Oh hermosa Señora, nos alegramos en tu Hijo Resucitado ya que Dios te ha amado tanto para hacerte Hija del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de Su Hijo!. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Hacer un especial examen de conciencia por la noche, antes de ir a dormir.

Flor del 2 de mayo: Lirio Perfecto de Dios

Meditación: “Hágase en mi según Tu Palabra”. “El que haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3,35). María cumplió como nadie la Voluntad de Dios. Esto vale más que todos los demás dones suyos, sean cualidades humanas o gracias espirituales. Del mismo modo, por cumplir la Voluntad del Padre, Jesús sufre Su Pasión y Muerte, alcanzándonos la Redención.

Oración: ¡Oh María, Preciosísima, Cáliz de Amor!. Te ofrecemos nuestro corazón para que lo guardes junto a vos, uniéndolo al de tu Hijo Dios, como entrega de amor. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Prontitud y alegría para el trabajo, empezando por levantarme sin pereza y agradeciendo a Dios por un nuevo día.

Flor del 3 de mayo: Madre de Dios
Fiesta de nuestra Señora del Valle
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Meditación: “Por ser su Hijo Dios, María es Madre de Dios” (Lucas 1,3-5). Dios nos amó tanto que no sólo nos entregó a Su Hijo sino que nos dio a Su Madre. “Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo nacido de Mujer…para que recibiésemos la adopción de Hijos de Dios” (Gálatas 4,5). Este es el maravilloso final del Plan del Padre y el sublime oficio de María, hacernos hijos de Dios, uno en Dios.

Oración: ¡Oh María, te agradecemos el regalo que nos ha hecho nuestro Dios amado, ponernos en tus hermosas manos para hacernos santos. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Examinar mi devoción a la Virgen y cómo la practico.

Flor del 4 de mayo: Madre de Cristo

Meditación: “De Ella nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1,16). Jesús significa Salvador, y es el Cristo, es decir el Ungido, el Mesías enviado por Dios para la Salvación de Su pueblo. Y Su Madre, Madre de Cristo, del Ungido, ha sido asociada a Su Empresa Redentora. Ella es Corredentora con su amor y su dolor. También Cristo nos llama a cada uno a participar en Su grandiosa Empresa de salvar a todos los hombres.

Oración: ¡Oh Madre de Dios, oh Madre del dolor!. Como Corredentora que sos, imprime en nuestro corazón las Llagas del Señor, para participar de la Fiesta de la Salvación. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día:Examinar y renovar mi consagración a Cristo y a Su Sagrado Corazón.

Flor del 5 de mayo: Madre de la Divina Gracia
Fiesta de Nuestra Señora de la Gracia

Meditación: “Mujer, ahí tienes a tu hijo, después dijo al discípulo, he ahí a tu Madre” (Juan 19,26-27). Madre no sólo adoptiva sino que nos da la Vida, nos da a Cristo, más exactamente nos da la gracia santificante, la vida sobrenatural, algo físico y real que consiste en la unión con Cristo.

Oración: ¡Oh Madre de la Divina Gracia, que nos llevas a la Vida!. Muéstranos como Manantial de Gracia el camino hacia la verdadera Patria. Tu, llena de Gracia, sed la Salvación de nuestras pobres almas. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Poner los medios para estar en gracia de Dios.

 

 

 

María es la primera partícipe de todo el sacrificio

 

Contemplemos el corazón de la Santísima Virgen -dolorido en la pasión, en las lamentaciones del profeta Jeremías. El profeta está refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, pero en esta poesía, que es la lamentación, hay muchos textos que recogen el dolor de una madre, el dolor de María. Como dice el profeta: “Un Dios que rompe las vallas y entra en la ciudad”.

Podría ser interesante el tomar este texto desde el capítulo II de las lamentaciones de Jeremías, e ir viendo cómo se va desarrollando este dolor en el corazón de la Santísima Virgen, porque puede surgir en nuestra alma una experiencia del dolor de María, por lo que Dios ha hecho en Ella, por lo que Dios ha realizado en Ella; pero puede darnos también una experiencia muy grande de cómo María enfrenta con fe este dolor tan grande que Dios produce en su corazón.

Un dolor que a Ella le viene al ver a su hijo en todo lo que había padecido; un dolor que le viene al ver la ingratitud de los discípulos que habían abandonado a su hijo; el dolor que tuvo que tener María al considerar la inocencia de su hijo; y sobre todo, el dolor que tendría que provenirle a la Santísima Virgen de su amor tan tierno por su hijo, herido por las humillaciones de los hombres.

María, el Sábado Santo en la noche y domingo en la madrugada, es una mujer que acaba de perder a su hijo. Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo que ha visto en los días culminantes de la pasión. Cómo impedirle a María el sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.

María -no lo olvidemos-, es madre; y en ella está presente la fuerza de la carne y de la sangre y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en la pasión de su hijo, muestra su compromiso de participación total en el sacrificio redentor de Cristo. María ha querido participar hasta el final en los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.

¿Qué pasaría por la mente de nuestra Señora este sábado en la noche y domingo en la madrugada? Todos los recuerdos se agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo con la madre después de la muerte de su esposo…; el día en que Cristo se marchó a la vida pública…, la soledad durante los tres últimos años. Una soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las cosas que Ella ha conservado en su corazón. Y si conservaba en el corazón a su Hijo en el templo diciéndole: “¿Acaso no debo estar en las cosas de mi Padre?”. ¡Qué habría en su corazón al contemplar a su Hijo diciendo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está consumado!”

¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el sepulcro? Un corazón que se ve bañado e iluminado en estos momentos por la única luz que hay, que es la del Viernes Santo. Un corazón en el que el dolor y la fe se funden. Veamos todo este dolor del alma, todo este mar de fondo que tenía que haber necesariamente en Ella. Apenas hacía veinticuatro horas que había muerto su hijo. ¡Qué no sentiría la Santísima Virgen!

Junto con esta reflexión, penetremos en el gozo de María en la resurrección. Tratemos de ver a Cristo que entra en la habitación donde está la Santísima Virgen. El cariño que habría en los ojos de nuestro Señor, la alegría que habría en su alma, la ilusión de poderla decir a su madre: “Estoy vivo”. El gozo de María podría ser el simple gozo de una madre que ve de nuevo a su hijo después de una tremenda angustia; pero la relación entre Cristo y María es mucho más sólida, porque es la relación del Redentor con la primera redimida, que ve triunfador al que es el sentido de su existencia.

Cristo, que llega junto a María, llena su alma del gozo que nace de ver cumplida la esperanza. ¡Cómo estaría el corazón de María con la fe iluminada y con la presencia de Cristo en su alma! Si la encarnación, siendo un grandísimo milagro, hizo que María entonase el Magníficat: “Mi alegría qué grande es cuando ensalza mi alma al Señor. Cuánto se alegra mi alma en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava, y desde ahora me dirán dichosa todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es Santo”. ¿Cuál sería el nuevo Magníficat de María al encontrarse con su hijo? ¿Cuál sería el canto que aparece por la alegría de ver que el Señor ha cumplido sus promesas, que sus enemigos no han podido con Él?

Y por qué no repetir con María, junto a Jesús resucitado, ese Magníficat con un nuevo sentido. Con el sentido ya no simplemente de una esperanza, sino de una promesa cumplida, de una realidad presente. Yo, que soy testigo de la escena, ¿qué debo experimentar?, ¿qué tiene que haber en mí? Debe brotar en mí, por lo tanto, sentimientos de alegría. Alegrarme con María, con una madre que se alegra porque su hijo ha vuelto. ¡Qué corazón tan duro, tan insensible sería el que no se alegrase por esto!

Tratemos de imitar a María en su fe, en su esperanza y en su amor. Fe, esperanza y amor que la sostienen en medio de la prueba; fe, esperanza y amor que la hicieron llenarse de Dios. La Santísima Virgen María debe ser para el cristiano el modelo más acabado de la nueva criatura surgida del poder redentor de Cristo y el testimonio más elocuente de la novedad de vida aportada al mundo por la resurrección de Cristo.

Tratemos de vivir en nuestra vida la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen, Madre amantísima de la Iglesia, que consiste especialmente en la imitación de sus virtudes, sobre todo de su fe, esperanza y caridad, de su obediencia, de su humildad y de su colaboración en el plan de Cristo.

 

 

5 fundamentos bíblicos del por qué veneramos a María

 

  1. Jn 19,26-27. El deseo de un moribundo.

“Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.” 

Una de las cosas más sagradas que existen es el deseo de un moribundo, es un deseo que se debe cumplir tal como lo pidió la persona que estaba a punto de fallecer. Pues bien, el último deseo de Jesús lo expresó en esta cita: “Ahí tienes a tu madre”. Y dicho regalo se lo dejó “al discípulo amado”. Esto nos hace concluir que el “verdadero discípulo” es aquel que recibe a María en su casa, así como Jesús deseó.

 

  1. Lc 1, 26-28. El saludo “del Ángel”.

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, .a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»” 

Estas palabras las dice el ángel Gabriel, pero recordemos que un ángel es un mensajero de Dios, es decir, lo que hace es transmitir lo que aquella persona emisora le dice que transmita a la receptora; por lo tanto, el saludo es de Dios, no del ángel; es decir, que el primero que la bendijo y el primero que la alabó fue el mismo Dios a través de este mensajero (el ángel): “llena eres de gracia”.

 

  1. Lc 1,41. El saludo de María

“Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo”.

El hijo al que se refiere la cita bíblica es Juan El Bautista. De él se había anunciado: que iba a ser grande, que anunciaría al mesías y que estaría lleno del espíritu santo. Pues bien, sucede que este llenarse del espíritu santo se da cuando María saluda a Isabel. Dice el versículo: el niño saltó de gozo en su vientre e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. La presencia de María y su saludo les llevan el Espíritu Santo a Isabel y Juan el Bautista (casi lo mismo sucede con los discípulos en Pentecostés).

 

  1. Lc 1,42. El Ave María.

 “y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;” 

 ¿A qué te suena esta frase? ¡Es el Ave María! La primera que rezó el rosario (que es venerar a María) fue Isabel, y quién impulsó a bendecir a María fue el Espíritu Santo. Muy bien podemos afirmar entonces que quien ataca a María, está atacando al Espíritu Santo, pues fue él, el que movió a Isabel a alabar y a venerar a María por primera vez en la historia.

Otro detalle interesante es que la primera alabanza se hace a María (“bendita tú”) y después es al fruto de su vientre (Jesús). Es el Espíritu Santo el que mueve a Isabel a reconocer la grandeza de esta mujer. Los que insultan a María, insultan lo que Jesús alabó y lo que el Espíritu inspiró a Isabel.

 

  1. Lc 1,48. Bienaventurada

 “porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.

“El Magníficat” es uno de los cánticos más famosos, María lo hace después de su encuentro con su prima Isabel. En el encontramos como la “biografía” de María, y una de las palabras claves es la profecía que María hace de sí misma: “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Cumplir con la palabra de Dios, es llamar a María “bienaventurada”.

Por todo lo dicho anteriormente, no tengamos miedo de alabar a María, de rezar el rosario, de venerar a María, pues el primero que la alabó fue Dios; después lo hizo Isabel, después muchos otros… cumpliendo esa profecía de Lc 1, 48.

María fue uno de los regalos más queridos y especiales de parte de Jesús, uno de sus últimos deseos. Como diría el papa Francisco: “los cristianos no estamos huérfanos, tenemos a María como nuestra madre”; venerarla, alabarla, no es quitarle espacio a Dios, pues al acercarnos a María, lo único que hace es reconducirnos a Jesús (“hagan lo que Él les diga”).

No temas llevarte a María a tu casa, no temas tener a María como tu madre o intercesora. Ella es uno de los más preciados regalos que nos dejó el mismo Dios.

 

Artículo originalmente publicado en:  PadreSam.com

 

Nuestra Señora de Guadalupe

Memoria Litúrgica.

12 de diciembre,
2019

Cuándo rezar el Avemaría

 

Consejos y ayuda para saber cuándo rezar el avemaría y darle un significado especial.
Por: P. Evaristo Sada, L.C | Fuente: La-oracion.com
 
 
En las dos notas anteriores traté de responder a la pregunta: “Cómo rezar bien el Avemaría” y ofrecí una sencilla Explicación del Avemaría“. Ahora me detengo a sugerir momentos para rezar el Avemaría.
Cualquier momento es buen momento para rezar el Avemaría. Puedes formar ciertos hábitos o rutinas de vida de oración y es cosa buena hacerlo, pero también es bueno tener siempre el nombre de la Virgen María “en la punta de la lengua”.
 
Por ejemplo, puedes rezar el Avemaría:

 

*Al comenzar el día: En mis años de formación para el sacerdocio y todavía hoy, cuando voy de camino a la Capilla para las oraciones comunitarias, veo a algunos de mis hermanos de pie frente a una imagen de la Santísima Virgen María. Hermosa manera de comenzar el día.
 
*Al salir de casa, para ponerse en sus manos, pedirle su protección y compañía en el camino.
 
*Al rezar el Angelus, a las 12 del día y a las 6 de la tarde.
 
*Al pasar frente a una imagen suya, frente a una Iglesia dedicada a Ella, o simplemente al recordarla en cualquier momento.
 
*Al rezar el Rosario: ¡50 veces! Para decirle cuánto la queremos y cómo necesitamos que nos ayude a contemplar a Jesús desde su mirada y a amarlo con los mismos sentimientos que ella.
 
*Ante un crucifijo: Fue desde la cruz que Jesús nos dijo: “Allí tienes a tu Madre” (cf Jn 19,25-28) Es bello recordar y agradecer ese momento cada vez que estemos ante Cristo crucificado.
 
*Ante la belleza de la creación. Ella es la criatura más bella salida de la mano de Dios. San Luis María Grignion de Montfort comenta que cuando Dios NS quiso crear al hombre, creó el universo con sus estrellas y soles, la tierra con el mar, el aire y el agua, los animales y plantas y todo cuanto contiene, un Paraíso en que lo colocó; pero cuando pensó en enviar a su propio Hijo, creó para Él un nuevo Paraíso y lo llamó María.
 
*Al ver una persona que sufre o que tiene alguna necesidad, para pedir por ella. “Ruega por nosotros”, “Ruega por él”.
Ante Cristo Eucaristía: tal vez sea el lugar y el momento más hermoso de todos. Rezar un Avemaría ante Cristo Eucaristía es decirle: “Gracias por traer a Jesús al mundo; si no fuera por ti no tendríamos Eucaristía”, “Enséñame a orar”, “Fórmame como lo hiciste con Jesús”, “También yo quiero consolarle, hagámoslo juntos”…
 
*Antes de acostarse: Cuando tenía 18 años, mi director espiritual me aconsejó terminar el día con una visita a la Santísima Virgen y así lo he hecho hasta el presente. Se lo recomiendo mucho: consiste simplemente en ir a donde esté una imagen de la Virgen, rezar con calma tres Avemarías y darle “el beso de las buenas noches”.
 
Espero que estos tres artículos sobre el Avemaría nos ayuden a tener una relación aún más cercana y filial con la Santísima Virgen.
 
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Documentos históricos sobre la Asunción

 
 

Presentamos dos documentos históricos reseñados por el Padre Cardoso en su publicación «La Asunción de María Santísima».  

 
 
  1. El primero es la carta de Dionisio el Egipcio o el Místico (no Dionisio el Areopagita, discípulo de San Pablo) a Tito, Obispo de Creta, que data de fines del Siglo III a mediados del Siglo IV, y publicada por primera vez en alemán por el Dr. Weter de la Facultad de Tubinga en 1887. Dice el Padre Cardoso que el Dr. Nirschl, que la ha estudiado, fija como fecha el año 363, declarándola absolutamente auténtica. Este documento histórico es importantísimo para conocer cuál era la tradición en Jerusalén acerca de la Asunción de María, pues es lo más próximo que se conoce a la tradición de los mismos testigos presenciales del hecho, es decir, los Apóstoles. Dice así: “Debes saber, ¡oh noble Tito!, según tus sentimientos fraternales, que al tiempo en que María debía pasar de este mundo al otro, es a saber a la Jerusalén Celestial, para no volver jamás, conforme a los deseos y vivas aspiraciones del hombre interior, y entrar en las tiendas de la Jerusalén superior, entonces, según el aviso recibido de las alturas de la gran luz, en conformidad con la santa voluntad del orden divino, las turbas de los santos Apóstoles se juntaron en un abrir y cerrar de ojos, de todos los puntos en que tenían la misión de predicar el Evangelio. Súbitamente se encontraron reunidos alrededor del cuerpo todo glorioso y virginal. Allí figuraron como doce rayos luminosos del Colegio Apostólico. Y mientras los fieles permanecían alrededor, Ella se despidió de todos, la augusta (Virgen) que, arrastrada por el ardor de sus deseos, elevó a la vez que sus plegarias, sus manos todas santas y puras hacia Dios, dirigiendo sus miradas, acompañadas de vehementes suspiros y aspiraciones a la luz, hacia Aquél que nació de su seno, Nuestro Señor, su Hijo. Ella entregó su alma toda santa, semejante a las esencias de buen olor y la encomendó en las manos del Señor. Así es como, adornada de gracias, fue elevada a la región de los Angeles, y enviada a la vida inmutable del mundo sobrenatural. Al punto, en medio de gemidos mezclados de llantos y lágrimas, en medio de la alegría inefable y llena de esperanza que se apoderó de los Apóstoles y de todos los fieles presentes, se dispuso piadosamente, tal y como convenía hacerlo con la difunta, el cuerpo que en vida fue elevado sobre toda ley de la naturaleza, el cuerpo que recibió a Dios, el cuerpo espiritualizado, y se le adornó con flores en medio de cantos instructivos y de discursos brillantes y piadosos, como las circunstancias lo exigían. Los Apóstoles inflamados enteramente en amor de Dios, y en cierto modo, arrebatados en éxtasis, lo cargaron cuidadosamente sobre sus brazos, como a la Madre de la Luz, según la orden de las alturas del Salvador de todos. Lo depositaron en el lugar destinado para la sepultura, en el lugar llamado Getsemaní. Durante tres días seguidos, ellos oyeron sobre aquel lugar los aires armoniosos de la salmodia, ejecutada por voces angélicas, que extasiaban a los que las escuchaban; después nada más. Eso supuesto para confirmación de lo que había sucedido, ocurrió que faltaba uno de los santos Apóstoles al tiempo de su reunión. Este llegó más tarde y obligó a los Apóstoles que le enseñasen de una manera palpable y al descubierto el precioso tesoro, es decir, el mismo cuerpo que encerró al Señor. Ellos se vieron, por consiguiente, obligados a satisfacer el ardiente deseo de su hermano. Pero cuando abrieron el sepulcro que había contenido el cuerpo sagrado, lo encontraron vacío y sin los restos mortales. Aunque tristes y desconsolados, pudieron comprender que, después de terminados los cantos celestiales, había sido arrebatado el santo cuerpo por las potestades etéreas, después de estar preparado sobrenaturalmente para la mansión celestial de la luz y de la gloria oculto a este mundo visible y carnal, en Jesucristo Nuestro Señor, a quien sea gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén.”
  2. El segundo documento es de San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia. Es un sermón por él predicado en la Basílica de la Asunción en Jerusalén, por el año 754, ante varios Obispos y muchos Sacerdotes y fieles: “Ahí tenéis con qué palabras nos habla este glorioso sepulcro. Que tales cosas hayan sucedido así, lo sabemos por la «Historia Eutiquiana», que en su Libro II, capítulo 40, escribe: “Dijimos anteriormente cómo Santa Pulqueria edificó muchas Iglesias en la ciudad de Constantinopla. Una de éstas fue la de las Blanquernas, en los primeros años del Imperio de Marciano. Habiendo, pues, construído el venerable templo en honor de la benditísima y siempre Virgen María, Madre de Dios … buscaban diligentemente los Emperadores llevar allí el sagrado cuerpo de la que había llevado en su seno al Todopoderoso, y llamando a Juvenal, Arzobispo de Constantinopla, le pidieron las sagradas reliquias”. Juvenal contestó en estos términos: “Aunque nada nos dicen las Sagradas Escrituras de lo que ocurrió en la muerte de la Madre de Dios, sin embargo nos consta por la antigua y verídica narración que los Apóstoles, esparcidos por el mundo por la salud de los pueblos, se reunieron milagrosamente en Jerusalén, para asistir a la muerte de la Santísima Virgen.” La Historia Eutiquiana nos dice luego, que los Apóstoles, después de la sepultura de la Virgen, oyeron durante tres días los coros angélicos; después nada más. Ahora bien, como Santo Tomás llegó tarde, abrieron la tumba y debieron comprobar que no estaba allí el sagrado cuerpo. Repuestos de su estupor, no acertaron los Apóstoles a inferir otra cosa, sino que Aquél que le plugo nacer de María, conservándola en su inviolable virginidad, se complació también en preservar su cuerpo virginal de la corrupción y en admitirlo en el Cielo antes de la resurrección general´ Oído este relato, Marciano y Pulqueria pidieron a Juvenal que les enviase el ataúd y los lienzos de la gloriosa y santísima Madre de Dios, todo cuidadosamente sellado. Y, habiéndolos recibido, los depositaron en la dicha Iglesia de la Madre de Dios en las Blanquernas. Y es así como sucedió todo esto. Nos dice el Padre Cardoso que esta «Historia Eutiquiana», de la que tomó San Juan Damasceno el relato, se cree por los Padres Bolandistas, que data de San Eutiquio, contemporáneo y amigo de San Juvenal, el cual ocupó la sede de Jerusalén del año 418 al 458. El relato de San Juvenal es considerado como absolutamente histórico y nos dice que la Iglesia Católica lo ha incluido en el Breviario (Liturgia de las Horas). Por otra parte, no cabe la menor duda de que el ataúd y mortaja de María fueron, desde la segunda mitad del Siglo V, objeto de veneración para los fieles en la Basílica de los Blanquernos en Constantinopla. ¿Qué nos dice la Biblia? Sabemos, por supuesto, que la Asunción de la Santísima Virgen no aparece relatada, ni mencionada en la Sagrada Escritura. ¿Por qué, entonces, titular así un capítulo? Veamos lo que nos dice el Padre Joaquín Cardoso, s.j. en su estudio sobre la Asunción: “Son muchos los Teólogos -y de gran renombre, por cierto- que han afirmado y creen haberlo probado que, implícitamente, sí se encuentra, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento la revelación de este hecho … Pues, si no hay una revelación explícita en la Sagrada Escritura acerca del hecho de la Asunción de María, tampoco hay ni la más mínima afirmación o advertencia en contrario, y por consiguiente, si la razón humana, discurriendo sobre alguna otra verdad cierta y claramente revelada, deduce legítimamente este privilegio de Nuestra Señora, tendremos necesariamente que admitirlo como revelado en la misma Sagrada Escritura de modo implícito.” Existe, por cierto, un precedente autorizado por la Iglesia, de una verdad considerada como revelada implícitamente. Se trata del misterio de la Inmaculada Concepción, el cual el Papa Pío XI declaró como dogma, a finales del siglo XIX y reconoció esta verdad como revelada implícitamente al comienzo de la Escritura, en Génesis 3, 15, cuando Dios anunció que la Mujer y su Descendencia aplastarían la cabeza de la serpiente infernal. Y esto no hubiera podido suceder si María no hubiera estado libre de pecado original, pues de no haber sido así, hubiera estado sujeta al yugo del demonio. Esto mismo hizo el Papa Pío XII en la definición del Dogma de la Asunción. La Asunción de la Virgen María al Cielo, que ha sido aceptada como verdad desde los tiempos más remotos de la Iglesia, es un hecho también contenido, al menos implícitamente en la Sagrada Escritura. Los Teólogos y Santos Padres y Doctores de la Iglesia han visto como citas en que queda implícita la Asunción de la VirgenMaría, las mismas en que vieron a la Inmaculada Concepción, porque en ellas se revelan los incomparables privilegios de esa hija predilecta del Padre, escogida para ser Madre de Dios. Así quedaron estrechamente unidas ambas verdades: la Inmaculada Concepción y la Asunción. He aquí algunas de las citas y de los respectivos razonamientos teológicos como nos los presenta el Padre Cardoso:

“Llena de gracia” (Lc. 1, 26-29): Dios le había concedido todas las gracias, no sólo la gracia santificante, sino todas las gracias de que era capaz una criatura predestinada para ser Madre de Dios. Gracia muy grande es el de haber sido preservada del pecado original, pero también gracia el pasar por la muerte, no como castigo del pecado que no tuvo, sino por lo ya expuesto en capítulos anteriores y, como hemos dicho también, sin sufrir la corrupción del sepulcro. Si María no hubiera tenido esta gracia, no podría haber sido llamada llena (plena) de gracia. Esta deducción queda además confirmada por Santa Isabel, quien «llena del Espíritu Santo, exclamó: «Bendita entre todas las mujeres» (Lc. 1, 41-42).       “Pondré enemistad entre tí y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza” (Gen. 1, 15), es, por supuesto, el texto clave. Además, Cristo vino para «aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo» (Hb. 2, 14). «La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado» (1 Cor. 15, 55) Todos hemos de resucitar. Pero ¿cuál será la parte de María en la victoria sobre la muerte? La mayor, la más cercana a Cristo, porque el texto del Génesis une indisolublemente al Hijo con su Madre en el triunfo contra el Demonio. Así pues, ni el pecado, por ser Inmaculada desde su Concepción, ni la conscupiscencia, por ser ésta consecuencia del pecado original que no tuvo, ni la muerte tendrán ningún poder sobre María. La Santísima Virgen murió, sin duda, como su Divino Hijo, pero su muerte, como la de El, no fue una muerte que la llevó a la descomposición del cuerpo, sino que resucitó como su Hijo, inmediatamente, porque la muerte que corrompe es consecuencia del pecado. “No permitirás a tu siervo conocer la corrupción (Salmo 15): San Pablo relaciona esta incorrupción con la carne de Cristo. Y San Agustín nos dice que la carne de Cristo es la misma que la de María. Implícitamente, entonces, la carne de María, que es la misma que la del Salvador, no experimentó la corrupción.   Así el privilegio de la resurrección y consiguiente Asunción de María al Cielo se debe al haber sido predestinada para se la Madre de Dios-hecho-Hombre. El Concilio Vaticano II, tratando ese tema en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, también relaciona el privilegio de la Inmaculada Concepción con el de la Asunción: precisamente porque fue «preservada libre de pecado original» (LG 59), María no podía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. Pero oigamos también a San Juan Pablo II tratar el punto de la Asunción de María en la Sagrada Escritura: En su Catequesis del 2 de julio de 1997 nos dice: “El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la Santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo.” Su Asunción en la Tradición de la Iglesia Así tituló el Osservatore Romano la Catequesis del Papa Juan Pablo II del día Miércoles 9 de julio de 1997. Y en esa fuente tan importante y tan reciente, como son las palabras del Papa en ésta y en la Catequesis de la semana inmediatamente anterior (2-julio-97) nos apoyaremos casi exclusivamente para este Capítulo. La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido, nos recuerda el Papa. Además, la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también reconocer y proclamar la glorificación de su cuerpo. Nos dice el Papa que el primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae» , cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Nos informa el Papa que se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de la fe del pueblo de Dios. Algunos testimonios se encuentran en San Ambrosio, San Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla (+733) pone en labios de Jesús, que se prepara para llevar a su Madre al Cielo, estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre inseparable de tu Hijo». Nos dice el Papa que la misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un indicio interesante de esta convicción se encuentra en un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón. El autor imagina que Cristo pregunta a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le dan esta respuesta: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convierta en tu morada inmaculada … Por tanto, dado que, después de haber vencido a la muerte, reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu Madre y la lleves contigo, dichosa, al Cielo». ¿Por qué cita el Papa un libro apócrifo? Los apócrifos no tienen autoridad divina. Pero pueden tener autoridad humana, agregando, así, un testimonio que apoya la unanimidad a favor de la Asunción. San Germán, en un texto lleno de poesía, sostiene que el afecto de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo Divino en el Cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a El. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?» En otro texto el mismo San Germán sostiene que «era necesario que la Madre de la Vida compartiera la Morada de la Vida». Así integra la dimensión salvífica de la maternidad divina con la relación entre Madre e Hijo. San Juan Damasceno subraya la relación entre la participación en la Pasión y el destino glorioso: «Era necesario que aquélla que había visto a su Hijo en la Cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor … contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre». Nos dice el Padre Cardoso que ya en los escritos del Siglo IV los historiadores eclesiásticos se refieren a la Asunción de María como de tradición antiquísima, que a causa de su unanimidad, no puede venir sino de los mismos Apóstoles y, por consiguiente, como de revelación divina, pues la revelación en que se funda la religión cristiana terminó, según enseña la Iglesia, con la muerte de San Juan. Continúa diciéndonos que del Siglo V en adelante, no encontró un solo escritor eclesiástico, ni una sola comunidad cristiana que no creyera en la Asunción de María. En el Siglo VII el Papa Sergio I promovió procesiones a la Basílica Santa María la Mayor el día de la Asunción, como expresión de la creencia popular en esta verdad tan gozosa. Posteriormente se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María. La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del Siglo XIV, se generalizó. El Papa Juan XXII en 1324 afirmaba que «la Santa Madre Iglesia pidadosamente cree y evidentemente supone que la bienaventurada Virgen fue asunta en alma y cuerpo». En la primera mitad de nuestro siglo, en víspera de la declaración del Dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo. Así, en Mayo de 1946, con la Encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los Obispos y, a través de ellos, a los Sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la Asunción corporal de María como Dogma de Fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo 6 respuestas de entre 1.181 manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de esa verdad. Citando ese dato, la Bula Munificentissimus Deus afirma: «El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la Asunción corporal de la Santísima Virgen María al Cielo … es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia». El Concilio Vaticano II, recordando en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia el misterio de la Asunción, atrae la atención hacia el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque fue «preservada libre de pecado original» (LG 59). María no podía permanecer como los demás hombre en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. Y continuando con la Tradición Eclesiástica hasta nuestros días, tenemos toda la enseñanza del Papa Juan Pablo II que recogemos en este estudio. Como dato curioso el Padre Cardoso anota uno adicional que es sumamente revelador y que él agrega a la unanimidad en la Tradición: el hecho de que no hayan reliquias del cuerpo virginal de María. Nos dice que ni siquiera los fabricantes de falsas reliquias -que los ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia- se atrevieron jamás a fabricar una del cuerpo de María, pues sabían que, dada la creencia universal de la Asunción, no hubieran sido recibidas como auténticas en ninguna parte del mundo cristiano.

5 fundamentos bíblicos del por qué veneramos a María  
 
 
  1. Jn 19,26-27. El deseo de un moribundo.
“Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.”    Una de las cosas más sagradas que existen es el deseo de un moribundo, es un deseo que se debe cumplir tal como lo pidió la persona que estaba a punto de fallecer. Pues bien, el último deseo de Jesús lo expresó en esta cita: “Ahí tienes a tu madre”. Y dicho regalo se lo dejó “al discípulo amado”. Esto nos hace concluir que el “verdadero discípulo” es aquel que recibe a María en su casa, así como Jesús deseó.  
  1. Lc 1, 26-28. El saludo “del Ángel”.
“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, .a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»”    Estas palabras las dice el ángel Gabriel, pero recordemos que un ángel es un mensajero de Dios, es decir, lo que hace es transmitir lo que aquella persona emisora le dice que transmita a la receptora; por lo tanto, el saludo es de Dios, no del ángel; es decir, que el primero que la bendijo y el primero que la alabó fue el mismo Dios a través de este mensajero (el ángel): “llena eres de gracia”.  
  1. Lc 1,41. El saludo de María
“Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo”. El hijo al que se refiere la cita bíblica es Juan El Bautista. De él se había anunciado: que iba a ser grande, que anunciaría al mesías y que estaría lleno del espíritu santo. Pues bien, sucede que este llenarse del espíritu santo se da cuando María saluda a Isabel. Dice el versículo: el niño saltó de gozo en su vientre e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. La presencia de María y su saludo les llevan el Espíritu Santo a Isabel y Juan el Bautista (casi lo mismo sucede con los discípulos en Pentecostés).  
  1. Lc 1,42. El Ave María.
 “y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;”   ¿A qué te suena esta frase? ¡Es el Ave María! La primera que rezó el rosario (que es venerar a María) fue Isabel, y quién impulsó a bendecir a María fue el Espíritu Santo. Muy bien podemos afirmar entonces que quien ataca a María, está atacando al Espíritu Santo, pues fue él, el que movió a Isabel a alabar y a venerar a María por primera vez en la historia. Otro detalle interesante es que la primera alabanza se hace a María (“bendita tú”) y después es al fruto de su vientre (Jesús). Es el Espíritu Santo el que mueve a Isabel a reconocer la grandeza de esta mujer. Los que insultan a María, insultan lo que Jesús alabó y lo que el Espíritu inspiró a Isabel.  
  1. Lc 1,48. Bienaventurada
 “porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. “El Magníficat” es uno de los cánticos más famosos, María lo hace después de su encuentro con su prima Isabel. En el encontramos como la “biografía” de María, y una de las palabras claves es la profecía que María hace de sí misma: “desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Cumplir con la palabra de Dios, es llamar a María “bienaventurada”. … Por todo lo dicho anteriormente, no tengamos miedo de alabar a María, de rezar el rosario, de venerar a María, pues el primero que la alabó fue Dios; después lo hizo Isabel, después muchos otros… cumpliendo esa profecía de Lc 1, 48. María fue uno de los regalos más queridos y especiales de parte de Jesús, uno de sus últimos deseos. Como diría el papa Francisco: “los cristianos no estamos huérfanos, tenemos a María como nuestra madre”; venerarla, alabarla, no es quitarle espacio a Dios, pues al acercarnos a María, lo único que hace es reconducirnos a Jesús (“hagan lo que Él les diga”). No temas llevarte a María a tu casa, no temas tener a María como tu madre o intercesora. Ella es uno de los más preciados regalos que nos dejó el mismo Dios.  
 
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Ella También

 
 
Doña Paquita y Doña Soledad vivían en la misma vecindad. Doña Paquita siempre criticaba a Doña Soledad porque rezaba todos los días el rosario. “¡Qué tontería! ¡Qué perdida de tiempo! ¡Cincuenta veces lo mismo!” Aunque Doña Soledad conocía el tamaño de la lengua de Doña Paquita no decía nada.  
Por fin un día Doña Paquita se acercó entusiasta a Doña Soledad.
 
“¡Señora Soledad, no me va a creer!”
 
“¿Qué?”
 
“¡Mi hijo ya sabe decir mamá! ¡Me lo ha dicho como treinta o cuarenta veces por lo menos!”
 
“¡Ah… entonces debe estar usted cansada y aburrida de oír lo mismo tantas veces!”
 
“¡Claro que no! ¿Pero Doña Soledad, cómo se le ocurre semejante disparate!”
 
Desde aquel día Doña Paquita comprendió por qué Doña Soledad rezaba todos los días el rosario. Pues claro, Doña Soledad repetía cincuenta veces las palabras que más gustan a Nuestra Madre del Cielo.
 
Como el niño que apenas sabe balbucear arranca una sonrisa del corazón de la madre cuando dice “mamá”, así nosotros con el Ave María alegramos a nuestra Madre. El niño dice “mamá”, estira sus tiernos brazos y la madre sin dilación lo coge entre los suyos. Así María. El niño fija los ojos en los de su madre y ella lo acerca a su rostro hasta rozar con la nariz la ternura de su piel. Así María nos acerca a su rostro y roza con su belleza nuestra alma.
 
Como la mamá estrecha al niño entre sus brazos, lo oprime contra su pecho, porque lo ama, así María, apenas escucha el susurro de nuestra oración, corre, nos abraza, nos acerca hasta su pecho porque nos ama.
 
¿De que sirve el amor de una madre? No es moneda de cambio, no produce, no consigues nada con él, tampoco con el de María. El amor de una madre da seguridad, orienta tu vida; también el amor de María.
 
El niño dice mamá, espera la respuesta y siempre la halla. María responde cuando elevamos los ojos del alma y esperamos su respuesta. La madre goza cuando el niño le sonríe y susurra al oído “Te quiero” ¿Acaso María no? La madre ve crecer con santo orgullo a su hijo ¿Acaso María no? La madre ha engendrado con dolores ¿Acaso María no?
 
Una madre no se cansa de amar, de abrazar, de besar a sus hijos. Tampoco María. Una Madre derrama lágrimas de dolor cuando percibe, aún de lejos, que sus hijos andan tomando decisiones erróneas que los alejan de Dios. ¿Acaso María no? No hay peor dolor para María que el constatar que sus hijos viven distanciados de Dios. Ella les espera pacientemente e intercede día y noche por ellos hasta que como ovejitas descarriadas vuelven al redil en hombros de su Pastor. ¿Y si se olvidan de ella? Ciertamente sufre pero como buena Madre sabe perdonar el olvido.
 
El corazón de María ama por encima de cualquier olvido. Ama aunque el hijo duerma, cubre su cuerpecito, y acaricia la frente del hijo perdido en sueños.
 
Así nos ama María. ¿Por qué no repetir una y cien veces su Ave María? Para que así surja una sonrisa en su corazón, nos abrace, acaricie y cubra nuestra alma del frío mientras dormimos.
 
 
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¿Qué se dice de María en las Sagradas Escrituras?

 
 
¿Qué se dice de María en las Sagradas Escrituras? ¿En el Antiguo Testamento ¿En los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles? ¿Después de Pentecostés? ¿Qué documentos de los primeros cristianos encontramos acerca de la figura de María?…
 
  Fuente: www.enciclopediacatolica.com
 
 
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7 poderosas razones del por qué los católicos somos devotos a María

 
 
Luego de haber realizado más de setenta mil exorcismos, el padre Gabrielle Amorth, fundador y presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas, exorcista oficial en Roma, afirma que el demonio le tiene odio feroz a la Virgen María.
 
El obispo de Nigeria declaró que Jesucristo le dejó ver que el rezo del Santo Rosario es un instrumento poderosísimo para terminar con la violencia de Boko Haram, un grupo islámico radical y sanguinario que se ha dedicado a perseguir, secuestrar, torturar, aterrorizar y asesinar miles y miles de cristianos de ése y otros países.
 
Scott Hahn, ex presbiteriano convertido al catolicismo, prolífico autor y actual profesor de teología en una universidad católica en EUA, cuenta que empezar a rezar el Rosario marcó una gran diferencia en su vida y lo ayudó en su conversión.
 
Tres testimonios muy distintos y una misma conclusión: A la Virgen María Dios le ha concedido un poder muy especial, capaz de vencer al demonio y de convertir los corazones. Los católicos lo sabemos y por ello nos acogemos confiados a su guía y protección. Pero hay muchas personas que no lo saben, y lamentablemente se pierden de su maternal intercesión.
 
Por eso, y aprovechando que vamos a iniciar el mes de mayo, mes tradicionalmente mariano, vale la pena recordar al menos siete razones de nuestra devoción a María.
 
 
1.- María es Madre de Jesucristo. Lo dice en la Biblia (ver Mt 1,16.18;2,11; Lc 1, 42-43).
 
 
2.- María vive en el cielo, al lado de su Hijo. Los católicos creemos que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, pero para quienes no aceptan lo que no está en la Biblia (aunque la propia Biblia no pide eso), hay un argumento bíblico: Jesús afirma que “para Dios todos viven, porque no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20,38), así que María está viva y en el cielo.
 
 
3.- María nos comprende y nos ayuda. Como ser humano, como mujer, nos comprende perfectamente. Y los Evangelios la muestran siempre atenta a las necesidades de los demás y siempre dispuesta a ayudar: por ej: en cuanto se entera de que su anciana prima está embarazada, va presurosa a apoyarla (ver Lc 1, 36.39-40), y en cuanto se da cuenta de que en cierta boda faltaba el vino, avisó a Jesús (ver Jn 2,3).
 
 
4.- María es nuestra Madre. Desde la cruz, Jesús encomendó a María al discípulo amado (ver 19, 25-27), y en él, a todos nosotros.
 
 
5.- María intercede por nosotros. No acudimos a Ella como si fuera diosa, nuestra devoción no es idolatría. Le pedimos, como en el Avemaría que ‘ruegue por nosotros’, a ¿quién? a Dios. En revelaciones y apariciones como la de la Virgen de Guadalupe, María nos ha declarado su amor maternal y ofrecido su intercesión. En la Biblia dice que “hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Tim 2,5), pero ello no quita que María pueda interceder por nosotros ante su Hijo, al igual que tú o yo podemos orar por otros, como pide la Biblia (ver St 5, 16; 1Tim 2,1)
 
 
6.- María obtiene de Jesús cuanto le pide.
En el Antiguo Testamento vemos que la mujer más poderosa de un reino no era la esposa del rey (solían tener muchas), sino su madre (ver, por ej: 1Re 1). En el Evangelio vemos que también María, Madre del Rey, tiene el poder de obtener de su Hijo lo que le pide. En la boda de Caná, Jesús acepta intervenir, sólo porque Su Madre se lo pidió (ver Jn 2,6-11).
 
Hay quien dice que Jesús no tenía consideración a María porque en dos ocasiones la llamó ‘mujer’ en lugar de ‘mamá’, a lo que cabe responder que, como judío, Jesús sin duda cumplió el mandamiento de honrar al padre y a la madre (ver Ex 20,12). Llamar a María ‘mujer’ no era señal de desprecio, todo lo contrario, era encumbrarla a una posición universal, expresar que Ella es la nueva Eva, y que si por una mujer, Eva, nos vino el pecado y la muerte, por otra ‘mujer’, María, nos viene la redención, por medio de su Hijo.
 
 
7.- María nos lleva hacia Dios. La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios. María no quiere nada para sí, Ella nos presenta a Jesús y siempre nos pide: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Acercarnos a Ella es acercarnos a Él, amarla para amarlo a Él.  
 
 
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8 tips para vivir el mes de María

 
 
“Gran cosa es lo que agrada a Nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre”, decía Santa Teresa de Jesús. Por ello en mayo, mes de María, aquí algunos consejos que podrán ayudarte a vivir más intensamente estos días marianos.
 
 
  1. Ambientar un lugar
Lo primero es ambientar la casa, la oficina o el lugar donde uno se encuentre. Hay hogares o centros de trabajo católicos que suelen armar un altar, en un lugar especial, con una estatua o cuadro de la Virgen, adornado de flores y telas.
 
En la oficina se puede poner una estampa al lado del teclado o una imagen de nuestra Señora como fondo de pantalla de la computadora y también del celular.
 
  1. Lectura sobre la Virgen
Para profundizar más en las maravillas que Dios ha obrado y sigue obrando en la Virgen, es recomendable leer algunos pasajes bíblicos como la Anunciación, el Nacimiento de Jesús, la presentación del niño en el templo, y María al pie de la cruz.
 
Por otra parte, un hecho que también contiene muchos mensajes para el mundo y de labios de la propia Madre de Dios es la aparición de la Virgen de Fátima, a los tres pastorcitos, cuya fiesta es el próximo 13 de mayo, en la que habrán celebraciones especiales por el centenario de las apariciones.
 
  1. Rezo del Rosario
Como se sabe, el rezo del Santo Rosario es una de las oraciones predilectas de la Iglesia que la misma Santísima Virgen le enseñó a rezar a Santo Domingo de Guzmán.
 
Dentro de las promesas de la Reina del Rosario tomadas de los escritos del Beato Alano de la Rupe están: prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario; el alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
 
  1. Participar de procesiones

Una costumbre que aún se vive en algunos pueblos es el rezo de la aurora, en el que un grupo de fieles sale en procesión por las calles a tempranas horas con una imagen de la Virgen e invocando el auxilio de María con el Rosario, oraciones marianas y cantos.

  1. Recibir los sacramentos
Asimismo, no puede haber verdadera devoción a la Virgen si no se participa de los sacramentos, especialmente de la Reconciliación y la Eucaristía donde Jesús espera a sus hermanos con los brazos abiertos.
 
  1. Hacer obras de Misericordia
Convencidos del amor de María por la humanidad y fortalecidos con las gracias sacramentales de nuestro Señor Jesucristo, es tiempo de salir a la acción ayudando por ejemplo a alguna madre embarazada en necesidad o visitando el asilo de ancianos, en el que siempre hay alguna mujer mayor que se siente sola e incomprendida.
 
  1. Apostolado
Es importante transmitir esta fe a las futuras generaciones y hace bastante bien a los niños, adolescentes y jóvenes el hablarles de lo mucho que la Virgen los ama como mamá y enseñarles a rezar a la Madre de Dios.
 
  1. Regalar objetos bendecidos
También se recomienda regalar alguna medalla de la Medalla Milagrosa o el Escapulario de la Virgen del Carmen, bendecidos por algún sacerdote, para que siempre que vean la imagen se acuerden de la cercanía de la Madre de Dios y de lo mucho que los estimaba quien la regaló.  
 
 
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Tardes ante la Virgen…

en mayo mes de María
 
Estamos en el mes de mayo, es el mes que la tradición católica consagra a la Virgen María.
La devoción a la Virgen María en el alma del cristiano va unida a nuestra fe ya que María no solamente es la Madre de Dios sino también Madre nuestra.
La Virgen María ocupa un lugar intermedio entre Dios y los Santos, que da origen a un culto del todo propio y especial, muy inferior al de Dios pero superior al de los Santos.
Como nos explica Royo Marín O. P..- A Dios se le venera con culto de adoración o de Latría, en virtud de su excelencia infinita. Este culto de Latría es de tal manera propio y exclusivo de Dios que, tributado a cualquier criatura, constituye, cuando se comete conscientemente uno de los más graves pecados que se pueden cometer: la idolatría.
A los Santos les corresponde el culto de dulía o de simple veneración (sin adoración) por lo que tienen de Dios. En este sentido no solo es lícito invocarlos y reverenciarlos, sino que es muy útil y conveniente.
A la Virgen María por su singular dignidad de Madre Dios, se le da el culto de hiperdulía o de veneración muy superior a la de los Santos, pero muy inferior al culto de latría, que se le debe exclusivamente Dios.
Hay un abismo infinito entre ambas especies de cultos.
María tiene el motivo de su singular dignidad de madre de Dios y esta dignidad la coloca en un orden aparte- el orden hipostático relativo – que está mil veces por encima y es específicamente distinto del orden de la gracia y de la gloria en el que se encuentran todos los Santos. De manera que al hablar de la devoción a la Virgen María, hay que entenderla siempre en el orden del culto de hiperdulía, que es el que corresponde a Ella sola específicamente.
En ese sentido caen por su base toda las objeciones de los protestantes y muchas “sectas” contra el culto a María que profesamos los católicos.
La fórmula ideal que resume y condensa el pensamiento católico sobre la devoción mariana es esta : A JESÚS POR MARÍA.
Y que reconfortante es, en este mundo en que poco a poco las tradiciones se van perdiendo, se van quedando atrás como perdidas en la niebla del pasado, como algo que ya ” no toca”, que “no va”… ver como las mamás jóvenes, especialmente en la Provincia, llevan a sus pequeños vestidos de blanco y con una flor en la mano a la Iglesia
Para cantarle a la Virgen, a rezarle y poner a sus pies esa sencilla flor que tiene todo el inmenso valor del candor de un alma infantil.
Esas tardes ante la Virgen, esas canciones van a echar raíces que permanecerán ya por siempre en el alma de esos niños y cuando llegue la adolescencia, la juventud arreciando contra ellos vientos de tormenta, sabrán volver sus ojos y su corazón a esa Madre que aprendieron a amar siendo niños y encontrarán en Ella el faro bendito que los llevará a puerto seguro y no les permitirá perder el camino que va hacia Dios.
 
 

¿Por qué mayo es el Mes de María?

 
 
Durante siglos la Iglesia Católica ha dedicado todo el mes de mayo para honrar a la Virgen María, la Madre de Dios. Aquí te explicamos por qué.
 
La costumbre nació en la antigua Grecia. El mes mayo era dedicado a Artemisa, la diosa de la fecundidad. Algo similar sucedía en la antigua Roma pues mayo era dedicado a Flora, la diosa de la vegetación. En aquella época celebraban los ludi florals o los juegos florales a finales de abril y pedían su intercesión.
 
En la época medieval abundaron costumbres similares, todo centrado en la llegada del buen tiempo y el alejamiento del invierno. El 1 de mayo era considerado como el apogeo de la primavera.
 
Durante este período, antes del siglo XII (doce), entró en vigor la tradición de Tricesimum o “La devoción de treinta días a María”. Estas celebraciones se llevaban a cabo del 15 de agosto al 14 de septiembre y todavía puede observarse en algunas áreas.
 

La idea de un mes dedicado específicamente a María se remonta a los tiempos barrocos – siglo XVII (diecisiete)-. A pesar de que no siempre se llevó a cabo en mayo, el mes de María incluía treinta ejercicios espirituales diarios en honor a la Madre de Dios.

 
 
Fue en esta época que el mes de mayo y de María se combinaron, haciendo que esta celebración cuente con devociones especiales organizadas cada día durante todo el mes. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX (diecinueve) y se practica hasta hoy.
 
Las formas en que María es honrada en mayo son tan variadas como las personas que la honran.
 
Es común que las parroquias tengan en mayo un rezo diario del Rosario y muchas erijan un altar especial con una estatua o imagen de María. Además, se trata de una larga tradición el coronar su estatua, una costumbre conocida como Coronación de Mayo.
 
A menudo, la corona está hecha de hermosas flores que representan la belleza y la virtud de María, y también es un recordatorio a los fieles para esforzarse en imitar sus virtudes. Esta coronación es en algunas áreas una gran celebración, y por lo general, se lleva a cabo fuera de la Misa.
 

Sin embargo, los altares y coronaciones en este mes no son solo cosas “de la parroquia”. Podemos y debemos hacer lo mismo en nuestros hogares para participar más plenamente en la vida de la Iglesia.

 
 

Debemos darle un lugar especial a María no porque sea una tradición de larga data en la Iglesia o por las gracias especiales que se pueden obtener, sino porque María es nuestra Madre, la madre de todo el mundo y porque se preocupa por todos nosotros, intercediendo incluso en los asuntos más pequeños.

 
 
Por eso se merece todo un mes en su honor.
 

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¿Cómo rezar bien el Rosario?

No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?

 

Tres angustias radicales del ser humano son: perder el sustento, el miedo a la muerte y no encontrar el descanso eterno.

La Virgen María conoce bien a sus hijos, sabe que estas preguntas nos escuecen por dentro y que se nos presentan con mayor o menor fuerza según las circunstancias, los tiempos, la personalidad y la conciencia de cada uno. Por ello hacemos bien en pedirle: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.”

Al rezar el Rosario desde nuestra realidad de hijos, pecadores y en camino, le presentamos esta súplica 50 veces seguidas.

Pensé que el tema podría venir a cuento ahora que estamos en el mes de Mayo, mes de la Madre.
 

¿Cómo rezar el santo rosario?
No basta aprender una oración, hay que aprender a orar

Cuando se habla del Rosario, muchas veces la atención se centra en la mecánica del rezo del Rosario. Es fácil encontrar buenas explicaciones de cómo se reza el Rosario (por ejemplo en este devocionario y en la página de la Virgen Peregrina de la Familia). Por ello, como he dicho en otro momento, en este blog quisiera fijarme más en la pedagogía de la oración cristiana que en los rezos, y más en las actitudes que en los contenidos.

“La oración es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar palabras.” (Benedicto XVI, 11 de mayo de 2011)

 

1.- Un buen orante, al rezar el Rosario, no repite Avemarías como un loro

2.- Un buen orante, al rezar el Rosario, contempla a Cristo con la mirada de María.

3.- El Rosario es una oración mariana centrada en Cristo

4.- En el Rosario, mientras se honra a la Virgen María con el paso de las Avemarías, se contemplan en la mente y en el corazón los grandes momentos y misterios de la vida de Jesús.

La pregunta principal es: ¿cómo se contemplan? Y la respuesta debe ser: como María. Se trata de aprender de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo.

Nos ayuda La Pietà de Miguel Angel: es toda una lección de oración. Allí queda plasmado cómo la Virgen María meditaba la Palabra en su corazón. En su mirada y en toda su postura interior y exterior se ve cómo toma conciencia y cómo profundiza las palabras, los hechos y los misterios de la vida de Su Hijo Jesucristo.

Al iniciar el Rosario debemos detenernos un momento y pensar en lo que vamos a hacer. Debemos actuarnos y en vez de “poner el disco” para que comience su monótono repetir de Avemarías, hemos de suplicar a Dios que nos conceda la gracia de asimilar el modo de ver y de ser de la Virgen María y tratar de apropiar sus actitudes evangélicas en su relación con Cristo.  “Así la Madre del Señor ejerce una influencia especial en el modo de orar de los fieles.” (Juan Pablo II, 3  de enero de 1996)

Es necesario hacerlo cada vez que se reza el Rosario. De lo contrario es fácil que no resulte bien y venga el desaliento.

 

Plegaria maravillosa

Si nos metemos en el corazón de la Virgen María y el Espíritu Santo nos concede la gracia de sentir como Ella, conocer como Ella, amar a Cristo como Ella, el Rosario se puede convertir, también para nosotros, en una plegaria maravillosa.

Juan Pablo II, pocos días después de su elección al pontificado, dijo que el Rosario era su oración preferida y nos explicó cómo había que rezarlo:

“El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. En esta plegaria repetimos muchas veces las palabras que la Virgen María oyó del Arcángel y de su prima Isabel. Palabras a las que se asocia la Iglesia entera. (…) Con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos y nos ponen en comunión vital con Jesucristo a través ?se puede decir? del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevan más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana”. (Angelus, Juan Pablo II, 29 de octubre de 1978)

Las palabras clave aquí son: comunión vital con Jesucristo a través del Corazón de su Madre.

El Rosario: una oración marcadamente contemplativa

María es para nosotros un modelo de oración contemplativa (puedes releer: Un ejercicio de contemplación: la oración de María de la A a la Z). Ella guardaba y meditaba en su corazón todo lo que vivía junto a Jesús. (cf. Lc 2, 19 y 51 b).

«Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza» (Rosarium Virginis Mariae, 12)

 

Entonces ¿cómo sé si rezo bien el Rosario?

Lo rezas bien si en el trasfondo de las cincuenta Avemarías contemplas a Cristo con la mirada de María, Madre de Dios y Madre nuestra.

María, por su parte, te estará viendo a ti y su mirada te llenará de una profunda confianza.

Cuando veo la imagen de la Virgen de Guadalupe siento que María me mira, me toma en sus brazos y me repite como a Juan Diego: “No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? Nada has de temer.”

 
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10 consejos prácticos para rezar el Rosario todos los días

Próximos a la celebración de la Virgen del Santo Rosario este viernes 7 de octubre, se presenta la oportunidad de redescubrir esta oración, que no solo muestra los misterios de la vida de Jesús y de la Virgen María, sino que fortalece la vida cristiana y concede gracias especiales que la misma Madre de Dios prometió a la humanidad.

Aquí 10 consejos prácticos para rezar el Rosario todos los días, tomados del libro “El Rosario: Teología de rodillas”, del  sacerdote, escritor y funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, Mons. Florian Kolfhaus:

 

  1. Tener el Rosario en el bolsillo

Todo católico debe tener siempre un Rosario en su bolsillo. Existe el denario con sólo diez cuentas y que puede transportarse fácilmente.

Siempre que busques un pañuelo o una llave antes de salir, recuerda también llevar el Rosario de Jesús y María.

 

  1. Aprovechar el tiempo libre también para rezar

En la vida cotidiana siempre hay un “tiempo libre” que podremos aprovechar para rezar el Rosario: cuando esperamos la consulta médica, un bus, una llamada importante, entre otros.

Y si por alguna razón una persona no desea mostrarse en una “sala de espera” como católico practicante, también puede utilizar sus manos: tenemos diez dedos, para contar con ellos los Avemarías.

 

  1. Rezar mientras se realizan quehaceres y deporte

Muchas actividades no requieren pensar mucho, porque las hacemos mecánicamente. Cuando se pica la cebolla, se tiende la ropa o se lava el auto también se puede rezar el Rosario. Así como cuando las personas que se aman piensan en el otro sin importar la actividad que realicen, el Rosario ayuda a permanecer en sintonía con el corazón de Jesús y María.

Esto también funciona para muchos deportes: correr, andar en bicicleta o nadar son actividades en las que se puede rezar el Rosario al ritmo de la propia respiración (ya sea de forma interna o en voz alta si estás solo en un campo abierto).

 

  1. Las imágenes y la música también pueden ayudar

El Rosario es una oración contemplativa. Más importante que las palabras que usemos, es la predisposición de nuestro corazón para contemplar cada uno de los misterios.

Para este propósito se puede buscar en Internet 5 imágenes que nos ayuden a contemplar cada pasaje de la vida Cristo y María. Por otro lado, la música también puede ser útil si se ejecuta en un segundo plano para encontrar paz.

 

  1. Canalizar nuestras distracciones para rezar

Es difícil una oración en la que no surjan distracciones. Una y otra vez los pensamientos vienen a nuestra mente: la lista de compras, el cumpleaños de un amigo, una enfermedad o una preocupación. Si luchamos contra ella en la oración, a menudo es peor.

Es mejor reunir estas “distracciones” y rezar un Avemaría por las personas, por los amigos y familiares, por uno mismo y los problemas. De este modo la oración se hace sincera y personal.

 

  1. Rezar por el otro mientras nos desplazamos

En el camino al trabajo o a la escuela, ya sea en auto o en bus, en tren o caminando, es posible rezar el Rosario sin bajar la cabeza y cerrar los ojos.

Rezar mientras nos desplazamos significa dedicar los Avemarías a las personas con las que hemos establecido contacto o visto durante el día; también por las empresas e instituciones que están en mi camino.

Por ejemplo, si veo a un doctor en mi camino puedo rezar por las personas que atenderán sus enfermedades con él.

 

  1. Orar de rodillas o peregrinando

El Rosario puede rezarse siempre y en todo lugar. A veces, cuando se reza de rodillas o se peregrina se puede llegar a sentir un “desafío físico”. Sin embargo esto no se trata de “torturarse” o aguantar el mayor tiempo posible, sino de tener en cuenta que tenemos un cuerpo y alma para adorar a Dios. Por lo tanto, el rosario es también una oración de peregrinación.

 

  1. Conectar cada misterio con una intención

No siempre se tiene que rezar el Rosario de corrido. A menudo puede ser útil conectar cada misterio con una preocupación particular: mi madre, un amigo, el Papa, los cristianos perseguidos. Cuanto más específico sea, mejor. La alabanza y dar gracias a Dios no deben tampoco estar ausentes.

 

  1. Rezarlo en momentos de sequía espiritual

Nosotros los cristianos no somos “yoguis” que debemos cumplir con prácticas ascéticas para “vaciar” nuestra mente. Si bien nuestra relación con Dios está por encima de cualquier actividad, hay también momentos de sequía y aflicción en los que no se puede orar.

En estos momentos difíciles, tenemos que recogernos con el Rosario y simplemente recitar las oraciones. Esto no es una charla pagana, sino que aquella pequeña chispa de buena voluntad que ofrecemos a Dios, puede fomentar que el Espíritu Santo avive la llama de nuestro espíritu.

En tiempos difíciles, incluso puede ser suficiente sostener el Rosario sin pronunciar una palabra. Este estado desdichado ante Dios y su madre se convierte en una buena oración y ciertamente no permanece sin respuesta.

 

  1. Caer dormido rezando el Rosario

El Rosario no debe estar solo es nuestro bolsillos, sino en cada mesita de noche. Cuando se intenta conciliar el sueño también se pueden rezar los Avemarías y es mejor que contar ovejas.

En ocasiones solo las personas mayores y enfermas se “aferran” al Rosario por la noche debido a las promesas de seguridad, fortaleza y consuelo. Sin embargo, también en los buenos tiempos se debe recurrir a esta oración y pedir especialmente por aquellos que sufren.
 
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¿Cuál es el enorme poder que encierra el Rosario?

 
Cuentan los antiguos que  cuando Santo Domingo de Guzmán empezaba a desanimarse al ver que en los sitios donde predicaba la gente no se convertía y la herejía no se alejaba, le pidió a Nuestra Señora le iluminara algún remedio para conseguir la salvación de aquellas personas y que Ella le dijo en una visión:
“Estos terrenos no producirán frutos de conversión sino reciben abundante lluvia de oración”. Desde entonces el santo se dedicó a hacer rezar a las gentes el Padre Nuestro y el Ave María y a recomendarles que pensaran en los misterios de la Vida, Pasión y Muerte de Jesús. Muy pronto las conversiones fueron muy numerosas y las gentes de aquellas regiones volvieron a la verdadera religión.
Hoy por hoy, después de la Santa Misa, el Rosario es quizás la devoción más practicada por los fieles.
Los adversarios de la religión católica (protestantes, etc.) han dicho y siguen diciendo horrores contra el Santo Rosario pero los católicos han experimentado y siguen experimentando día por día los extraordinarios favores divinos que consiguen con esta santa devoción
¡Cuántas personas han logrado verse libres de pecados y de malas costumbres el dedicarse a rezar con devoción el santo Rosario! ¡Cuántos hay que desde que están rezando el Rosario a la Virgen María han notado como su vida ha mejorado notoriamente en virtudes y en buenas obras!. Son muchísimos los que por haber rezado con toda fe su Rosario lograron obtener una buena y santa muerte y ahora gozan para siempre en el cielo. El Santo Rosario y las indulgencias Ojalá leyéramos algún libro que hable de las maravillas que se consiguen con el rezo del Santo Rosario.
Basta saber que el Rosario ha sido recomendado por muchos Sumos Pontífices y aprobado por la Iglesia Católica en todo el mundo, y que a los que lo rezan se les conceden numerosas indulgencias.
Se llama  indulgencia a la rebaja de castigos que tendríamos que sufrir en la otra vida por nuestros pecados.
La Iglesia Católica con el poder que Jesús le dio cuando dijo: “Todo lo que desates en la tierra queda desatado en el cielo“, puede conceder a los fieles que por ciertas devociones se les rebaje parte de los castigos que tendrían que sufrir en el purgatorio.
“Se confiere una indulgencia plenaria si el rosario se reza en una iglesia o un oratorio público o en familia, en una comunidad religiosa o asociación pía; se otorga una indulgencia parcial en otras circunstancias” Condiciones para la Indulgencia plenaria del Santo Rosario:
  1. Que se recen las cinco decenas del Rosario sin interrupción
  2. Las oraciones sean recitadas y los misterios meditados
  3. Si el Rosario es público, los Misterios deben ser anunciados
Además debe cumplirse:
Confesión Sacramental, Comunión Eucarística y Oraciones por las intenciones del Papa
Si no se cumplen las condiciones para la indulgencia plenaria, puede aún ganarse
indulgencia parcial.
La indulgencia puede ser aplicada a los difuntos. La indulgencia plenaria solo puede ganarse una vez al día (excepto en peligro de muerte).
Lo maravilloso del Santo Rosario no es la repetición de las avemarías o de la mesa bien dispuesta que sostiene la imagen de la Virgen, sino la experiencia de la unidad que se conforma en todo el mundo entero para alabar y bendecir a Dios por los motivos inmensos de su amor para con la humanidad.
Rezar el Rosario es una rica costumbre de la piedad popular donde la Santísima Virgen se hace universal y de mucha importancia para los creyentes. Rezar el Santo Rosario
es la magnífica oportunidad que tenemos todos de experimentar en la fe ese amor a Dios en María Santísima, a la cual le había confiado esa misión salvífica.
Es el santo rosario el lugar para reconocer a María Virgen como la Madre del Señor Jesús y en el plano de la gracia, Madre de todos nosotros. Es a la vez el reconocimiento de que Dios a través de Ella interviene a favor nuestro.
El Rosario es una oración  connatural a la gente sencilla que reconoce la elegancia de Dios para hacer nacer a Jesús, el Salvador del vientre inmaculado de la Virgen María. Por eso en cada decena de las avemarías se medita el sufrimiento, la lucha y el triunfo en ese caminar de Jesús por el camino de la vida, donde la Virgen estuvo presente y actuante para ayudarle a cumplir su misión salvadora.
Mi madre solía decir, que el rosario era tan sagrado porque en el estaba todo Jesús y toda María. Por eso, hoy en día, se hace necesario, que el santo rosario ocupe ese espacio tan vivo en los hogares.